martes, 29 de diciembre de 2009

Inventar el libro



Me he encontrado con este maravilloso artículo publicado en "El Malpensante". Es una joya, ¡que lo disfrutéis!

INVENTAR EL LIBRO

Juan Villorio

¿Qué tan novedoso debe ser un invento? La importancia de un producto suele depender de su capacidad de sustituir a otro. La tecnología necesita contrastes; sus aportaciones se miden en relación con lo que había antes. El inventor es el hombre que llega después.

Lo nuevo existe en serie: es la última parte de una secuencia, requiere de algo que lo anteceda. Esto lleva a una pregunta: ¿podemos inventar hacia atrás? ¿Qué pasa si le asignamos otro orden a la historia de la técnica?
Imaginemos una sociedad con escritura y alta tecnología, pero sin imprenta. Un mundo donde se lee en pantallas y se dispone de muy diversos soportes electrónicos. Abundan los receptores de textos e incluso se han diseñado pastillas con resúmenes de libros y métodos hipnóticos para absorber documentos. Esa civilización ha transitado de la escritura en arcilla a los procesadores de palabras sin pasar por el papel impreso. ¿Qué sucedería si ahí se inventara el libro? Sería visto como una superación de la computadora, no solo por el prestigio de lo nuevo, sino por los asombros que provocaría su llegada.
Los irrenunciables beneficios de la computación no se verían amenazados por el nuevo producto, pero la gente, tan veleidosa y afecta a comparar peras con manzanas, celebraría la ultramodernidad del libro.
Después de años ante las pantallas, se dispondría de un objeto que se abre al modo de una ventana o una puerta. Un aparato para entrar en él.
Por primera vez el conocimiento se asociaría con el tacto y con la ley de gravedad. El invento aportaría las inauditas sensaciones de lo que solo funciona mientras se sopesa y acaricia. La lectura se transformaría en una experiencia física. Con el papel en las manos, el lector advertiría que las palabras pesan y que pueden hacerlo de distintos modos.
La condición portátil del libro cambiaría las costumbres. Habría lectores en los autobuses y en el metro, a los que se les pasaría la parada por ir absortos en las páginas (así descubrirían que no hay medio de transporte más poderoso que un libro).
La variedad de ediciones fomentaría el coleccionismo; los pretenciosos podrían encuadernar volúmenes que no han leído y los cazadores de rarezas podrían buscar títulos esquivos y acaso inexistentes. Solo los tradicionalistas extrañarían la primitiva edad en que se leía en pantalla.
En su variante de bolsillo, el libro entraría en la ropa y sería llevado a todas partes. Esta ubicuidad fomentaría prácticas escatológicas en las que no nos detendremos. Baste decir que acompañaría a quienes necesitaran de distracción para ir al baño.
Las más curiosas consecuencias del invento tardarían algún tiempo en advertirse. Una de ellas está al margen de la ciencia y la comprobación empírica, pero sin duda existe. El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.
El hecho de que incluso los tomos pesados se desplacen sin ser vistos representaría un misterio menor, como el de los calcetines a los que se les pierde un par en el camino a la azotea, si no fuera porque los libros se mueven por una causa: buscan a sus lectores o se apartan de ellos. Hay que merecerlos. El password de un libro es el deseo de adentrarse en él.
Las pantallas son magníficas, pero les somos indiferentes. En cambio, los libros nos eligen o repudian.
Otras virtudes serían menos esotéricas. ¡Qué descanso disponer de una tecnología definitiva! El sistema operativo de un libro no debe ser actualizado. Su tipografía es constante. Eso sí: su mensaje cambia con el tiempo y se presta a nuevas interpretaciones.
Para quienes vivimos en tristes ciudades en las que se va la luz, el libro representa un motor de búsqueda que no requiere de pilas ni electricidad.
Qué alegrías aportaría el inesperado invento del libro en una comunidad electrónica. Después de décadas de entender el conocimiento como un acervo interconectado, un sistema de redes, se descubriría la individualidad. Cada libro contiene a una persona. No se trata de un soporte indiferenciado, un depósito donde se pueden borrar o agregar textos, sino de un espacio irrepetible. Llevarse un libro de vacaciones significaría empacar a un sueco intenso o a una ceremoniosa japonesa.
Con el advenimiento del libro, la gente se singularizaría de diversos modos. Esto tendría que ver con los plurales contenidos y la manera de leerlos, pero también con el diseño. Los fetichistas podrían satisfacer anhelos que desconocían.
¿Hasta dónde podemos apropiarnos de un artefacto? El libro es el único aparato que se inventó para ser dedicado, ya sea por los autores o por quienes lo regalan. Qué extraño sería instalar un programa de Word dedicado con cariño a la esposa de Bill Gates. En cambio, el libro llegó para ser firmado y para escribir un deseo en la primera página.
Las novedades deslumbran a la gente. El libro ya cambió al mundo. Si se inventara hoy, sería mejor.

jueves, 24 de diciembre de 2009

¡FELIZ NAVIDAD!


