domingo, 29 de abril de 2012

Escribiendo el currículum

Uno de los poemas de Wislawa Szymborska que más me impresionó cuando leí su Poesía no completa fue "Escribiendo el curriculum". Recientemente lo he vuelto a leer en otra antología que me han regalado: Paisaje con grano de arena. Sólo que ahora ha sido distinto. Totalmente distinto. Tan distinto que me he visto tentada a titular esta entrada: "Joder". Con perdón. Pero es que ahora termino la carrera y eso es lo que me sale: joder. 
Terminar la carrera, al cabo —como decíamos— no es gran cosa. Pero es significativo. Implica muchas cosas. E inevitablemente es tiempo de examen. ¿Qué he hecho estos años? ¿Después de tantos exámenes, en realidad, cuál es la media? Absolutamente hablando es un suspenso. Pero luego, los matices, esos pequeños "0,1" van sumando una cifra que no aparece en ningún sitio, que yo ni siquiera me termino de creer. Probablemente si volviera ahora mismo a Colombia —que no— habría que decir que es mucho más lo que me llevo que lo que yo, personalmente, he de dejar. Un "summa cum laude" exigiría haber dejado huella en muchas personas, pero la nota definitiva sólo se conocerá en el Cielo y quizá ni siquiera una Matrícula de Honor humanista podrá salvarnos. Nunca se sabe.
Lo importante —por ahora— es no perder nunca la ilusión, me decía ayer mi padre, que no es muy dado a dar consejos. Lo importante, vulgarizándolo, es no quedarse en el "¡joder!". Y ahora, que tengo que escribir mi currículum me veo tentada a dejarlo en blanco. Y grapar el poema de Szymborska. ¿Qué puedo decir yo de mí misma, si casi nada es lo que parece? Son las madres, en definitiva, las que tendrían que hacerlo. Seguro que ellas son las más objetivas.

ESCRIBIENDO EL CURRÍCULUM
Wislawa Szymborska

¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el currículum.

Sea cual sea el tiempo de una vida
el currículum debe ser breve.

Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.

De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.

Importa quiénes te conocen, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.

Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.

Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.

Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número de calzado no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.

sábado, 21 de abril de 2012

Noli me tangere (II)


He seguido pensando en el “noli me tangere”. De algún modo, no había dejado de pensar en él desde que leí a d’Ors, pero ahora, después de la pregunta de Uuq —nada como una buena pregunta para seguir pensando—, lo tengo más presente. Es un pasaje misterioso. Difícil.
Esta semana, hablando con D., nos pusimos trascendentales, como siempre. Como D. es un poco gurú, siempre le pregunto grandes cuestiones. Esta vez, también como siempre —de qué vamos a hablar si no—, le pregunté sobre el sentido de la vida, la felicidad, tantos porqués que me persiguen. (¡Qué fácil es ser cínico, pesimista, derrotista, y a la vez, qué falso!). Al final, justo ante de despedirnos, me acordé del pasaje de d’Ors.
—No sé, es complicado. Qué difícil es confiar [que es casi lo mismo que creer, amar y esperar]. Y qué cómodo todo lo demás, ¿no? El “noli me tangere”, por ejemplo. (Es que tengo un pedal, ya lo siento). Eugenio d’Ors dice unas cosas impresionantes. Es algo imposible de entender. Si en el fondo ya sé que es la purificación que María necesita, que todos necesitamos, pero… bueno, sin más, es que me acabo de acordar…
—¿Has leído lo que dice el Papa en Jesús de Nazaret dos? No me acuerdo muy bien, pero allí también se habla de lo paradójico que es el momento. Búscalo, a ver qué te parece.
Y así, sin enrollarnos más, nos despedimos con un “triunfaremos”. (No es algo raro, también nuestro profesor de Metafísica se despide siempre con un “mucho ánimo, señores”. Supongo que en los tiempos que corren todos necesitamos una especie de grito de guerra).

