jueves, 24 de enero de 2013

Amistad y silencio

Hoy, san Francisco de Sales, patrono de los periodistas, he leído un mensaje de Benedicto XVI para la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Y como últimamente hemos estado hablando del silencio, lo traigo aquí, porque creo que da en el clavo. ¿Cómo hacer para que ese silencio no sea una "infelicidad enclaustrada, monstruosa, diabólica"El Papa lo dice estupendamente: El silencio es fecundo cuando está unido a la palabra, al diálogo profundo y sincero [Post-scriptum: Supongo que esto explica por qué, queriendo escribir una entrada sobre el silencio, me ha salido una sobre la amistad]: 
"Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad".
En una verdadera amistad es donde mejor se entrelazan los silencios y las palabras, donde se da el mejor de los diálogos. Guardar silencio es siempre un modo de decir algo, pero sólo un amigo sabe interpretarlos  —respetarlos o superarlos— adecuadamente. Y es que los silencios están para ser escuchados y al mismo tiempo para poder escuchar. "Se abre  así —dice el Papa— un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena", y más adelante añade:
"En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones." 
Pero la amistad, como todo lo bello, es difícil. A Aristóteles le parecía algo prácticamente imposible de alcanzar cuando se es joven (porque los jóvenes buscan demasiado el placer), pero más adelante dice que una amistad es poco frecuente entre los ancianos y melancólicos —ay— (porque lo encuentran muy poco), así que qué esperanzas. Y de las amistades nobles, que son las que todos deseamos, dice que son rarísimas, pues hace falta tiempo y hábito: "El deseo de ser amigo puede ser rápido; pero la amistad no lo es. La amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y se da entre hombres virtuosos y que se parecen por su virtud", y estos, añade, son los menos. Dar en el punto medio, tan exacto, es más difícil que dar en la infinidad de medias tintas.
Sin embargo, todavía lo más difícil de todo es que para una amistad se necesitan dos ("llegar a ser igual y semejantes por ambas partes"). En este sentido, preferir amar es mucho más noble que desear ser amado, porque en ello nos ponemos en juego nosotros mismos, ponemos en acto —que es siempre perfección— nuestra voluntad, sin estar a la deriva del sentimiento de los demás. La virtud es un hábito que, en definitiva, depende de nosotros mismos (la autosuficiencia, ideal del hombre feliz), mientras que la amistad (que también es requisito de la vida plena) depende además de los otros. Así que por mucho que uno quiera y desee el bien a otra persona, si no hay estimación mutua, no hay igualdad, que es otro requisito de la amistad, según Aristóteles. Entonces, ¿qué nos cabe esperar?

Cuando los amigos faltan o están lejos, puede aparecer esa "infelicidad enclaustrada" del silencio, que es puramente destructivo. "Con frecuencia un largo silencio ha destruido la amistad", dice un proverbio citado por Aristóteles. Por eso es preciso crear el diálogo en otras circunstancias. La lectura es siempre una manera de salir de la soledad y, más aún, la escritura. Esa búsqueda de interlocutores justifica suficientemente tener un blog y escribir en él.
La mejor poética que he escuchado hasta ahora la expresó sintéticamente una chica de la Universidad: "Escribir es pensar en el lector. Es amar a alguien que ni siquiera se sabe que existe". Por el poco tiempo que todos tenemos, que alguien saque unos minutos para leerte es una fina muestra de amor, y escribir —vanidades aparte— es también un modo de donación. Y así se da esa cierta reciprocidad —o amor mutuo— de la amistad que tanto resaltaba Aristóteles. Escribir es un modo de tener amigos.
¿Y el silencio? ¿Qué tiene que ver todo esto con el silencio?
"En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos."
La escritura siempre está precedida por un silencio. Por eso escribir es una de las mejores formas de conocerse a sí mismo, comprender con claridad lo que se piensa y, lo más notable, es donde más consciente se es de las palabras y, por tanto, de la elección de la forma que queremos que éstas tomen, que es un asunto importantísimo. Una elección a la que acompaña un esfuerzo constante por ser mejor, más virtuoso (de la escritura) y, por consiguiente, más merecedor de una amistad noble, "sólida y durable". Probablemente muchos se han convertido en poetas precisamente por la incapacidad de encontrar las palabras adecuadas al hablar y su empeño por hallarlas a través de otros caminos. (En "El tigre y la nieve" hay una escena maravillosa al respecto que sólo he logrado encontrar en  italiano en YouTube y transcrita aquí en inglés).
Así, a este diálogo afable de escribir le acompaña el silencio tanto como al de leer. El escritor al final se calla, invitando a la  reflexión. 
"En el complejo y variado mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la reflexión y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano."
Lo ideal sería continuar el diálogo con esas preguntas después, una hermosa tarde, bajo la luna, o al fuego de una hoguera (cfr. Borges). Pero, claro, tanta felicidad —Aristóteles y el Papa también estarían de acuerdo con esto—, una felicidad plena, no es posible en esta tierra, por más que uno tratase de empeñarse en ello. 

