viernes, 27 de noviembre de 2009

Diario del movimiento del mundo II


El otoño es movimiento. Un movimiento sutil y silencioso, que está lleno de belleza. Los colores cambian y pareciese que de los árboles empieza a llover luz. Es un movimiento delicado, gota a gota, en el que cada hoja cae llevada por brisa del viento, que es también movimiento sutil.
Me gusta contemplar este cambio, que está lleno de fragilidad (¿tendrá esto algo que ver con la belleza?), en el que los árboles alcanzan su máximo esplendor -ahora todos son ardientes- mientras sabemos que eso significa que en breve todo aquello desparecerá, para dar paso a la cruda desnudez. Es esa fugacidad, la belleza que se escapa al volver a mirarla y los deseos atroces de inmortalizarla. De ahí estas líneas, de ahí que por esta época más personas lleven encima sus cámaras. Es el deseo de hacer estático el movimiento... y el temor a que este movimiento se detenga en la quietud de los árboles en el invierno.

lunes, 23 de noviembre de 2009

"El arte está hecho para turbar" - Braque



Sigo preguntándome por la (¿B?)belleza. Cada vez me convenzo más de que la belleza cambiará al mundo, de que por ella se obran las cosas más excelsas. ¡Cuánto me gustaría ser artista! ¡Cuánto me pesa saber que no lo soy! No me siento con fuerzas para hablar de esto ahora, pero les dejo una parte del discurso pronunciado por el Papa en su encuentro con los artistas, que es, sencillamente, genial (en su sentido más propio).


«¿Qué es lo que puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede animar al alma humana a encontrar el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar una vida digna de su vocación? ¿No es caso la belleza? Sabéis bien, queridos artistas, que la experiencia de lo bello, de lo auténticamente bello, de lo que no es efímero ni superficial, no es accesorio o algo secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad, más bien lleva a afrontar de lleno la vida cotidiana para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella.
Una función esencial de la verdadera belleza, de hecho, ya expuesta por Platón, consiste en provocar en el hombre una saludable "sacudida", que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le "despierta", abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto. La expresión de Dostoyevski que voy a citar es sin duda audaz y paradójica, pero invita a reflexionar: "La humanidad puede vivir --decía-- sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí" (...).
»La auténtica belleza, por el contrario, abre el corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de salir hacia el otro, hacia más allá de sí mismo. Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, entonces redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de comprender el sentido profundo de nuestro existir, el misterio del cual somos parte y del cual podemos obtener la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso cotidiano. »

martes, 17 de noviembre de 2009

Malditas vocales

"Las Vocales Malditas" es un libro de Oscar de la Borbolla que recoge 5 cuentos, cada uno de las cuales está escrito con sólo una de las vocales. No he leído el libro, pero la idea me ha inspirado.
He intentado hacer lo mismo con la A y la E, y creo que algo he logrado... aunque he de aceptar que el primero ha quedado mucho mejor que el segundo, que es un poco ridículo. También pongo lo que he logrado con la I... Si Monterroso tiene un cuento famoso de sólo 8 palabras, ¿por qué yo no? El mío es toda una historia romántica, con final triste incluido (Más de once mil kilómetros de distancia...).

Estas son mis "Malditas vocales".

MALDITA A

A Marta la llaman "la santa". Marta ama cantar baladas. Las palabras cantadas calan hasta las almas francas.
La dama jamás acata la maldad, manda callar las palabras vanas; habla: "¿Caras largas? ¡Jamás!".
Marta ama trabajar para ganar almas, las calma, las ampara, las sana.
Marta trabaja cada mañana; va a la granja. Allá gana plata para pagar pan.
La dama traslada las vacas a la manada, las saca a pastar; amarra la vaca blanca a la banca más alta. Más allá, da zancadas afanadas para alcanzar las patas, la bandaba. Para mañana hará trampas para atraparlas, jamás para matarlas. Marta ralla manzanas, lanza las cáscaras para darlas a las pájaras cazadas.
La dama ama las gatas; rasca la panza a la gata más sagaz, la acapara, la abraza, la manda a cazar ratas.
Marta trabaja, trabaja. La granja gana fama.
Marta, cada mañana, al trabajar para amar más, ya santa, agranda almas para zarpar al más allá.

MALDITA E

El demente ve trece entes terrestres en el frente. Les ve crecer, crecer, crecer… Se estremece. De repente emerge gente de redes de peltre. Tres reyes perecen.
Demente: ¡Eh! ¡Peleles! ¡Entes enfrente de ese tren! ¿Me creen? ¡Tened temple! ¡Tened fe! ¡Preséntense en Dresde!
En breve, seres rebeldes se meten en retretes de gel verde. Entre rebeldes regentes, el demente ve el neceser de peces celestes de Mercedes.
Demente: ¡Mercedes! ¿Qué te crees? Este mes te esperé tres veces. ¡Ven! Que me enterneces…
Mercedes: Te veré en Dresde. De Fred engendré este bebé que ves en el neceser. Sé clemente.
Demente: ¿De Fred? ¿de ese enclenque es el bebé?

