miércoles, 22 de febrero de 2012

Festival Internacional de Poesía de Medellín


Para VT, "con quien tanto leía"

Teníamos quince años, una fascinación por la poesía y un verano por delante, es decir, casi todo. Fue entonces cuando oímos hablar acerca del “Festival Internacional de Poesía de Medellín”, acerca de Fernando Rendón y Juan Manuel Roca y, prácticamente, nos cambió la vida.
Es díficil describir lo que el Festival supuso para nosotras aquel año y los sucesivos. No sólo por la poesía, que era lo principal, sino por las personas con que nos topamos, y porque fue entonces cuando conocimos Medellín. En los más diversos rincones de nuestra ciudad había recitales poéticos con poetas venidos de todas partes del mundo. Como había varios recitales simultáneos, recorrimos Medellín de arriba abajo buscando los que más nos interesaban. Conocimos a esa inmensa minoría que sentaba en las calles, en el suelo, en los árboles, en el césped a escuchar a los poetas. Siempre había gente, mucha más de la que cabría imaginar, aunque siempre pareciera un grupo pequeño.
Medellín, la ciudad de la eterna primavera, era el escenario perfecto. Un sol siempre brillante, un calor que nunca sofoca, muchos árboles y flores, hacían que bajo un cielo azul la poesía volara con más libertad, al aire libre. El Jardín botánico, el Parque de los Deseos y el de los Pies Descalzos, el Lleras, la Plaza Botero, las Universidades, los Parques Biblioteca y, por supuesto, el punto de partida y de llegada: El cerro Nutibara, en el Teatro al Aire libre Carlos Vieco. Allí nos convocábamos unas de cuatro mil personas (¿exagero?) para la inauguración y la clausura del Festival, bajo el sol o bajo la lluvia, ¿qué más daba? Allí podíamos pasar cinco horas sentados sobre las gradas de asfalto. No era precisamente cómodo, pero, ¿quién busca la comodidad cuando busca la poesía?
Son muchos los poetas, muchos los poemas, muchos los recuerdos. Hacer una enumeración de los participantes no tendría mucho sentido, aunque serviría para hacerse una idea de la magnitud del evento. Era algo grandioso, o al menos así lo sentíamos; nos sentíamos parte de algo histórico, espectadoras de algo que cabría calificar de bello, amigas de los poetas. Porque al final siempre, siempre, íbamos a hablar con ellos. Dos frases, quizá, un “muchas gracias”, un autógrafo y alguna vez una conversación, aun en inglés si era necesario.
Todavía me sorprende lo presentes que siguen en mí las voces, los rostros, los poemas. De Sam Hamill, por ejemplo, tengo un recuerdo muy vivo, aunque no logré hablar con él. Era el fundador de "Poets against war" y todavía hoy, a veces, me encuentro repitiendo el último verso de uno de sus impresionantes poemas contra la guerra. "If you only listen with your eyes open". Con Quincy Troupe comprendí aquello de que el rap significa "Recited American Poetry". Sí, el rap no es música; puede llegar a ser mucho más. Una de las presencias más arrolladoras fue la de Gioconda Belli. No sé si por su poesía o por su pelo. Quizá por ambas, pues cuando pienso en ella lo primero que recuerdo es una abundante melena roja con vida propia y en que Nicaragua es su "hombre con nombre de mujer". Entre los poetas indígenas (recuerdo también a Allison Hedge Coke y Sherwin Bitsui), me impresionó especialmente el nuestro, Hugo Jamioy. ¿De lo más recóndito de un pueblo indígena —de esos que ya casi ni existen— ha podido salir alguien así? Im-pre-sio-nan-te. (Y había que ver a su hijo pequeño que le acompañaba. Era parte de su poesía). Otros breves encuentros, un cruce rápido de palabras, tuvieron lugar con Ernesto Cardenal (en un momento en que no leía, sino simplemente escuchaba, entre el público del Jardín Botánico) y Wole Soyinka, premio Nobel de Literatura. Con ambos nos superó la vergüenza, pudo ser una historia bonita... pero no les exigimos más que un autógrafo.
¿Más? España, claro, querida España. Recuerdo a Antonio Porpetta (el más simpático, sin duda), Guadalupe Grande (de quien tomamos un verso, que se volvió casi un código de amistad: "Somos un signo de interrogación que ha perdido su pregunta") y, cómo no, a Juan Vicente Piqueras, de quien ya he dicho algo aquí.
A Andrea Cote, compatriota, la seguimos por Medellín, fuimos a todos sus recitales. Al final nos reconoció, hablamos un poco con ella, nos hicimos una foto, incluso nos dejó su mail y quizá fue entonces cuando algo del "deseo mimético" de escribir poesía se encendió. Colombiana, poeta, guapa, majísima, lista, profesora de los Andes... No es algo que se encuentre fácilmente por ahí.
Y a Sujata Bhatt y Anwar Al-Ghasani tengo que mencionarlos. A la primera por el poema "The Stare", del que no salí en mucho tiempo, y a Al-Gahasani por cómo hablaba de Irak y porque nos dedicó un autógrafo poético, después de una detenida y profunda mirada, como pocas he visto.
En fin, quizá me he alargado demasiado. Pero era una asignatura pendiente. Un capítulo muy vívido en mí, pero aún inédito de Aquellos maravillosos años, donde todo —supongo— comenzó.