martes, 22 de enero de 2013

Kindness Boomerang

Es imposible ver esto sin querer hacer algo por los demás. Ya sólo por eso, vale la pena ver el vídeo (además de escuchar la canción). Luego, lo difícil es acordarse —que es siempre una cuestión de amor— y vivir con una mirada atenta, centrada en los otros. En realidad, es mucho lo que se puede hacer (¡gratuitamente!) por los demás. Lo sé por experiencia. Es fascinante cómo puede cambiar un día gracias a la sonrisa de un completo desconocido. 
Ya sé que es esto es un poco típico y habrá muchos vídeos por el estilo, pero bueno, nunca está de más fomentar la esperanza, la fe y la caridad, que son virtudes teologales. Basta con tomarse esta condición de ser-para-los-demás un poco más en serio.

viernes, 18 de enero de 2013

La experiencia de las cosas bellas

O mi reflexión sobre la auténtica educación liberal. En Ritmos del Siglo XXI.

domingo, 13 de enero de 2013

"Un mundo así, obvio, no existe". Szymborska.

Vista de mi habitación cerca de Cartagena. Más una iguana en la palmera.
Cada cierto tiempo, mi padre me envía un correo con un artículo de Ernesto Ochoa, un columnista de "El Colombiano", el principal diario de Medellín. Podría ser algo rutinario, como esos emails que avisan de actualizaciones en una página web. Sin embargo, mi padre, que sólo me envía los artículos de cuando en cuando, es selectivo y acierta, insospechadamente, en los temas. Las columnas que escoge demuestran una doble intuición: una literaria, pues su selección es una fina forma de crítica; otra, más importante, paternal, pues también los padres tienen un sexto sentido, y el mío me envía siempre los artículos que necesito. No sé cómo lo hace, pero no es raro que acierte con uno de una temática que ha estado rondando mi cabeza. Hace un año hablé de esto, en Solitude (IV), gracias a otro acierto suyo, con la columna "Ese olor a musgo".
Esta vez, junto al artículo, mi padre añade una pregunta: "¿Cuándo retomas el blog?", que prueba que su intuición no es simple coincidencia. 

Ernesto Ochoa titula su columna "Diatriba contra el ruido", pues una vez terminadas las vacaciones navideñas, en las que el Nacimiento impone la Stille Nacht, y las familias que pueden peregrinan al campo, vuelve ahora el ruido metropolitano, los atascos y las prisas. 
"El ruido busca llenar un vacío interior. Es problema de las almas, no de las máquinas. Una ciudad poblada de ruidos, a toda hora y en todas partes, es algo más que la imagen de una cultura mecanizada. Es el síntoma de la deshumanización de una sociedad que ha perdido los perfiles del espíritu, la exquisita delicadeza de la paz, de la serenidad, del silencio."
El silencio, sí. De eso hablaba en mi última entrada, ahora tan lejana. De la necesidad del silencio, de callar y reflexionar, vivir más hacia dentro. Cuando todo se convierte en pura información —"¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?"—, se vive sólo con el deseo de comunicar, olvidando ese mensaje, tan evangélico, elegante y profundo, de guardar las cosas y meditarlas en el corazón.
Sin embargo, no todo silencio es de suyo fructífero. También hay silencios áridos, vacíos. No creo que ese sea el caso del silencio del Duque, que probablemente no haya sido tan estéril como a veces parece, aunque sí que ha sido mucho más largo de lo esperado. ¿Por qué?
Ernesto Ochoa dice en su columna:
"Mientras escribo intento aislarme, abstraerme, navegar hacia dentro. No oír, no oír. Es imposible. Por la ventana penetra el ruido sordo, redondo, arrastrado, de la calle. Un ruido viscoso, constante, sin intermitencias, que lo va rodeando a uno y se le pega como una piel. Ruido odioso y hostigante, que sube del asfalto como una bocanada caliente."
El Duque, en cambio, no quiere aislarse, ni abstraerse. Quiere escribir y, para eso, oír. Oír, es lo quiere. Oír hasta la luz. Hacer música con el ruido cotidiano. Escribir mientras escucha, que es la mejor forma de reflexionar y pasar de la anécdota a la categoría.
Hoy, por lo demás, se acaba la Navidad y empieza el tiempo ordinario, que este año ha coincidido también con el comienzo de mi vida ordinaria. Después de unas estupendas —y fructíferas en conversaciones como pocas— vacaciones en Cartagena, callar sería egoísta. Escribiendo es como se disfruta mucho más de todo. Y si algo me recordó Szymborska en Cartagena es que el mundo es asombroso y el poeta (ya quisiera yo) está allí para descubrirlo... y cantarlo.