Para los que no quieren hacer el papel de Niño Dios sino de Rey Mago, pero que -como yo- no tienen más que sus manos vacías.
Narra un cuento que, entre los pastores que corrieron la noche de Navidad a adorar al Niño había uno tan pobrecillo que no tenía nada que ofrecer y se avergonzaba mucho. Llegados a la gruta, todos competían en ofrecer sus dones. María no sabía cómo hacer para recibirlos todos, teniendo en los brazos al Niño. Entonces, viendo al pastorcillo con las manos libres, cogió a Jesús y se lo confió. Tener las manos vacías fue su fortuna y, a otro nivel, será también la nuestra.
¡¡FELIZ NAVIDAD!!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Todos los caballeros son andantes


Los caballeros tienen que emprender el camino. No pueden quedarse siempre en casa; es preciso que salgan al mundo y se enfrenten con él. It's a dangerous bussiness, Frodo. Por eso los caballeros son valientes. Creedme, lo más difícil es comenzar a andar porque nunca se sabe lo que se encontrará en el camino. Hay un instante de trepidación, ese que se da entre dar o no dar ese paso fuera, en el que se forja el caballero. Después será más o menos honrado, más o menos valiente, pero es ahí donde se hace caballero.

La vida muchas veces pende de un hilo, que pensándolo bien suele ser la representación de la duda. Es un sitio peligroso, que nos impide actuar pero que mantiene latente el principio de la acción. ¿Por qué digo peligroso? Porque podemos permanecer en él demasiado tiempo. No dudar, no preguntarse, no debatirse es no admirarse, es dejar de ser joven. Por otro lado, decidirse, emprender un camino, puede ser muy difícil porque no es simplemente cuestión de un "sí". Ya quisiéramos que fuese así de fácil, que dependiera de un sólo acto de la voluntad, pero de hecho la realidad es mucho más compleja. Entre el querer y el poder hay un abismo que no deja de sorprenderme, no sólo porque podemos querer imposibles -que es otro tema fascinante-, sino porque hay miles de cosas que no dependen de nosotros. Para construir el puente que salva el abismo se necesita algo más que las propias fuerzas.

A veces, lo que les pasa a los caballeros es que esperan demasiado tiempo el momento perfecto, las armas perfectas, que el caballo haya llegado a la madurez... y, sobre todo, esperan a haber adquirido al fin las fuerzas necesarias. Al final de la vida, todos dicen lo mismo: todos los caballeros son andantes, todos los caballeros se hacen en el camino a partir del momento que salen de sus casas. Cuesta un tiempo descubrir que no hay que esperar el momento perfecto, que no somos perfectos, ni siquiera los caballeros. Es cuestión de andar asumiendo el miedo... "El miedo a errar es miedo a la verdad", me dijeron cuando dudaba. No sé si aún hoy he logrado entender su sentido, pero muchas veces me ha ayudado a seguir el camino.
En cualquier caso, caminar y galopar, al menos, es siempre divertido.

Que la Providencia os acompañe,

EL DUQUE DE CAMELOT.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La verdadera contaminación



8 de diciembre de 2009; Benedicto XVI pronunció unas palabras en la Plaza de España. No os las perdáis. Aquí dejo una parte que está llena de sabiduría.

"Con frecuencia nos quejamos por la contaminación del aire, que en ciertos lugares de la ciudad es irrespirable. Es verdad: se requiere el compromiso de todos para hacer más limpia la ciudad. Y, sin embargo, hay otra contaminación, menos perceptible por los sentidos, pero igualmente peligrosa. Es la contaminación del espíritu, que hace que nuestros rostros sonrían menos, sean más tristes, que nos lleva a no saludarnos, a no mirarnos a la cara... La ciudad está hecha de rostros, pero por desgracia las dinámicas colectivas pueden hacernos perder la percepción de su profundidad. Todo lo vemos superficialmente. Las personas se convierten en cuerpos y estos cuerpos pierden el alma, se convierten en cosas, objetos sin rostros, intercambiables, objetos de consumo."

Esto me recuerda unas parte de una canción: "Hay tantos muros entre las miradas que aunque nos vemos nunca vemos nada".