El comentario de Ratzinger es breve, pero va al núcleo. Después del “no me toques”, Jesús le dice: “…que todavía no he subido al Padre”. La paradoja, entonces, se acentúa. Es el momento menos adecuado para decirle aquello. María podría decirle: “¿Cómo no voy a tocarte ahora si es precisamente cuando puedo hacerlo? Después, cuando te vayas al Padre, ya no te tendremos físicamente, ya no podré tocarte, tenerte, como lo puedo hacer ahora”. Lo importante aquí, dice Ratzinger, es que queda superado el modo humano de encontrarse con Jesús. Ahora, el encuentro con Él implica una elevación al Padre, tomar conciencia de nuestra esencia de cristianos. Ascensión que implica caminar junto al crucificado. “Buscad las cosas de arriba”, nos enseña san Pablo.

En esta escena está condensada nuestra humana condición de querer tenerlo todo ya. Tocar a Dios mismo, verle tal como es, ahora, cuanto antes. En tiempos de Cristo, y aún hoy, era la fórmula más usada para tentar a Dios: si eres tal, muéstrate. Incluso en el plano más espiritual se cuela la misma tentación: la anticipación de la esperanza. “¿Qué son las promesas del otro mundo, cuando hayas subido al Padre, si lo que tenemos es el ahora? Si tan sólo tuviéramos una cercanía más física…”. Ahora, más que nunca, nos vemos sometidos a la incredulidad de Tomás: “Tocar para creer”. Pero, ahora la escena ha cambiado. Ahora Jesús ya ha subido al Padre. Ahora no puede decirnos “noli me tangere”, sino más bien todo lo contrario. Es lo que nos pide: Buscad y encontraréis. Venid y me podréis tocar. ¿Y cómo es eso posible? No lo sé. Ya me gustaría saberlo. Pero sé que se puede. Evidentemente, no será un tocar puramente físico, como si fuese perro (perdón por la comparación), pero sí un tocar vivo, real, que algo de físico —por elevación— ha de tener. Un tocar que no precisa de ver milagros, porque él mismo, por ser un ejercicio de fe (¡y dale con la confianza!) constituye el auténtico milagro.
Ojalá fuese una cuestión de “venid y tocad”, y que fuésemos y tocásemos. Pero es un camino un poco más largo, que pasa, como dice el Papa, por caminar con el crucificado. Es más bien un “venid y tocad”, e ir y buscar tu rostro y esperar y no tocar y no saber y verte tan poca cosa, tan poco Dios, ahí crucificado, y volver el rostro y arrepentirnos y volver a mirarte y buscarte más profundamente y apostar por ti, escarnecido y derrotado, aunque perplejos e indecisos, para luego volver, casi sin fuerzas, y verte ya resucitado e ir, esta vez sí, a tocar con Tomás, esta vez sin reproche por tu parte, hasta lo más profundo de tus llagas. Tocarte en este mundo, aunque sea a oscuras, de un modo ya definitivo, para poderte decir con toda el alma, que aunque no te tengamos como la Magdalena, a ti y sólo a ti ("tocar tu manto") te necesitamos.

jueves, 19 de abril de 2012

Al cabo

—No hagas planes, no le des tantas vueltas a la vida— me dice M. por enésima vez en los dos (o tres o cuatro) últimos meses y vuelve a contarme la historia de JFK—. ¿Ves a ese hombre? Es Kennedy. Ahí donde la ves, tan reflexivo, pero a la vez tan seguro de sí mismo, nunca quiso ser presidente. O al menos eso es lo que cuenta Jackie. Sencillamente supo aprovechar las coyunturas, estar en el lugar correcto, sacar partido de las circunstancias.
—¿Ah, sí?— digo con cierto escepticismo.
—Sí, sí. En realidad, esa es la vida. No hagas planes, ya verás, ya verás. Fíate.

