20. I. 2011
Un día de pensamientos fragosos:
suicidios, sufrimientos, despedidas,
más ese dolor punzante de saber
que yo no soy ajena a todo aquello,
que eso que veo en los demás me mira
con ojos de verdugo, fulminantes,
“no son otros, eres tú, son tus actos”.
Todo el día cargando con un peso,
arrastrando en mi bolso la tristeza,
tomando unos apuntes sin sentido
del sentido del ser y su patencia.
Cae la tarde; el frío que fustiga
con saña la carne, hiela hasta el alma.
Aun así no quiero volver a casa.
Y es entonces cuando por primera vez
la Filosofía cumple su augurio
y el mochuelo de minerva despunta
el vuelo: en Ciencias hay un concierto,
¡guitarra, saxo, batería, bajo!
Estruendos de aplausos. Se acaba todo
y con un gozo nuevo vuelvo fuera
dispuesta a emprender una nueva lucha.
De camino a casa aparece, arriba,
blanco sobre negro, como esculpida,
la luna llena en la que leo claro
que a pesar de todo aún nos queda ella,
el jazz, la música, la poesía,
¡la esperanza de un sol que presta su luz
a los astros ciegos del firmamento!
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