miércoles, 30 de marzo de 2011

Una vida en un día

Sólo hay luna llena un día al mes. Lo demás es oscuridad, búsqueda... y regresión. Pero hay luna llena. Pero sólo un día.


20. I. 2011

Un día de pensamientos fragosos:

suicidios, sufrimientos, despedidas,

más ese dolor punzante de saber

que yo no soy ajena a todo aquello,

que eso que veo en los demás me mira

con ojos de verdugo, fulminantes,

“no son otros, eres tú, son tus actos”.

Todo el día cargando con un peso,

arrastrando en mi bolso la tristeza,

tomando unos apuntes sin sentido

del sentido del ser y su patencia.

Cae la tarde; el frío que fustiga

con saña la carne, hiela hasta el alma.

Aun así no quiero volver a casa.

Y es entonces cuando por primera vez

la Filosofía cumple su augurio

y el mochuelo de minerva despunta

el vuelo: en Ciencias hay un concierto,

¡guitarra, saxo, batería, bajo!

Estruendos de aplausos. Se acaba todo

y con un gozo nuevo vuelvo fuera

dispuesta a emprender una nueva lucha.

De camino a casa aparece, arriba,

blanco sobre negro, como esculpida,

la luna llena en la que leo claro

que a pesar de todo aún nos queda ella,

el jazz, la música, la poesía,

¡la esperanza de un sol que presta su luz

a los astros ciegos del firmamento!

miércoles, 23 de marzo de 2011

"Encontrarás dragones" (II)

— La guerra es una especie de brutalidad condensada. No cabe dulcificarla. Pero, para un agnóstico como yo, el concepto cristiano de redención resulta fascinante. Es un mensaje de perdón, de reconciliación, ante el que me quito el sombrero (...) No son filosofías, sino obras palpables y contabilizables. De modo que un santo es lo más humano que hay. Y todo ser humano está llamado a esos niveles de excelencia, aunque a veces su ego o su odio no se lo permitan ver. En cierto modo, un agnóstico, cuando deja de serlo, lleva a cabo el acto más grande de reconciliación.
Ahora sí. Antes tan sólo hacía una reflexión personal sobre el título de película, que me parecía sumamente sugestivo, mientras que ahora puedo hablar directamente de la película, con conocimiento de causa.
Quizá no sea el peliculón del año, pero es una gran película. No soy crítica de cine ni profesional de la Comunicación, así que mis apreciaciones de las películas suelen apuntar más a cuestiones de contenido, temáticas de fondo, los modos de decir, etc. Por esto, por si estáis interesados, después de haber leído varias críticas, aquí os dejo esta, que es con la más comparto mis opiniones.

En cuanto a lo que me compete, la temática de la película puede dar para rato, así que sólo haré una enumeración a grandes rasgos. Cuando la veáis, vosotros diréis.
En ella encontraréis una historia sobre el perdón en la que, al hilo de los recuerdos personales de uno de los protagonistas, se desvelan dos vidas antagónicas, dos modos de luchar contra los dragones propios y ajenos que inevitablemente se nos presentan siempre, especialmente en un contexto de guerra -la guerra civil española- donde los odios y excesos por parte y parte aún hoy despiertan heridas.
La vida de un santo -san Josemaría Escrivá- y de un hombre que ha perdido por completo el sentido de su vida, se tocan tangencialmente para mostrar cómo el perdón y el amor son las únicas posibilidades de redención para uno y otro. Y es que el perdón es un temazo. Es la única posibilidad real de cambiar el pasado, de influir positivamente en él.
Otro gran tema es la amistad o, en contraposición, la soledad. El gran drama de Manolo -que es quien cuenta la historia- es, en definitiva, este. Toda su vida ha estado solo, excepto quizá en su infancia, cuando tuvo un verdadero amigo, Josemaría, de quien termina por distanciarse. Al principio me llamó mucho la atención que fuera Manolo quien contara toda la historia de san Josemaría, cuando sus vidas en realidad no habían estado tan entrelazadas como cabría esperarse. De hecho al principio pensé que la relación de Josemaría y Manolo durante la guerra civil iba a ser decisiva, cuando en realidad sus vidas se han separado totalmente desde unos años antes. Lo único que los une es una carta que cada año le escribe el sacerdote en prueba de su amistad. El caso es que Manolo está sólo en la lucha con sus dragones. Nunca se entendió bien con su padre, no tiene ideales muy fuertes por los que luchar -ni en un bando ni en otro-, su amor se ve frustrado y termina siempre por herir a quienes le rodean. Su soledad se convierte en una espiral sin salida que lo aboca a cerrarse en sus sufrimientos, a dejarse llevar por sus pasiones.
La vida de Josemaría y los chicos que le acompañan está teñida de alegría aún en medio de la guerra. Y es que sentirse acompañado, apoyado, unidos por algo más fuerte que ellos mismos, es lo único que los salva de entrar en la misma espiral de Manolo, a la que también se ven atraídos.
Y bueno, por supuesto, detrás de todo está la pregunta por el sentido, la redención humana, las propias luchas, los propios miedos. Todo es lo que hace que "Encontrarás Dragones" sea una película profundamente humana, que toca las fibras del alma. Una película que especialmente por esto y la maravillosa dirección artística, hay que ver.

