Desde hace unos meses se ha agudizado la discusión sobre la libertad de expresión en las universidades, que se ha visto seriamente amenazada por la hipersensilidad de nuestra sociedad —y nuestra generación en concreto— que ve un ataque en cualquier afirmación que no asienta ciegamente a los dictados de los políticamente correcto, del discurso plena y llanamente inclusivo. Aún en cuestiones en las que el sentido común marcaría diáfanamente hacia otra dirección o donde simplemente reina el buen humor (como en el caso del Tweet de Ellen DeGeneres sobre Usain Bolt), la policía antidiscrimación no deja escapar ni una.
Es una pena que las universidades vayan cediendo ante las absurdas presiones y terminen por amordazar a sus profesores y sus alumnos a la hora de discutir ciertos temas que, simplemente, ya-no-se-discuten, bajo la pena de ser tachado de machista, homófobo, egotista, ciego-ante-tus-privilegios.
Ahora que la Universidad de Chicago ha escrito una carta a sus nuevos alumnos en la se niegan a ceder ante ciertas presiones para no ofender a nadie, me he acordado de un discurso de Charlton Heston en la Universidad de Harvard, pronunciado hace ya casi 20 años, donde les advierte lo que ya se estaba cuajando y que ahora nos estalla en cara constantemente.
Resulta que Charlton Heston era un firme defensor de la posesión de armas, una opinión que le trajo muchos enemigos y que le hizo darse cuenta de que empezaba a tomar forma "una guerra cultural orwelliana" en la que sólo ciertos discursos y acciones eran aceptados.
Heston no habla en términos abstractos. No se le puede acusar de que se inventa un fantasma peligroso que en realidad no existe, pues desciende a detalles concretísimos, como los siguientes:
1. En el Antioch College, en Ohio, jóvenes que buscan intimar con una compañera deben recibir autorización verbal en cada paso del proceso, empezando por los besos, las caricias, hasta, al final, la copulación. Todo esto descrito en una directiva impresa de la universidad.
2. En Nueva Jersey, a pesar de la muerte de varios pacientes alrededor del país que habían sido infectados con SIDA por sus médicos, la comisión estatal anunció que los proveedores de salud que era VIH positivos no debían decir a sus pacientes que estaban infectados.
3. En William and Mary, los estudiantes trataron de cambiar el nombre del equipo del colegio, "La Tribu", porque supuestamente estaba insultado a los indígenas locales, sólo para darse cuenta después de que en realidad a los indígenas les gustaba ese nombre. (Y etc.)
Para seguir con los absurdos, Heston trae la historia, reciente entonces, de David Howard, Jefe de la Oficina del Defensor Público de Washington D.C., al que hicieron renunciar y pedir disculpas públicas por usar la palabra "niggardly" en una conversación sobre asuntos monetarios con algunos colegas. La palabra, por supuesto, no tiene ninguna connotación racial ni conexión con la palabra "nigger" y simplemente significa "miserable", "escaso".
Un columnista tuvo el sentido común de hablar por Howard y escribió: "A David Howard lo despidieron porque algunos empleadores públicos eran unos imbéciles que (a) no conocían el significado de 'niggardly', (b) no saben cómo usar un diccionario para descubrir el significado, y (c) terminaron por exigirle que se disculpara por la ignorancia de ellos".
Sigue diciendo Heston:
"Ahora, ¿qué es lo que todo esto significa? Entre otras cosas, significa que decirnos qué debemos pensar ha evolucionado en decirnos qué debemos decir, así que decirnos qué debemos hacer no puede estar muy lejos. Antes de que puedan clamar que son campeones del libre pensamiento, díganme: ¿Por qué la corrección política se originó en los campus de Norteamérica? ¿Y por qué continúan tolerándola? ¿Por qué ustedes, que se supone que deben debatir ideas, se someten a su represión?"
Y más adelante:
"¿Quién va a proteger la materia prima de las ideas sin cadenas, si no lo hacen ustedes? La democracia es diálogo. ¿Quién va a defender los valores centrales de la academia, si ustedes, los supuestos soldados del libre pensamiento y la expresión entregan sus armas y suplican 'no me disparen'?
Si hablas de raza, eso no te hace machista. Si ves distinciones entre los géneros, eso no te hace sexista. Si piensas críticamente acerca de una denominación, eso no te hace antirreligioso. Si aceptas, pero no celebras la homosexualidad, eso no te hace homofóbico.
No dejen que las universidades de Estados Unidos continúen sirviendo como incubadoras de esta epidemia desenfrenada de nuevo macartismo. Eso es lo que es: nuevo macartismo. Pero, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo alguien puede prevalecer ante tal sujeción social tan generalizada?
Pues bien, la respuesta ha estado allí todo el tiempo. La aprendí hace 36 años, en las escaleras del Lincoln Memorial en Washington D.C, de pie con el Dr. Martin Luther King y otras doscientas mil personas.
Simplemente, desobedecer. Pacíficamente, sí. Respetuosamente, por supuesto. Sin violencia, claramente. Pero cuando cuando se nos dice qué pensar o qué decir o cómo comportarnos, no lo haremos. Desobedecemos el protocolo social que ahoga y estigmatiza la libertad personal.
Aprendí el sorprendente poder de la desobediencia del Dr. King, quién lo aprendió de Gandhi, y Thoreau, y Jesús, y todo otro gran hombre que lideró a aquellos en la verdad en contra de aquellos en el poder.
La desobediencia es nuestro ADN. Sentimos afinidad innata con este espíritu desobediente que lanzó en té en el puerto de Boston, que envió a Thoreau a la cárcel, que se negó a sentarse en la parte trasera del autobús, que protestó contra la guerra de Vietnam.
En ese mismo espíritu les estoy pidiendo repudiar la corrección cultural con una desobediencia masiva de la autoridad inmoral y las leyes onerosas que debilitan la libertad personal.
Pero deben tener cuidado. Duele. La desobediencia exige que se pongan en riesgo. Dr. King estuvo de pie en muchos balcones. Deben estar dispuestos a ser humillados, a soportar lo que hoy en día equivale a los policías de Montgomery y los cañones de agua en Selma. Deben estar dispuestos a experimentar la incomodidad."
Los linchamientos en las redes sociales, la picota pública a la que someten a ciertas personas, el odio desenfrenado que despiertan no ya los comentarios, sino lo que otros afirman que otros dijeron, son una buena muestra de lo que decían Charlton Heston, y que no ha hecho más que acentuarse con los años. Hay que pesar terriblemente cada palabra. Hablar, quién lo diría, es ya cosa de valientes.
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