jueves, 6 de agosto de 2009

Una tempestad bajo un cráneo



“La vista del espíritu no puede encontrar en ninguna parte más resplandores y más tinieblas que en el hombre; no puede fijarse en nada que sea más espantoso, más complicado, más misterioso, más infinito.
Escribir el poema de la conciencia humana, aunque sea a propósito de un solo hombre, a propósito del hombre más insignificante, sería unir, fundir todas las epopeyas en una sola grandiosa y completa. La conciencia es el caos de las quimeras, de las ambiciones, de las tentativas, el horno de los delirios, el antro de las ideas vergonzosas, el pandemónium de los sofismas, el campo de batalla de las pasiones. Si a ciertas horas penetráramos al través de la faz lívida de un ser humano que reflexiona; si mirásemos de tras de aquella faz, en aquella alma, en aquella oscuridad, descubriríamos bajo el silencio exterior, combates de gigantes como en Homero, peleas de dragones y de hidras, y nubes fantasmas como en Milton; espirales visionarias como en Dante. No hay nada más sombrío que este infinito que lleva el hombre dentro de sí, y al cual refiere con desesperación su voluntad y las acciones de su vida.
Dante encontró un día una puerta siniestra que le hizo dudar; nosotros estamos ahora también en el umbral de una puerta ante la cual dudamos. Pero entremos.”

Los miserables. Victor Hugo. (Traducción de Nemesio Fernández-Cuesta)

domingo, 2 de agosto de 2009

Camelot

En Camelot, lugar del honor y la justicia, se libran cada día múltiples batallas, muchas de las cuales no conocemos ni conoceremos jamás. Éstas son las más fascinantes, en las que se descubren los verdaderos héroes. En la Mesa Redonda se discuten las más grandes gestas, en los hogares del Reino se baten las más importantes.
Aquí he conocido los mejores caballeros, aquellos que llevan por espada la verdad y por escudo la virtud, aquellos que están dispuestos a morir por un ideal más grande que ellos mismos, aún más grande que el honor.
Es Camelot un lugar de la esperanza. A pesar de que no faltan las dificultades (y puedo decir que las conozco bien) las miradas de los hombres no se entierran en el suelo sino que saben mirar al cielo; las grandes batallas siempre terminan con un grito de victoria, porque sabemos que los héroes también pueden sangrar y éstos encuentran la gloria en sus propias cicatrices, aquellas que les recuerdan que han caído.
Sí. En pocas palaras esto es Camelot: esperanza. Esa es la bandera que siempre se lleva en esta tierra, en esta guerra que aquí no termina.

EL DUQUE DE CAMELOT.


Y como en Camelot, también ahora, en un Reino un
poco más grande –¡el mundo!– donde se combaten
muchas otras batallas...