Ya me diréis qué tal.

jueves, 17 de marzo de 2011

"Encontrarás dragones" (I)


Cuando las personas miran en su interior encuentran allí, en lo más profundo, dragones. Y como si se tratase de una caja de Pandora (que en realidad era una tinaja) en la que nos asomamos y atisbamos los principios de todos los males, decidimos alejar rápidamente nuestra mirada, ignorar la presencia de esos monstruos que pugnan por salir. Por eso, ahora, el hombre moderno no soporta el silencio -tan elocuente- y lo acalla con el ruido de un iPod; no quiere encontrarse nunca solo para evitar las preguntas a las que invita la soledad y se llena de compañía a través de la pantalla de una BlackBerry. Pero la realidad es que los dragones existen en todos y en todos con rugen con fuerza. Sí, en todos. Hasta en los santos.
San Agustín hablaba de la interioridad como la mejor vía de conocimiento. Al mirar dentro de sí el hombre encuentra a Dios y, en Dios, todas las verdades. Pero hay que recordar que durante muchos años san Agustín sólo encontraba dragones en su alma, vacío, podredumbre. Todo, menos respuestas. Pero la experiencia humana es que la vida es lucha -"militia est vita hominis super terram"-, lucha contra uno mismo, contra los dragones propios y, a veces, los ajenos. Lucha porque hay sufrimiento, heridas, desengaños y, sobre todo, porque hay amor y perdón, que es lo que le da sentido a todo. Con los dragones se vive y, con ellos mismos, se vence. Es lo que diría san Agustín y, con él, todo aquel que ha conocido el dolor, la angustia, el odio, la muerte y, mirando al basilisco a los ojos, ha sabido sobreponerse a ellos. Sólo entonces, al mirar dentro de sí, no tendrá miedo de lo que hallará dentro y, en su defecto, encontrará la paz, posible y largamente anhelada.
Pero antes hace falta encontrar dragones.

Este 25 de marzo se estrenará "Encontrarás dragones", una película dirigida por Roland Joffé que llega al fondo de esta cuestión: los dragones con que todos, santos o no, nos topamos. Por eso es una película para todos, porque habla a la humanidad -tan pobre y engrandecida- que a ningún hombre es ajeno. Una película para ver, disfrutar con el buen cine... y digerir. Para todo aquel que sabe que la vida misma es una guerra.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Respuesta

Wem sonst
als
dir.

-¿Por qué ya no escribes tanto en el blog?- Preguntabas, sabiendo perfectamente la respuesta.

Yo, pensativa, me acordaba de Holan:
Un poema
es un don… Sí, pero lo hablado vale más que lo escrito…
¡Qué daría por un amigo!

