2 de diciembre de 2008: pisé por primera vez tierra española. "One small step for a man..."
Llegué a Madrid, a un aeropuerto enorme, con un equipaje nada ligero y todo un mundo por delante. Nunca, hasta entonces, había experimentado de tal manera la sensación de poder. Por primera vez en mi vida nadie me conocía, podía hacer de mí lo que quisiera, ser ¡por fin! lo que siempre había querido, sin ningún tipo de presión externa, sin que nadie esperase de mí un comportamiento determinado. Por ese entonces ya había salido casa, ya había vivido un año en una ciudad distinta a la mía, pero nunca llegué a pensar, ni lejanamente, que tenía mi vida por completo en mis manos. Aquel tipo de sensación tan posmoderna, por así decirlo, no era propia de mí, ni siquiera la había anhelado. En cualquier caso así fue y en el taxi desde Barajas hasta Atocha pude hacer un examen rápido de mi vida hasta entonces: lo que era, lo que quería hacer, lo que quería erradicar, lo mejor y lo peor de mí. Y entonces pensé: "Ahora sí, es el momento". No es que pretendiera ponerme una máscara y ser quien en realidad no era; mis sentimientos eran sinceros y realmente me propuse cambiar a partir de aquel instante. Creo que en algún momento, mientras miraba por la ventana, me sonreí, complacida del cambio que -pensaba- se estaba operando en mí. No puedo negar que también dudé y sentí un cierto temor de tener demasiado en mis manos, una gran responsabilidad, no de destruir y construir sin más, sino de reconstruir con la experiencia pasada. Sea como fuera, en medio de la indeterminación, me sentía poderosa. Es extraño, porque el poder siempre tiene ser ejercido sobre alguien. En este caso era sobre mí, sí, pero también sobre los demás, al pensar que por primera vez yo sabría todo acerca mí y los demás no sabría nada. Me daba igual que yo tampoco supiera nada sobre ellos, al fin y al cabo la idea era mía y esto me ponía por encima del resto.
¿Qué paso después? Lo esperado. Aquel fuego incendiario de un momento se apagó en breve. La naturaleza siguió su curso y me sorprendí (sí, me sorprendí) de verme diciendo las mismas tonterías, tropezándome con las mismas piedras y sangrando las mismas heridas. El yo se sobrepuso a la voluntad y heme aquí, un año después, tirando de los mismos trastos.
Ya sabía que eso era lo que tenía que pasar, tampoco quería engañarme a mí misma ni a los demás, pero ese instante, esa idea, lo viví con demasiada intensidad, con demasiada lucidez, que pensé que esa fuerza era suficiente para hacerlo efectivo.
Y al fin, sigo siendo la misma. Aunque en un año pasan muchas cosas, y España y la Filosofía han hecho sus cosas, sus revoluciones, sus estragos en mí (en el buen sentido, si es que lo hay). Pero en últimas, "ha merecido la pena llegar hasta aquí" y las huellas son imborrables. Sí, en un año pasan muchas cosas, demasiadas quizás... Y me alegro de ello.