La historia de mi vida no comienza en las altas esferas de una corte. Antes de ser Duque fui mucho tiempo Caballero y esa ha sido siempre mi verdadera vocación. Cuando empecé a hacerme viejo acepté este título del que ahora me precio, de manos de Su Majestad, el Rey. Soy feliz, de eso no hay duda, pero aún así conservo mis armas de batalla como el tesoro más preciado. En ellas están mis memorias de aquella época en la que tomé el escudo, un caballo brioso, empuñé la espada y emprendí el camino.
Recuerdo perfectamente el día que decidí ser Caballero y recuerdo con igual claridad todas aquellas cosas que se fueron gestando en mí desde que era muy pequeño, cuando mi padre me contaba miles de historias caballerescas. Aún siguen vivos en mí, a pesar de que me he hecho viejo, todos aquellos ideales que me empujaron a salir de casa.
Mi padre nunca fue Caballero, su vocación era de artista y se dedicaba a los oficios manuales. Fue un gran pintor y principalmente se dedicaba a la orfebrería, aunque más de una vez ejerció también de trovador. Supongo que de allí sacaba sus geniales historias, que tanto me gustaban. Mi madre, por su parte, era hilandera. Ser Caballero fue algo que primero se formó en mi imaginación como algo inalcanzable, pues sólo la gente de noble cuna era digna de tal ministerio. En todo caso, no es mi intención contar con detalles mi historia, mi padre tenía nobles que le conocían y estimaban como hombre y artista y así fue como aquel ideal se hizo posible.
Mis ideales eran altos, nobles y quizás ilusorios. No conocía la vida de la corte, ni los campos de batalla y no había pensado que salvar vidas implicaba destruir otras. Esas fueron cosas que empezaron a aparecer en el camino y, después de muchas lágrimas solitarias, me hicieron un gran Caballero. Antes de empuñar la espada le juré a mi padre luchar por el honor y la justicia, y ese mismo día le juré a Dios que perdería todo antes de dar un paso atrás; le juré incluso perder el honor antes que por soberbia negarme a mostrar mi debilidad. Los caballeros tienen que mostrar sus heridas es algo que nunca me he cansado de repetir.
Durante la ceremonia hice un juramento; en el interior de mi modesta casa hice otro: Juré que siempre lucharía por las causas imposibles. Fue un juramento de juventud, que ahora no sé si me hubiera atrevido a formular, pero del que nunca me he arrepentido. Aún hoy lo renuevo cada día y creo que es de las pocas cosas que desde aquella época no he dejado de hacer. Aquéllas son las causas en las que "ya no queda nada que hacer", según los hombres sensatos, pero que unos pocos locos se deciden tomar sobre sus hombros. Son empresas que causan heridas, ultrajes y burlas, y a veces muchas pérdidas. Pero creedme, lo digo yo que además de Caballero soy Duque, esas son las que valen la pena, por esas causas aún guardo mis armas. No puedo quejarme: he obtenido un premio en esta vida, pero sé que hay muchos que siguen en medio de muchas batallas imposibles e incluso sé de quienes han muerto en el intento. Son los valientes de la tierra, que han visto que por encima de esta gran cosa -el honor- hay coronas sempiternas. Pues hay quienes se juegan la viva por la honra y quienes se juegan la honra por el alma.
Que la Providencia os acompañe,
EL DUQUE DE CAMELOT.
Pues nada, Duque, creo que ya has encontrado otro Quijote... Un saludo.
ResponderEliminarmarce!!!!!que chulo!!!me ha encantado!!!!bss
ResponderEliminarBueno, en los pasajes de silencio es valiente jugarse la honra por el alma aunque llegue a parecer una causa perdida... defender las causas perdidas, es hacer que ya no se pierdan...
ResponderEliminarMe rindo ante vuestros pies, Duque. He incada de hinojos ante vos, le confieso que yo también quiero luchar por esas causas, con esos ideales.
ResponderEliminarSiempre hay que luchar por las causas imposibles... gracias por acercarnos a este mundo "camelótico"... cualquier día te regalo una espada y un escudo (sólo te falta eso!!!)
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