domingo, 19 de febrero de 2012

OK Go - Needing/Getting

¿Por qué estudiar Filosofía cuando se pueden hacer cosas como esta?

viernes, 17 de febrero de 2012

La amistad silenciosa de los libros

Qué suerte que haya poemas —poetas—, pacientes, silenciosos, con quien poder hablar de estas cosas —las lágrimas, la fugacidad, la sed, la búsqueda, la cuesta arriba, el dolor— con calma, largo y tendido, sin deprimir a quien me escucha, sin que se canse de mí, sin que me llame egoísta, sin que me diga ya basta. Simplemente esperándome, abierto, sin nada que perder, dando de sí todo lo que pueda sacar de él.


"Canción al esfuerzo", de Jaime García-Máiquez.

A mi padre

¿Por qué todo cuesta tanto?,

¿por qué no salen las cosas

con suavidad, sin trabajo?,


¿por qué únicamente aquello

que nos merece la pena

lo conseguimos llorando?,


¿por qué lo fácil es pobre,

y lo que hacemos riendo

se escurre de nuestras manos?,


¿por qué el fruto necesita

madurarse tanto tiempo

hasta caerse del árbol?,


¿por qué lo rápido pasa

sin dejar pena ni gloria,

sin dejar huella ni rastro?,


¿por qué el resultado cuesta

lo que vale —el precio justo—

y no un poco más barato?,


¿por qué no basta ser bueno

y hace falta ser un mártir

para llegar a ser santo?,


¿por qué sólo aquellos versos

que hemos sufrido emocionan

al lector desocupado?...


Me gustaría saber

por qué todo a todo el mundo,

cuesta siempre tanto, tanto.

lunes, 13 de febrero de 2012

Barro de Medellín


Al barrio Santo Domingo Savio le tengo un cariño especial. Allí he conocido la miseria, la he palpado, la he visto con mis propios ojos, la he olido y hasta he hablado con ella. Allí he pasado todos los sábados por la mañana durante mis últimos años de colegio haciendo voluntariado, es decir, aprendiendo algo que ahora echo de menos. Allí es donde he estado más cerca del cielo, al menos en Medellín, pues el modo más fácil de llegar es mediante el "Metro-cable", un teleférico que une la línea regular del metro con lo más alto de las comunas, a las que de otro modo sería difícil acceder. Allí, con todo lo apasionado de la adolescencia, escribí con pintura en un poste la tan manida frase "voy a cambiar el mundo" y me juré que así sería. Eran otras épocas, claro. Ahora no sé dónde están esos ideales y me encuentro a miles de kilómetros de aquel barrio (y aquellas ínfulas), no sólo físicamente sino también espiritualmente.
La semana pasada, sin embargo, decidí leer un libro infantil del español Alfredo Gómez Cerdá que se titula "Barro de Medellín" y cuenta la historia, precisamente, de dos niños de este barrio, a los que les cambia la vida —o al menos eso deja entrever— por una biblioteca: la impresionante "Biblioteca España" que se alza inmensa y preciosa en medio de casas a medio hacer. La vida les cambia por un libro, claro, pero sobre todo por la confianza de la bibliotecaria, que está dispuesta a perder un par de libros para ganar dos almas. He pensado mucho en eso, en la confianza. Pero eso me llevaría muy lejos. Sólo basta un apunte: el fundamento de la educación es la confianza; confiar en el alumno es darle alas.
El caso es que otra vez me siento muy cerca de aquella gente. También porque he visto que a raíz del libro ha surgido una magnífica iniciativa, que lleva el mismo nombre, y que busca "cambiar el mundo" —esa idea que ya queda tan lejana— a través del arte. "Barro de Medellín es una fundación que busca contribuir a la transformación de la ciudad de Medellín, mediante la inclusión social y una Escuela de Formación Artística multidisciplinaria".
Medellín ha cambiado muchísimo en los últimos años. Estoy convencida que en gran medida ha sido por una fuerte apuesta por la educación y la lectura. Cada vez son más las iniciativas —como la mencionada— que ven que contra la pobreza y la violencia sólo es eficaz la educación, la cultura, las letras (no sólo por las bibliotecas impresionantes que se han hecho sino también por la fantástica iniciativa del "biblioburro" que ha tenido gran resonancia. Si no la conocéis: entrad aquí. Imprescindible), la música (la Red de Escuelas de Música de Medellín ha optado también por formar niños pobres bajo el siguiente lema: "Quien ha cogido un instrumento, jamás empuñará un arma"), la poesía (el proyecto Gulliver, que ha nacido con el Festival Internacional de Poesía de Medellín, nos dice: "Es ahora que la poesía debe actuar mucho más, echando raíces en lo profundo del alma de los niños y jóvenes, para visibilizar en ellos dimensiones inéditas de la vida humana, a través del ejercicio restaurador del lenguaje, en una ciudad como Medellín donde de nuevo las bandas paramilitares y los grupos delincuenciales de la mafia a sus anchas acrecientan las cifras de homicidios") y un largo etcétera.

