Es un poco tarde. Ya estamos sumergidos en el misterio. Y ante algo misterioso sólo queda hacerse preguntas. ¿Por qué? Y esto no es irreverencia, no es la pregunta de un hombre viejo, un sabelotodo que no sabe ver más allá de una deducción lógica, con sus constantes y cuantificadores. Es la pregunta propia de un niño pequeño, que sabe escuchar y sorprenderse ante las respuestas. Es interpelar a Dios, no como el juez pregunta al acusado sino con la sed sincera de comprender así sea un pedacito de algo que sabemos que nos supera infinitamente. Es preguntar sabiendo que aún así no podemos hacernos cargo de la respuesta. Y es que, aunque no sea un gran mérito, hace poco me he dado cuenta de que hay cosas que simplemente no podemos saber, no sólo porque nos lo impida nuestra humana condición limitada, pues esto es una perogrullada, sino porque sencillamente no podemos aprehenderlas. Porque de saberlo nos estallaríamos por dentro.
En la cruz, Cristo también se preguntó ¿por qué?, "¿por qué de repente me encuentro solo?, ¿por qué esta repentina sensación de vacío?". Ante la cruz sólo cabe una actitud humilde, preguntar como pregunta un niño, como pregunta Cristo: ¡¿Por qué?! Por suerte esta pregunta está lo suficientemente respondida, el Evangelio se repite una y otra vez, y es que el amor, a pesar de ser siempre nuevo, se repite constantemente... aunque ni así podamos hacernos cargo de la respuesta. Es muy fuerte. Demasiado para nosotros.
Sin palabras. Gracias por tu entrada!
ResponderEliminarMarcela, curioso giro que ha dado la entrada. No me lo esperaba. Sigo inspirando y espirando, a falta de una respuesta mejor.
ResponderEliminar(Veo mucha gente que, como yo, se ha vuelto a quedar sin Univ, jeje)