No sé si es el smog, la industrialización o simplemente de la deificación del tiempo, la razón por la que los demás dejan de ser para nosotros personas y pasen a ser elementos del paisaje. La mirada se nos ha ensombrecido, se nos ha metido el cristalito en el ojo de la Reina de las Nieves y nos hemos ido haciendo inhumanos. El problema está en la mirada, estoy segura, en que no sabemos ver más allá de nuestras narices, en que los ojos de los demás ya no nos dicen nada porque con smog no se pueden ver las cosas claramente. Y nos perdemos del llanto de los otros y de sus sonrisas, de lo mejor de los demás: aquello que es más que el puro aparecer.

Hay tantos muros... que sólo nos atrevemos a apartar la vista, mirar al suelo y sentirnos miserables, porque en el fondo lo sabemos; sabemos que vivimos ajenos al sufrimiento de los demás, ajenos a sus ilusiones, querríamos poder ver pero no sabemos cómo, no nos atrevemos.

Y en el fondo nos encontramos con nuestro egoísmo y la avaricia ¡del tiempo!, eso que nunca nos alcanza, que siempre parece insuficiente.

Aquí, en España, por ejemplo, es curioso que cuando te encuentras con alguien por la calle o la universidad inesperadamente, el "saludo" es siempre un "hasta luego". Alguien me dijo un día que era una manera de "saludar", sin pasar de largo, pero tampoco sin detenerte. Mejor dicho, es una manera de cerrar de entrada toda posibilidad de diálogo; con un "hasta luego" no se puede empezar una conversación.
No es que sólo pase en España, ya lo sé, esto es una epidemia mundial, mayor aún que la gripe A y sumamente contagiosa. Si supiéramos pararnos, quizás aprenderíamos a mirar. El Papa en su discurso habla de "objetos sin rostro"; no me puedo imaginar nada más horrible, nada más digno de un película de terror... Masas de gente, todos iguales, sin nada que los diferencie, sin ventanas que nos dejen entrever algo de su alma. Ciudades grises y azarosas en las que es fácil lanzar la piedra y esconder la mano, porque nos fundimos en una misma multitud indiferenciada.
Hay mucho de Greenpeace y educación ecológica cuando en realidad lo que estamos perdiendo es al hombre. Estamos contaminados espiritualmente y de mirar al exterior nos hemos olvidado de la profundidad del espíritu.

El problema, además, es que no sólo somos ciegos sino que también nos empeñamos en llevar gafas oscuras. No vemos, pero tampoco queremos que nos vean. Nos escurrimos de las miradas ajenas, porque tememos mostrar nuestra debilidad, nuestras heridas. Somos, por vía doble, los culpables de que una sencilla pregunta -"¿qué tal?"- esté completamente vacía de significado. La preguntamos sin esperar respuesta y la respondemos sistemáticamente.

"La ciudad está hecha de rostros", ¿qué pasaría si nos decidiéramos a descubrirlos? Estoy segura de que no perderíamos nada y lo ganaríamos todo. Como mínimo nos sorprenderíamos de lo mucho que nos parecemos y quizás descubriríamos, como respuesta a nuestra sed, que las demás personas son fuentes en movimiento... ¿Contaminadas? Digamos, mejor, que en constante purificación.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Mi primer aniversario (Parte II)


Las cosas que han marcado la diferencia:

La Navidad más larga (hasta el 6 de enero), los Reyes Magos, el concurso de villancicos, la Universidad, la FILOSOFÍA, Pamplona (Tierra de Diversidad) y su clima sorprendente, la nieve, el invierno, la primavera, ¡el verano!, el otoño, las excursiones, la convivencia estrecha, la gente, los 8 que después fueron 7 y después 6 (el Círculo de Pamplona), el nuevo vocabulario* (guay, mola...), el euskera, el descubrimiento del monte, la playa, los paisajes, la javierada (55 kilómetros a pie), los pintxos, la tortilla de patata, el pan y el aceite, el chocolate con churros, el jamón serrano, los turrones, Torreciudad, los viajes a Vitoria, los conciertos en la Universidad, el cerezo del campus, el pádel, los sanfermines (aunque no me gustan los toros, ni los tumultos, ni el alcohol), los pueblos de cada quién, los nombres marianos en un 80% (Camino, Almudena, Macarena, Begoña, Loreto...), la celebración del Santo, la carga histórica de todo lo que pisas (aquí cayó herido san Ignacio, aquí nació san Francisco Javier, aquí estuvo Hemingway, aquí luchó Carlomagno, etc.), lo románico y la romanidad, el redescubrimiento de la música (desde Bach hasta Amaral), una visita, "los mejores años de nuestra vida...", los sábados por la noche, las obras, las villavesas (¿se escribe así?), el casco viejo, los concursos de CLB, las sevillanas, el flamenco, la tuna, los premios peineta rebautizados por reineta (e Indiana, Indiana, por supuesto), el Pilar y el Rocío (aunque no he estado en ninguno), el Faustino, Vida Universitaria, el polideportivo, /espiderman/ U2=/udos/, los impatriótico de ser patriótico, el Cantábrico, que todo esté cerrado los domingos y al mediodía, el horario de la buena vida, la mística y la picaresca. *Respiración* Y todo lo demás.