En tres meses el demente perece de ver que Mercedes, que es de excelente mente, cree que Fred es decente.

MALDITA I

Lili is in Mississippi with Tim. I'm in Fiji. I miss Tim. (Fin)


jueves, 12 de noviembre de 2009

Caballeros de causas imposibles


La historia de mi vida no comienza en las altas esferas de una corte. Antes de ser Duque fui mucho tiempo Caballero y esa ha sido siempre mi verdadera vocación. Cuando empecé a hacerme viejo acepté este título del que ahora me precio, de manos de Su Majestad, el Rey. Soy feliz, de eso no hay duda, pero aún así conservo mis armas de batalla como el tesoro más preciado. En ellas están mis memorias de aquella época en la que tomé el escudo, un caballo brioso, empuñé la espada y emprendí el camino.

Recuerdo perfectamente el día que decidí ser Caballero y recuerdo con igual claridad todas aquellas cosas que se fueron gestando en mí desde que era muy pequeño, cuando mi padre me contaba miles de historias caballerescas. Aún siguen vivos en mí, a pesar de que me he hecho viejo, todos aquellos ideales que me empujaron a salir de casa.

Mi padre nunca fue Caballero, su vocación era de artista y se dedicaba a los oficios manuales. Fue un gran pintor y principalmente se dedicaba a la orfebrería, aunque más de una vez ejerció también de trovador. Supongo que de allí sacaba sus geniales historias, que tanto me gustaban. Mi madre, por su parte, era hilandera. Ser Caballero fue algo que primero se formó en mi imaginación como algo inalcanzable, pues sólo la gente de noble cuna era digna de tal ministerio. En todo caso, no es mi intención contar con detalles mi historia, mi padre tenía nobles que le conocían y estimaban como hombre y artista y así fue como aquel ideal se hizo posible.

Mis ideales eran altos, nobles y quizás ilusorios. No conocía la vida de la corte, ni los campos de batalla y no había pensado que salvar vidas implicaba destruir otras. Esas fueron cosas que empezaron a aparecer en el camino y, después de muchas lágrimas solitarias, me hicieron un gran Caballero. Antes de empuñar la espada le juré a mi padre luchar por el honor y la justicia, y ese mismo día le juré a Dios que perdería todo antes de dar un paso atrás; le juré incluso perder el honor antes que por soberbia negarme a mostrar mi debilidad. Los caballeros tienen que mostrar sus heridas es algo que nunca me he cansado de repetir.

Durante la ceremonia hice un juramento; en el interior de mi modesta casa hice otro: Juré que siempre lucharía por las causas imposibles. Fue un juramento de juventud, que ahora no sé si me hubiera atrevido a formular, pero del que nunca me he arrepentido. Aún hoy lo renuevo cada día y creo que es de las pocas cosas que desde aquella época no he dejado de hacer. Aquéllas son las causas en las que "ya no queda nada que hacer", según los hombres sensatos, pero que unos pocos locos se deciden tomar sobre sus hombros. Son empresas que causan heridas, ultrajes y burlas, y a veces muchas pérdidas. Pero creedme, lo digo yo que además de Caballero soy Duque, esas son las que valen la pena, por esas causas aún guardo mis armas. No puedo quejarme: he obtenido un premio en esta vida, pero sé que hay muchos que siguen en medio de muchas batallas imposibles e incluso sé de quienes han muerto en el intento. Son los valientes de la tierra, que han visto que por encima de esta gran cosa -el honor- hay coronas sempiternas. Pues hay quienes se juegan la viva por la honra y quienes se juegan la honra por el alma.
Que la Providencia os acompañe,
EL DUQUE DE CAMELOT.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Una respuesta


Recojo una anécdota contenida en El diablo es conservador de Alejandro Llano. Yo no diré nada al respecto, seguramente el Duque de Camelot tiene mucho más que decir.

Anciano y ciego, el escritor argentino Jorge Luis Borges se encontraba ante una audiencia multitudinaria en la Universidad limeña de San Marcos. La revolución -provocada esta vez, curiosamente, por militares- parecía estar de nuevo a la orden del día, e impregnaba el ambiente académico de ese tono irreal y crispado que algunos conocemos bien. Los estudiantes insultaban a Borges porque algunas de sus recientes declaraciones chocaban clamorosamente con la ortodoxia revolucionaria que aquellos universitarios se sentían obligados a obedecer. Tras largos minutos de escándalo, durante los cuales Borges contemplaba el vacío con su mirada ciega, se hizo por fin el silencio. Borges comenzó a hablar de literatura con voz queda y quebrada. La luminosidad y la belleza comparecieron. El auditorio pasó de la rabia a la fascinación. Terminada la conferencia, llegó el turno de preguntas. La primera valió por todas: «¿Cómo es posible que un hombre tan culto e inteligente como usted, señor Borges, se empeñe en oponerse al curso de la historia?». La respuesta no tuvo desperdicio: «Oiga, joven, ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos causas perdidas?».