jueves, 30 de diciembre de 2010
Ut pictura poesis
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Elogio de la lectura y la ficción
Acabo de leer el discurso que pronunció Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel de Literatura. Aún no salgo de mi asombro, mi exaltación. Es realmente genial y me siento como si acabara de tener una larga conversación con alguien a quien conozco y me conoce desde hace tiempo, una conversación con alguien que ha sabido escoger las palabras precisas para abrir, de nuevo, viejas heridas. Heridas que al fin y a cabo están allí para abrirse, para no caer en el conformismo.
España, América Latina, los sueños de libertad y el desprecio por los nacionalismos, las dictaduras y las “pseudodemocracias populistas y payasas como las de Bolivia y Nicaragua” y, sobre todo, la pasión por la literatura, son sólo algunos de los puntos de unión, que han hecho que el discurso de Vargas Llosa me resultara particularmente vivo, particularmente mío.
Vargas Llosa habla de sus maestros, esos que ha encontrado en los libros, en sus miles de lecturas, que, dice él, “además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos”. Y es que la literatura, cuando se siente una verdadera pasión, es algo que logra empapar realmente toda la vida. No es sólo una diversión. No es un hobby más para hacer en el tiempo libre. Es un modo de vivir, de entender las cosas, de enfrentar la realidad, de comprender al hombre en su más íntima condición. Sólo hace falta pasión y un cierto gusto por todo lo humano, con todas sus luces y oscuridades. Y para tener pasión, como sucede con todos los deseos, hace falta una carencia, eso que tan bien se expresa con la palabra “sed”, que marca la vida de muchas personas. La literatura como pasión es una protesta y a la vez una esperanza: “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que deberíamos ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola”. Creo que pocas veces he leído una frase tan certera. Es la expresión de algo que siempre he llevado dentro y que no había sabido formular. Es la respuesta que de ahora en adelante daré a la pregunta de “¿por qué te gusta leer/escribir?”
Podría seguir destripando el discurso y hablar de la literatura como vocación, disciplina, trabajo y terquedad (son sus palabras), o de su capacidad universal de tender puentes entre culturas distintas… ¡y qué cosas por decir de América Latina, los recuerdos, las raíces!, pero el espacio apremia y el blog tampoco da para tanto. Es siempre mucho más lo que se calla que lo que se dice. Sólo quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Vargas Llosa por su discurso, no diré por su literatura, que aún me es desconocida, y robarme unas últimas palabras suyas para engalanar esta entrada. A falta de buenas palabras, nos quedan los genios y las bibliotecas.
“La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectiva, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional”.
Leed el discurso. Es una buena inversión. Y después, si os parece, podríamos ir a algún sitio a tomarnos algo, a hablar un poco de esto, de todo. Si no estáis en Pamplona, hacedlo con alguien. Hay cosas, ya lo decía Platón, que sólo pueden decirse en un discurso hablado entre amigos.
Yo invito.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Adviento
del Dios soberano,
que a infantil alcance
te rebajas sacro!
¡Oh Divino Niño,
ven para enseñarnos
la prudencia que hace
verdaderos sabios!
que, a Moisés hablando,
de Israel al pueblo
disteis los mandatos!
¡Ah! ven prontamente
para rescatarnos.
Y que un niño débil
muestre fuerte brazo!
de Jesé, que en lo alto
presentas al orbe
tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño
que has sido llamado
lirio de los valles
bella flor del campo!
que abre al desterrado
las cerradas puertas
del regio palacio!
¡Sácanos, Oh Niño,
con tu blanda mano,
de la cárcel triste
que labró el pecado!
sol de eternos rayos,
que entre las tinieblas
tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso,
dicha del cristiano,
luzca la sonrisa
de tus dulces labios!
Santo de los santos,
sin igual imagen
del Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas,
salva al desterrado
y, en forma de Niño
da al mísero amparo!
Emmanuel preclaro,
de Israel anhelo,
pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas
con suave cayado
ya la oveja arisca,
ya el cordero manso!
y llueva de lo alto
Bienhechor rocío,
como riego santo!
¡Ven hermoso Niño!
Ven Dios humanado
luce, hermosa estrella,
brota flor del campo.
previene sus brazos
do su niño vean,
en tiempo cercano!