A fuerza de repetición, creo que poco a poco he ido comprendiendo el mensaje. Es un consejo paradójico, de esos que no se comprenden en un mundo moderno, donde todo ha de estar perfectamente atado y planificado si quieres realmente llegar a ser alguien. Pero si las musas te abandonan, si no tienes mucho —o nada— de dónde agarrarte, ¿qué queda por hacer? "Fíate" es la voz que me acompaña. Dejar hacer, en definitiva.
Cada vez estoy más convencida de que saber vivir es una cuestión de saber confiar. Pudiendo ser lo más sencillo, en realidad es lo más difícil, pero es la clave. Dejar hacer, sí, de modo que aparezcan en nuestra vida cosas que no hemos planeado, cosas que nosotros mismos no hubiéramos podido lograr con nuestras propias fuerzas. Pinceladas maestras de nuestra vida que nos superan infinitamente, porque hemos dejado espacio —confianza— para que actuara el maestro. En la vida, como en el arte, es tan importante tanto lo que haces como lo que no haces. "Al cabo", como diría Amalia Bautista, "son poquísimas las cosas que de verdad importan en la vida". Y al final, "poder querer a alguien, que nos quieran y no morir después que nuestros hijos", es todo una cuestión de confianza. Vivir, al cabo y en definitiva, es poder sobrevivir la paradoja.

lunes, 16 de abril de 2012

"¿Y quién es ese?"

Para quienes aún no saben quién es Enrique García-Máiquez, o ya me lo han preguntado varias veces, Carmen Oteo os lo cuenta mucho mejor que yo. Además, de primera voz, con toda la objetividad de los amigos.

martes, 10 de abril de 2012

Noli me tangere

Hoy es el día perfecto para colgar en el blog uno de los textos más geniales que he leído. O, por lo menos, que más me ha impresionado. Es una reflexión de Eugenio d'Ors ante el "Noli me tangere" de Correggio. Para d'Ors, este cuadro es la encarnación del espíritu de lo barroco, no como período histórico concreto, sino como eón. Lo barroco, que por oposición a la armonía de lo clásico, es una tensión constante entre opuestos. Como la vida misma, diría yo. La mezcla entre el querer y no querer, el sí y el no, la inmensa escala de grises. El instante, como nos ha recordado EG-M, en el que el pábilo vacila. Cristo que se acerca a María a la vez que se aleja de ella, la busca pero también la rehúye... Correggio materializa esa tensión con una maestría increíble. Y d'Ors la narra con un dulzura embriagadora.


—Noli me tangere... Discípula, no me toques. Toda mi piedad es para ti. Toda mi ternura, para ti. Y mi obra entera. Y tengo todavía para darte, si me sigues, mi palabra, mi sonrisa, mi mirada, mi perfume. Pero no me toques.

(Henos aquí una vez más, en el Museo del Prado, ante la mórbida, la inquietante composición de Antonio Allegri, dicho el Correggio: obra tres veces Sagrada, por el asunto, por la emoción, por el Sentido. El Señor de pie, que muestra el camino a la Mujer anonadada. La Discípula ante el Maestro...)

—Sí, mi palabra, mi sonrisa, mi perfume. Puedo también darte el Cielo. Tu pasado, ¿qué importa? ¿Cómo podría haber en ti un pasado cualquiera, cuando para ti no hay pasado? Lo has perdido al encontrarme. Lo has perdido al perder la memoria. Tu memoria empieza mañana. Hete aquí: más blanca eres que los lirios; más joven que los pequeñuelos; más nueva que los que han visto el día de ayer. Se dice que tienes treinta, cuarenta años. Puede ser. Pero tú naces ahora, en el presente. Ven, sígueme: es como venir a la vida... Empecemos, pues. Empecemos a andar, yo delante, separando abrojos y espinas con mis manos que sangran; tú, pisando

sobre mis huellas. Verás cuán dulce es a tu pie cada pisada que dejó el mío. En el hueco de cada una habrá un poco de su forma, con un poco de mi calor... Pero no me toques.