Andrés y Camilo, los dos niños protagonistas de "Barro de Medellín", a pesar de las difíciles situaciones que viven, se repiten constantemente que no puede haber ciudad en el mundo más bella que Medellín. En esto, entre otras cosas, Gómez Cerdá ha sabido captar a la perfección el espíritu que embarga a los paisas. Y hoy, que revivo en mí aquellos tiempos y que desde la lejanía palpo el cambio, no puedo dejar de repetirme lo mismo, con la esperanza de que algún día, cuando diga que soy de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, me pregunten por algo más que el narcotráfico.

domingo, 12 de febrero de 2012

Solitude (VIII)

Después de mucho insistir, por fin he logrado hacerme con un ejemplar de "El corazón de Dios", el último poemario que escribió Carlos Pujol antes de su muerte. Aquí os transcribo uno de sus poemas, que me viene genial para seguir ahondando en la "solitude". Y es que a veces, la soledad es una cuestión de puro despiste o de ser olvidadizo, como este "Forgetful angel" de Paul Klee.

De "El corazón de Dios", de Carlos Pujol.

Eres la disponible eternidad,

y a mí que me distrae

el vuelo de una mosca.

Mientras haya juguetes,

soldaditos, peonzas, bicicletas,

el cine de la tarde de los sábados,

ni me acuerdo de ti.

Urgen todas las fábulas.

Tú, rey de la paciencia,

con tesoros de tiempo en los bolsillos,

esperas a que un día

me canse de estar solo.

martes, 7 de febrero de 2012

Solitude (VII)

Día tremendo.
Nadie más que la luna
viene a escucharme.

O como diría Borges:
“La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña.”

sábado, 4 de febrero de 2012

El gato de Wislawa

Ayer me enteré (via) de que el 1 de febrero murió Wislawa Szymborska. Hace poco me terminé de leer su poesía no completa, imaginándome lo que aún podría salir de su pluma. En breve, espero, se publicará su poesía completa, aunque ella seguirá cantando en el cielo canciones que sólo allí conoceremos.
Mientras tanto podemos volver a sus poemas, llenos de buen humor e ironía. Esa acidez, que nunca llega a ser amarga, pero que tampoco es facilona, o esa ingenuidad aparente, que en realidad da mucho más en el blanco que palabras grandilocuentes, es lo que más me cautivado de su poesía. Y es que Wislawa, basta con mirar sus fotos, nos ha sabido contagiar su sonrisa en sus poemas... como en el que transcribo a continuación, uno que me hizo reír a carcarjadas. (Reconozco que es un poco sarcástico poner justo este, entre otros miles, pero creo que este punto de humor negro no le desagradaría a Szymborska).

UN GATO EN UN PISO VACÍO

Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.

Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.

Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.

Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.

Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.