Al barrio Santo Domingo Savio le tengo un cariño especial. Allí he conocido la miseria, la he palpado, la he visto con mis propios ojos, la he olido y hasta he hablado con ella. Allí he pasado todos los sábados por la mañana durante mis últimos años de colegio haciendo voluntariado, es decir, aprendiendo algo que ahora echo de menos. Allí es donde he estado más cerca del cielo, al menos en Medellín, pues el modo más fácil de llegar es mediante el "Metro-cable", un teleférico que une la línea regular del metro con lo más alto de las comunas, a las que de otro modo sería difícil acceder. Allí, con todo lo apasionado de la adolescencia, escribí con pintura en un poste la tan manida frase "voy a cambiar el mundo" y me juré que así sería. Eran otras épocas, claro. Ahora no sé dónde están esos ideales y me encuentro a miles de kilómetros de aquel barrio (y aquellas ínfulas), no sólo físicamente sino también espiritualmente.
La semana pasada, sin embargo, decidí leer un libro infantil del español Alfredo Gómez Cerdá que se titula "Barro de Medellín" y cuenta la historia, precisamente, de dos niños de este barrio, a los que les cambia la vida —o al menos eso deja entrever— por una biblioteca: la impresionante "Biblioteca España" que se alza inmensa y preciosa en medio de casas a medio hacer. La vida les cambia por un libro, claro, pero sobre todo por la confianza de la bibliotecaria, que está dispuesta a perder un par de libros para ganar dos almas. He pensado mucho en eso, en la confianza. Pero eso me llevaría muy lejos. Sólo basta un apunte: el fundamento de la educación es la confianza; confiar en el alumno es darle alas.
El caso es que otra vez me siento muy cerca de aquella gente. También porque he visto que a raíz del libro ha surgido una magnífica iniciativa, que lleva el mismo nombre, y que busca "cambiar el mundo" —esa idea que ya queda tan lejana— a través del arte. "Barro de Medellín es una fundación que busca contribuir a la transformación de la ciudad de Medellín, mediante la inclusión social y una Escuela de Formación Artística multidisciplinaria".
Medellín ha cambiado muchísimo en los últimos años. Estoy convencida que en gran medida ha sido por una fuerte apuesta por la educación y la lectura. Cada vez son más las iniciativas —como la mencionada— que ven que contra la pobreza y la violencia sólo es eficaz la educación, la cultura, las letras (no sólo por las bibliotecas impresionantes que se han hecho sino también por la fantástica iniciativa del "biblioburro" que ha tenido gran resonancia. Si no la conocéis: entrad aquí. Imprescindible), la música (la Red de Escuelas de Música de Medellín ha optado también por formar niños pobres bajo el siguiente lema: "Quien ha cogido un instrumento, jamás empuñará un arma"), la poesía (el proyecto Gulliver, que ha nacido con el Festival Internacional de Poesía de Medellín, nos dice: "Es ahora que la poesía debe actuar mucho más, echando raíces en lo profundo del alma de los niños y jóvenes, para visibilizar en ellos dimensiones inéditas de la vida humana, a través del ejercicio restaurador del lenguaje, en una ciudad como Medellín donde de nuevo las bandas paramilitares y los grupos delincuenciales de la mafia a sus anchas acrecientan las cifras de homicidios") y un largo etcétera.
Andrés y Camilo, los dos niños protagonistas de "Barro de Medellín", a pesar de las difíciles situaciones que viven, se repiten constantemente que no puede haber ciudad en el mundo más bella que Medellín. En esto, entre otras cosas, Gómez Cerdá ha sabido captar a la perfección el espíritu que embarga a los paisas. Y hoy, que revivo en mí aquellos tiempos y que desde la lejanía palpo el cambio, no puedo dejar de repetirme lo mismo, con la esperanza de que algún día, cuando diga que soy de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, me pregunten por algo más que el narcotráfico.
La semana pasada, sin embargo, decidí leer un libro infantil del español Alfredo Gómez Cerdá que se titula "Barro de Medellín" y cuenta la historia, precisamente, de dos niños de este barrio, a los que les cambia la vida —o al menos eso deja entrever— por una biblioteca: la impresionante "Biblioteca España" que se alza inmensa y preciosa en medio de casas a medio hacer. La vida les cambia por un libro, claro, pero sobre todo por la confianza de la bibliotecaria, que está dispuesta a perder un par de libros para ganar dos almas. He pensado mucho en eso, en la confianza. Pero eso me llevaría muy lejos. Sólo basta un apunte: el fundamento de la educación es la confianza; confiar en el alumno es darle alas.
El caso es que otra vez me siento muy cerca de aquella gente. También porque he visto que a raíz del libro ha surgido una magnífica iniciativa, que lleva el mismo nombre, y que busca "cambiar el mundo" —esa idea que ya queda tan lejana— a través del arte. "Barro de Medellín es una fundación que busca contribuir a la transformación de la ciudad de Medellín, mediante la inclusión social y una Escuela de Formación Artística multidisciplinaria".
Medellín ha cambiado muchísimo en los últimos años. Estoy convencida que en gran medida ha sido por una fuerte apuesta por la educación y la lectura. Cada vez son más las iniciativas —como la mencionada— que ven que contra la pobreza y la violencia sólo es eficaz la educación, la cultura, las letras (no sólo por las bibliotecas impresionantes que se han hecho sino también por la fantástica iniciativa del "biblioburro" que ha tenido gran resonancia. Si no la conocéis: entrad aquí. Imprescindible), la música (la Red de Escuelas de Música de Medellín ha optado también por formar niños pobres bajo el siguiente lema: "Quien ha cogido un instrumento, jamás empuñará un arma"), la poesía (el proyecto Gulliver, que ha nacido con el Festival Internacional de Poesía de Medellín, nos dice: "Es ahora que la poesía debe actuar mucho más, echando raíces en lo profundo del alma de los niños y jóvenes, para visibilizar en ellos dimensiones inéditas de la vida humana, a través del ejercicio restaurador del lenguaje, en una ciudad como Medellín donde de nuevo las bandas paramilitares y los grupos delincuenciales de la mafia a sus anchas acrecientan las cifras de homicidios") y un largo etcétera.
Andrés y Camilo, los dos niños protagonistas de "Barro de Medellín", a pesar de las difíciles situaciones que viven, se repiten constantemente que no puede haber ciudad en el mundo más bella que Medellín. En esto, entre otras cosas, Gómez Cerdá ha sabido captar a la perfección el espíritu que embarga a los paisas. Y hoy, que revivo en mí aquellos tiempos y que desde la lejanía palpo el cambio, no puedo dejar de repetirme lo mismo, con la esperanza de que algún día, cuando diga que soy de Medellín, la ciudad de la eterna primavera, me pregunten por algo más que el narcotráfico.
Marce, me recordaste todas esas mañanas de sábado en noveno y décimo... Tanta pereza que nos daba subir y tan felices que nos sentíamos allá... era curioso.
ResponderEliminarYo quiero cambiar el mundo. Y para que no se me olvide lo dejo escrito en tu blog...
ResponderEliminarAh, Marce, y gracias a Natalia y a una entrada anterior tuya, yo cuando oigo Medellín pienso en la iluminación fantástica de Navidad...