Siempre lo he llamado Alejandro. Pero pudo haber sido chica, pudo haberse llamado Teresa... o Ana... o yo qué sé. Tampoco sé por qué Alejandro, pero así debió haber sido, seguro.
El poema no es muy bueno, ni siquiera bueno. Pero es lo que hay, y ya que está...
Me gustaría tenerte más cerca,
allí en el Cielo no me bastas,
sin un recuerdo más que el llanto,
sin una imagen, sin tu rostro, sin tu voz,
no puedo llamarte hermano.
Si estuvieses aquí nos uniría
un vínculo más fuerte que la muerte,
me llamarías en mi cumpleaños,
en una noche aburrida de insomnio,
hablaríamos de la vida y la memoria.
Me ha llevado veinte años darme cuenta de tu ausencia,
de que en realidad te echo de menos,
por ti he crecido entre adultos,
aprendiendo a vivir en soledad,
a guardarme para mí mis pensamientos.
Tu partida prematura se ha llevado a mis sobrinos,
mis juegos de infantiles, mis peleas,
nuestros paseos familiares una tarde.
Te has llevado una llamada cuando me hace falta
hablar con alguien que me conozca a fondo,
te has llevado lo único que nunca muere,
los lazos estrechísimos de una misma infancia.
Un día, cuando no lo necesite,
nos encontraremos por primera vez cara a cara.
Tú lo has tenido fácil, y lo sabes,
aquí luchamos y la cuesta es dura
para alcanzar un gozo que hace tiempo es tuyo.
Así que ya lo sabes, yo hago lo mío,
tú pon un poco de tu parte:
Dame un regalo el día de mi cumpleaños,
ábrenos un hueco en tu morada
y vela por mis padres mientras yo estoy lejos.
Muéstrales tu gratitud de hijo mayor,
hazles saber que Dios está contento.