lunes, 14 de diciembre de 2009

La verdadera contaminación



8 de diciembre de 2009; Benedicto XVI pronunció unas palabras en la Plaza de España. No os las perdáis. Aquí dejo una parte que está llena de sabiduría.

"Con frecuencia nos quejamos por la contaminación del aire, que en ciertos lugares de la ciudad es irrespirable. Es verdad: se requiere el compromiso de todos para hacer más limpia la ciudad. Y, sin embargo, hay otra contaminación, menos perceptible por los sentidos, pero igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu, que hace que nuestros rostros sonrían menos, sean más tristes, que nos lleva a no saludarnos, a no mirarnos a la cara... La ciudad está hecha de rostros, pero por desgracia las dinámicas colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Todo lo vemos superficialmente. Las personas se convierten en cuerpos y estos cuerpos pierden el alma, se convierten en cosas, objetos sin rostros, intercambiables, objetos de consumo."

Esto me recuerda unas parte de una canción: "Hay tantos muros entre las miradas que aunque nos vemos nunca vemos nada".

No sé si es el smog, la industrialización o simplemente de la deificación del tiempo, la razón por la que los demás dejan de ser para nosotros personas y pasen a ser elementos del paisaje. La mirada se nos ha ensombrecido, se nos ha metido el cristalito en el ojo de la Reina de las Nieves y nos hemos ido haciendo inhumanos. El problema está en la mirada, estoy segura, en que no sabemos ver más allá de nuestras narices, en que los ojos de los demás ya no nos dicen nada porque con smog no se pueden ver las cosas claramente. Y nos perdemos del llanto de los otros y de sus sonrisas, de lo mejor de los demás: aquello que es más que el puro aparecer.

Hay tantos muros... que sólo nos atrevemos a apartar la vista, mirar al suelo y sentirnos miserables, porque en el fondo lo sabemos; sabemos que vivimos ajenos al sufrimiento de los demás, ajenos a sus ilusiones, querríamos poder ver pero no sabemos cómo, no nos atrevemos.

Y en el fondo nos encontramos con nuestro egoísmo y la avaricia ¡del tiempo!, eso que nunca nos alcanza, que siempre parece insuficiente.

Aquí, en España, por ejemplo, es curioso que cuando te encuentras con alguien por la calle o la universidad inesperadamente, el "saludo" es siempre un "hasta luego". Alguien me dijo un día que era una manera de "saludar", sin pasar de largo, pero tampoco sin detenerte. Mejor dicho, es una manera de cerrar de entrada toda posibilidad de diálogo; con un "hasta luego" no se puede empezar una conversación.
No es que sólo pase en España, ya lo sé, esto es una epidemia mundial, mayor aún que la gripe A y sumamente contagiosa. Si supiéramos pararnos, quizás aprenderíamos a mirar. El Papa en su discurso habla de "objetos sin rostro"; no me puedo imaginar nada más horrible, nada más digno de un película de terror... Masas de gente, todos iguales, sin nada que los diferencie, sin ventanas que nos dejen entrever algo de su alma. Ciudades grises y azarosas en las que es fácil lanzar la piedra y esconder la mano, porque nos fundimos en una misma multitud indiferenciada.
Hay mucho de Greenpeace y educación ecológica cuando en realidad lo que estamos perdiendo es al hombre. Estamos contaminados espiritualmente y de mirar al exterior nos hemos olvidado de la profundidad del espíritu.

El problema, además, es que no sólo somos ciegos sino que también nos empeñamos en llevar gafas oscuras. No vemos, pero tampoco queremos que nos vean. Nos escurrimos de las miradas ajenas, porque tememos mostrar nuestra debilidad, nuestras heridas. Somos, por vía doble, los culpables de que una sencilla pregunta -"¿qué tal?"- esté completamente vacía de significado. La preguntamos sin esperar respuesta y la respondemos sistemáticamente.

"La ciudad está hecha de rostros", ¿qué pasaría si nos decidiéramos a descubrirlos? Estoy segura de que no perderíamos nada y lo ganaríamos todo. Como mínimo nos sorprenderíamos de lo mucho que nos parecemos y quizás descubriríamos, como respuesta a nuestra sed, que las demás personas son fuentes en movimiento... ¿Contaminadas? Digamos, mejor, que en constante purificación.

1 comentario:

  1. Ché, parece un comentario al film de Metrópolis. Es ciertamente una ciudad donde hay muros y objetos, donde nadie sonríe y pocos se dan cuenta de lo grave de la enfermedad. Una ciudad donde todos trabajan sin mirar lo que hacen los demás. Un saludo.

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