La crucifixión (1512-1516), Matthias Grünewald
Una vez más estamos ante el misterio. No como meros observadores, sino como partícipes activos. Y una vez más, como tantas otras, vuelven a retumbar las palabras de Cristo. El año pasado hablé de la que más me impresionaba, pero hay otra palabra -una sola- que hoy resuena con más fuerza en mis oídos. Los martilla. Se hace eco una y otra vez: Sitio!
"Tengo sed", dicho a media voz, porque no tiene fuerzas para más, es más que una queja por un sufrimiento físico que le atormentaba. Es más bien un clamor por algo que le duele profundamente: la soledad de la cruz, el abandono de sus amigos y sus ansias infinitas de almas, de alguien que reciba todo el amor que le tiene atado a la cruz, con el corazón roto.
¿Y quién no tiene sed en este Valle de Lágrimas? ¿Quién no ansía algo más de su existencia? ¿Cómo mirar la cruz sin exclamar a voz en grito: ¡Tengo sed!? Sólo uniéndonos a su voz se encuentran la sed de Dios y nuestra sed. Sólo Él es el manantial de agua viva y, lo más increíble, sólo cada uno de nosotros -en individual- puede calmar esa sed, que termina por acortar su hora en la cruz.
"Sitio sitiri Deum. Deseo que Dios sea deseado. Dios quiere ser querido, buscado, ansiado, deseado. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Dios. Más que de nosotros, Dios tiene sed de nuestra sed. Y jamás dejará de tenerla".(Pilar Urbano, La madre del ajusticiado)
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