martes, 1 de marzo de 2011

Vida urbana


En Pamplona a los autobuses se les llama villavesas. Es otro nivel. Paran únicamente en sus respectivas paradas y, además, a una hora en punto. Nunca exceden su velocidad. Puedes pagar en efectivo o con trajeta -no me refiero a la de crédito, por supuesto, pero sería pensable- si quieres ahorrarte la mitad. Siempre están impecables y pocas veces hay mucha gente. Y como los viajes no son muy largos hay poco tiempo para leer o conocer a alguien interesante.
En Colombia a los autobuses se les llama, simplemente buses. Y cada viaje es una aventura emocionante. Los buses no pasan a ninguna hora, es decir, pasan siempre que los necesitas (hay algo mágico en ello, lo sé). Así no tienes que programar todo tu día en función de tus viajes y nunca tienes que cruzarte con la misma gente. Hay paradas de buses, por supuesto, pero para qué ir hasta ellas si en todo caso el bus pasa frente a tu casa. No hay necesidad de paseos innecesarios, basta una seña al autobusero desde la calle para que amablemente pare. Por supuesto, lo mismo al bajarse. Es cuestión de desarrollar la técnica de tocar el tiembre con la suficiente anterioridad para que pase justo donde querías.
El bus es mucho más barato que la villavesa y siempre cabe negociación, picardía (2 x 1 y me monto por atrás). El excedente se paga en otros sentidos: nunca están tan limpios, las sillas están ralladas (con declaraciones de amor en el mejor de los casos) y corres el riego de perder tu vida. Esto último lo digo con gracia, pero en serio. Una vez iba en un bus que estaba haciendo una flagrante carrera con otro bus por las calles de Bogotá, los mini-coopers de "The Italian Job" era meros juguetes a comparación con las velocidades a las que íbamos. Y es que, claro, ¿qué pasa cuando -sin horario- dos buses que hacen el mismo recorrido se encuentran? La ley del más fuerte. El que se quede en la retaguardia no es más que una escoba que recoge a algún cliente que ha salido un segundo más tarde de su casa. Por eso también hay gente que a cambio de unas cuantas monedillas a cronometrar los tiempos que hay entre un bus y otro para que el conductor establezca su táctica (en Colombia, conducir un bus es también cuestión de estrategia). Por otro lado, en cuanto a perder la vida, puedes también realmente morir de asfixia. Y no exagero, lo prometo. A ciertas horas los buses van absolutamente atestados de gente. Absolutamente. Si nunca has estado allí dentro no lo puedes entender. Absolutamente. Hasta el punto de que es probable que sólo puedas apoyar un pie en el suelo porque no hay sitio para los dos (caso 100% real). Como los buses tienen tornos para llevar el cálculo de la gente que se monta y las cuentas que al final deben rendir a sus jefes (de ahí lo del 2 x 1 y me monto por detrás, donde no hay tornos), en estos casos de absoluto atestamiento, abren sus puesrtas de atrás y cómo están, recordadlo, totalmente llenos de gente, el conductor no te ve ni el pelo al montarte. Pero, todo hay que decirlo, los colombianos somos buena gente y tus modeitas pasan de mano en mano hasta llegar al conductor, sin que nadie se las quede, y en el mejor de los casos hasta te llega el cambio de vuelta.
Por último, y más importante, lo mejor, lo que hace de cada viaje una aventura apasionante, es la gente. Yo siempre iba en el bus esperando algún encuentro trascendental. Allí, todo Colombia es una misma cosa. Te puedes sentar al lago del mendigo o del ejecutivo o del que va escribiendo poemas de amor o leyendo una novela (a mí una vez me echaron del bus mientras me terminaba "El molino junto al Floss". "Eh, se tiene que bajar que ya no voy más lejos"). No es raro empezar una conversación o hacerse un "amigo" que acorte el viaje. Yo, por ejemplo, le conté todos mis planes de venirme a Navarra a un hombre que me habló por primera vez del País Vasco. Incluso me dio su teléfono por si necesitaba ayuda para algo.
Quizá te topes con algún ladronzuelo, lo reconozco, pero eso, por suerte, es ajeno a mi experiencia. Antes te encuentras con gente muy honrada que se busca la vida como puede trabajando en los autobuses. Y esto, para mí, era siempre lo más entretenido. A veces también lo más doloroso. Y es que en los buses también hay caridad y el conductor presta sus servicios a ciertas personas que se montan en el bus y delante de todo el mundo te cuentan su vida, te enseñan sus informes médicos, lo caro que resulta el tratamiento, su mujer, sus cinco hijos, la falta de trabajo. Siempre muy cordialmente, comenzando su discurso con un "muy buenas tardes señores y señoras. Siento perturbar su viaje sólo unos minutos para contarles que...". Otros venden chocolates, piruletas, pulseras, todo tipo de manufacturas para que seas tú quien le pongas precio a su trabajo. "Se los reparto sin compromiso", y al final o bien devuelves el producto o le das tu dinero. Mis favoritos eran los cantantes, que te dan su producto les pagues o no. Cantautores excelentes con sus guitarras y sus canciones, con temas muy nuestros. Ilona, por ejemplo, ahora reconocida en Colombia, empezó su carrera artística pidiendo dinero en los buses con sus canciones. O también están los intérpretes. Nunca olvidaré al chico que nos cantó una vez "La canción del elegido" de Silvio Rodríguez. También están los raperos con radicassette a bordo, e incluso sé de uno que siempre se montaba con un arpa para interetar sus canciones llaneras.

¿Ahora veis por qué las villavesas pamplonicas me parecen tan poca cosa a pesar de la seguridad, puntualidad y limpieza?