*En dos semanas, más o menos, aprendí a captar las diferencias entre "flipar", "flipante" y "flipado". Tengo mérito. Está lleno de matices que no sabría explicar con detalle, pues su lógica es mucho más compleja que la que hay entre "competir", "competidor" y "competitivo".
La única manera de verlo es con ejemplos.
Empecemos con el verbo. "Me flipan las motos", "flipé de ver tanta gente", "el profesor flipaba de ver cómo todos hacían trampa". El primero tiene un sentido positivo, el segundo puede ser positivo o negativo, el tercero es negativo.
Sigamos. "Tuve una clase flipante". Este adjetivo tiene mucha fuerza positiva.
Ahora bien, si eres un "flipado" no significa que te encanten las cosas o que seas genial, sino que eres un presumido. Son matices interesantísimos, en los que me he entretenido "mogollón". (He ahí una nueva palabra... y pensar que en Colombia es un apellido...)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Mi primer aniversario (Parte I)


2 de diciembre de 2008: pisé por primera vez tierra española. "One small step for a man..."

Llegué a Madrid, a un aeropuerto enorme, con un equipaje nada ligero y todo un mundo por delante. Nunca, hasta entonces, había experimentado de tal manera la sensación de poder. Por primera vez en mi vida nadie me conocía, podía hacer de mí lo que quisiera, ser ¡por fin! lo que siempre había querido, sin ningún tipo de presión externa, sin que nadie esperase de mí un comportamiento determinado. Por ese entonces ya había salido casa, ya había vivido un año en una ciudad distinta a la mía, pero nunca llegué a pensar, ni lejanamente, que tenía mi vida por completo en mis manos. Aquel tipo de sensación tan posmoderna, por así decirlo, no era propia de mí, ni siquiera la había anhelado. En cualquier caso así fue y en el taxi desde Barajas hasta Atocha pude hacer un examen rápido de mi vida hasta entonces: lo que era, lo que quería hacer, lo que quería erradicar, lo mejor y lo peor de mí. Y entonces pensé: "Ahora sí, es el momento". No es que pretendiera ponerme una máscara y ser quien en realidad no era; mis sentimientos eran sinceros y realmente me propuse cambiar a partir de aquel instante. Creo que en algún momento, mientras miraba por la ventana, me sonreí, complacida del cambio que -pensaba- se estaba operando en mí. No puedo negar que también dudé y sentí un cierto temor de tener demasiado en mis manos, una gran responsabilidad, no de destruir y construir sin más, sino de reconstruir con la experiencia pasada. Sea como fuera, en medio de la indeterminación, me sentía poderosa. Es extraño, porque el poder siempre tiene ser ejercido sobre alguien. En este caso era sobre mí, sí, pero también sobre los demás, al pensar que por primera vez yo sabría todo acerca mí y los demás no sabría nada. Me daba igual que yo tampoco supiera nada sobre ellos, al fin y al cabo la idea era mía y esto me ponía por encima del resto.

¿Qué paso después? Lo esperado. Aquel fuego incendiario de un momento se apagó en breve. La naturaleza siguió su curso y me sorprendí (sí, me sorprendí) de verme diciendo las mismas tonterías, tropezándome con las mismas piedras y sangrando las mismas heridas. El yo se sobrepuso a la voluntad y heme aquí, un año después, tirando de los mismos trastos.
Ya sabía que eso era lo que tenía que pasar, tampoco quería engañarme a mí misma ni a los demás, pero ese instante, esa idea, lo viví con demasiada intensidad, con demasiada lucidez, que pensé que esa fuerza era suficiente para hacerlo efectivo.

Y al fin, sigo siendo la misma. Aunque en un año pasan muchas cosas, y España y la Filosofía han hecho sus cosas, sus revoluciones, sus estragos en mí (en el buen sentido, si es que lo hay). Pero en últimas, "ha merecido la pena llegar hasta aquí" y las huellas son imborrables. Sí, en un año pasan muchas cosas, demasiadas quizás... Y me alegro de ello.