jueves, 17 de noviembre de 2011

Vender el aire


El ser humano no solamente decide, sino que en toda decisión se decide. Nos hacemos en nuestras decisiones. Decidirnos es una actividad predominante en esta vida. Optamos por cosas que, a veces, pueden cambiar la existencia. No es que haya que dramatizar, pues en todo caso la vida te sorprende y teje sus propios caminos. Y al final resulta que una gran decisión termina relativizándose en el tiempo, mientras que lo verdaderamente determinante resulta ser una decisión tangencial, casi un per accidens. La cuestión es que nunca sabemos con certeza qué resultará de nuestras elecciones y hay que saber tomarse la vida en serio y en broma; tener un plan para lo propia vida, pero también dejarse sorprender, asumir la realidad múltiple en matices y posibilidades.
Quien es más libre es más capaz de dejarse sorprender, de aceptar la vida tal como viene, con sus azares e infortunios. Se equivocan quienes piensan que es más libre quien es más espontáneo, quien se deja llevar por lo que vaya saliendo a cada instante, como se mueve la veleta según sopla el viento. Para ser libre es preciso el conocimiento —la verdad—, que es como la base firme sobre la cual se puede construir lo que se desee. Hace falta una formación intelectual y humana seria y dedicada, que dé alas fuertes —no como las de Ícaro— para poder volar a ras de suelo y en las más profundas alturas. Es lo que se llama “tener visión de futuro”, estar abiertos a que la vida te sorprenda.
Esta semana me contaban de una buena mujer colombiana, sin mucho dinero, que había decidido construir su casa con la posibilidad de construir un segundo piso después. Cuando tuvo la necesidad de ir a Roma a visitar a un hijo suyo, lo que hizo fue “vender el aire”, la posibilidad de que otros construyeran un piso allí. Me encantó la metáfora: ¡Vender el aire! No hay mejor negocio que aquel. Supongo que eso es lo que quiero hacer en la vida, vender el aire. Construir firme, no para resguardarme en una casa sólida, no para encerrarme en mis ideas, ni siquiera para que vengan otros a mí a buscar allí un refugio. Construir firme para, después, poder vender el aire y que sean otros los que construyan, para vender puras posibilidades, o continuar la construcción con una infinidad de mundos posibles. En fin, construir firme para que la vida pueda hacer de las suyas, para poder aceptar con los brazos abiertos sus sorpresas. Para ser libre, en definitiva.

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