Acabo de leer el discurso que pronunció Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel de Literatura. Aún no salgo de mi asombro, mi exaltación. Es realmente genial y me siento como si acabara de tener una larga conversación con alguien a quien conozco y me conoce desde hace tiempo, una conversación con alguien que ha sabido escoger las palabras precisas para abrir, de nuevo, viejas heridas. Heridas que al fin y a cabo están allí para abrirse, para no caer en el conformismo.
España, América Latina, los sueños de libertad y el desprecio por los nacionalismos, las dictaduras y las “pseudodemocracias populistas y payasas como las de Bolivia y Nicaragua” y, sobre todo, la pasión por la literatura, son sólo algunos de los puntos de unión, que han hecho que el discurso de Vargas Llosa me resultara particularmente vivo, particularmente mío.
Vargas Llosa habla de sus maestros, esos que ha encontrado en los libros, en sus miles de lecturas, que, dice él, “además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos”. Y es que la literatura, cuando se siente una verdadera pasión, es algo que logra empapar realmente toda la vida. No es sólo una diversión. No es un hobby más para hacer en el tiempo libre. Es un modo de vivir, de entender las cosas, de enfrentar la realidad, de comprender al hombre en su más íntima condición. Sólo hace falta pasión y un cierto gusto por todo lo humano, con todas sus luces y oscuridades. Y para tener pasión, como sucede con todos los deseos, hace falta una carencia, eso que tan bien se expresa con la palabra “sed”, que marca la vida de muchas personas. La literatura como pasión es una protesta y a la vez una esperanza: “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que deberíamos ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola”. Creo que pocas veces he leído una frase tan certera. Es la expresión de algo que siempre he llevado dentro y que no había sabido formular. Es la respuesta que de ahora en adelante daré a la pregunta de “¿por qué te gusta leer/escribir?”
Podría seguir destripando el discurso y hablar de la literatura como vocación, disciplina, trabajo y terquedad (son sus palabras), o de su capacidad universal de tender puentes entre culturas distintas… ¡y qué cosas por decir de América Latina, los recuerdos, las raíces!, pero el espacio apremia y el blog tampoco da para tanto. Es siempre mucho más lo que se calla que lo que se dice. Sólo quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Vargas Llosa por su discurso, no diré por su literatura, que aún me es desconocida, y robarme unas últimas palabras suyas para engalanar esta entrada. A falta de buenas palabras, nos quedan los genios y las bibliotecas.
“La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectiva, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional”.
Leed el discurso. Es una buena inversión. Y después, si os parece, podríamos ir a algún sitio a tomarnos algo, a hablar un poco de esto, de todo. Si no estáis en Pamplona, hacedlo con alguien. Hay cosas, ya lo decía Platón, que sólo pueden decirse en un discurso hablado entre amigos.
Yo invito.
Pues lo leeremos... Un saludo, Rafa.
ResponderEliminarY... ¡FELIZ NAVIDAD!
Ahora que disponemos de un poco más de tiempo, leeré el discurso (que me han entrado unas ganas).
ResponderEliminarTe tomo la palabras, tú invitas... pon el sitio y la hora y ahí estaré.
¡Feliz Navidad!