(El Correggio es admirable en el estudio, el dibujo, la luz y la actitud de la manos. En los pies de sus imágenes, igualmente. Bien diverso del Perugino, cuyo es cierto cuadro, hoy en el Museo de Grenoble, donde se muestra, en contraste con lo que hay de celeste en el rostro y con la noble perfección del cuerpo, un pie desnudo, una casi inexplicable abominación fealdad. Pero resplandecerá todo tu cuerpo cuando tu alma esté verdaderamente encendida.)

—Tú, mujer, no sabes; conviene que sepas. Tú flotas: importa que te orientes. Te dispersas: recógete. Huyes: dómate... Forma sometida, ojos deslumbrados, senos palpitantes, temblorosas rodillas, piernas replegadas, brazos abiertos, dedos en abanico. ¡Y la garganta, que se ofrece a la inmolación! Y el movimiento y el desorden de los velos y las ropas desceñidas. Todo esto yo lo tomo, así su arcilla el escultor. Yo quiero modelarte, criatura; yo haré de ti una estatua para las gliptotecas de Dios. Cada uno de mis ademanes se grabará en tu materia dócil. El primer paso de mi pie derecho dibujará para ti una indicación de brújula. Una llamada arde en mis pupilas. La diagonal de mis brazos es la de un camino que asciende.

Un índice en lo alto designa, sin exigir. El otro índice, abajo, parece invitar a que tu debilidad se apoye en mi fuerza. Pero no me toques.

(Todo, en el Correggio, es impulsión hacia arriba. Hay siempre, en sus obras, visible o invisible, el águila que rapta a Ganímedes —como en el cuadro del Museo de Viena— y una bóveda abierta al cielo —como en la decoración de la catedral del Parma—.)

—Ahora llamo a través de ti a toda la naturaleza, la llamo a la Redención. En el regazo de la naturaleza, tú estás, Mujer, como un día estuvo tu Hijo en tu propio regazo. Formas parte de ella, te envuelve, te encierra, te baña. Tanto como te encierra, te nutre. Apenas si puedes moverte dentro de ella. Tus temblores son sus temblores... ¿Cuántos paisajes en tus ojos! ¿Cuantos paisajes en tu cuello, cuántos paisajes en tu cabellera destrenzada, cuántos paisajes, demasiado confusos y demasiado dulces! Plantas, aguas, nubes, volcanes, son tus hermanos y tus hermanas; los meteoros rigen tus secretos. ¡Cuán difícil arrancarte de esa beatitud

amorfa!... Pero la diagonal de mis brazos es bien firme. Su firmeza, casi abstracta, casi geométrica, te salvará. Y salvará al mundo también, al mundo a ti adherido, y que te seguirá cuando te salves. Así, no me toques.

(En el Correggio, el paisaje es igualmente femenino. Su ternura tiene algo de maternal. Los personajes inermes infancias nutridas por todos los zumos del paisaje. Este que vemos en el fondo de nuestro Museo da goce a los ojos, como un cuajo de leche en un lecho de verdes berros. ¡Caricia de frescura! Recuerdo de un soneto de Góngora, dedicado «A una dama muy blanca vestida de verde»; aquel donde el agua queda encanecida de espuma al paso del cisne, que sacudirá su pluma entre las juncias, al rubio sol.)

—Yo daré consistencia a tu frescura. ¡Oh estatua mía! Yo elevaré tu confusión a claridad. Yo normalizaré tu instinto en ley. Yo te arrancaré a la naturaleza para darte ala Gracia. Si eres pecadora, te haré penitente. Si eres Eva, te haré Madona. Si eres aguijón, te haré medida. Si eres guerra, te haré paz. Si eres entrañas, te haré Ángel. Pero no me toques.

No me toques, porque manchas todavía.

viernes, 6 de abril de 2012

Plenilunio por excelencia

Hoy, viernes santo,
bajo la luz de luna,
quisiera verte.