¡Ven, que ya José,
con anhelo sacro,
se dispone a hacerse
de tu amor sagrario!
del doliente amparo,
consuelo del triste,
luz del desterrado!
¡Vida de mi vida,
mi dueño adorado,
mi constante amigo,
mi divino hermano!
de ti enamorados!
Bese ya tus plantas,
bese ya tus manos!
Prosternado en tierra
te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases
te dice mi llanto!
lunes, 6 de diciembre de 2010
Cocktail Theologico
Cuando era pequeña, había una especie de problema “teológico” que me inquietaba. Todo por una confusión lingüística, por un error en un solo fonema.
Los domingos en la misa de la parroquia a la que asistía, se rezaba una oración de acción de gracias y petición. Una de las cosas que se pedía era: “por aquellos que no sienten consuelo Y tienen fe”. O al menos eso era lo que yo pensaba. Tiempo después me di cuenta de que en realidad la petición era por “aquellos que no sienten consuelo NI tienen fe”. Aunque esta última petición no deja de encerrar grandes cuestiones sobre la gratuidad de la fe y el porqué unos la tienen desde siempre mientras que a otros parece que nunca les llega el momento, lo que de pequeña me inquietaba era esa aparente contradicción inicial: ¿se puede tener fe y no sentir consuelo?, ¿podemos creer en dios y sentirnos solos? O mejor dicho, ¿se puede tener fe sin esperanza?
Por ese entonces nada sabía de mística, ni de la “Noche Oscura del alma”, ni del amor purificador. En todo caso, me hubiera dado igual porque pensaba en algo completamente distinto: en personas que tenían a Dios por lo más grande, que en Él creían y vivían conforme a esa fe, pero en el fondo se sentían vacíos, insatisfechos. El peor drama, pensaba, de una existencia cristiana. Y cada domingo me detenía en esa consideración y pedía realmente por ellos, por algo que no podía comprender del todo.
Cuando salí de mi error fonético, casi me olvidé del asunto, pero de algún modo siempre ha estado presente. La posibilidad de vivir sin vivir, sin encontrar en dios las respuestas, era un temor que a veces me asaltaba. Mucho después, creo haberlo comprendido.
Ciertamente no se puede creer en Dios sin fe, esperanza ni caridad, pero en la práctica sí se puede vivir a espaldas de ellas. “Aquellos que no sienten consuelo Y tienen fe” tienen lo más importante pero les falta esperanza; tienen caridad, pero no la experimentan; miran sus heridas, pero no las de Cristo.
Tener una fe que sangra constantemente es pensar en la fe como un recetario o un oráculo que tiene todas las respuestas, cuando en realidad la fe es precisamente una búsqueda de un fin del que estamos ciertos, que no nos defraudará, pero que todavía no poseemos. Por eso la esperanza es un virtud auténticamente cristiana; la virtud del peregrino, pues nuestra vida es ante todo un camino, y para llegar a donde no estamos, hemos de ir por donde no estamos, llevar nuestra capacidad de sorpresa al máximo, nuestra búsqueda hasta sus límites. La esperanza es virtud del que tiene sed y sabe que entre más grande sea la medida de su sed más plenamente será saciado.
No es una sed existencialista, un vacío que sólo puede llenarse de vacío, una tendencia al absurdo, a la nada. Es una sed que confirma la esperanza, la epekhtasis de san Gregorio, que aún me gustaría estudiar a fondo.
La fe y la esperanza no son meramente un consuelo, algo subjetivo o un efecto anestesiante, todo lo contrario. La esperanza es virtud del caminante, de aquel que no se detiene (porque el que no avanza, retrocede; quien alguna vez haya remado lo sabe bien) y como un peregrino puede decir: “todo lo que tengo lo llevo conmigo” y aún así ir ligero de equipaje.
La fe y la esperanza son, en definitiva, una cuestión de caridad, de amor. Dejar de anhelar un consuelo, para que Dios lo encuentre en nosotros. Y es que nosotros, pobres criaturas (y además, precisamente por esto), podemos hacer crecer en Dios la esperanza. Sólo con esas tres virtudes se puede vivir realmente la vida.
Ya lo decía el Cardenal Ratzinger: “Tengo que comenzar por dejar de mirarme, y preguntarme qué es lo que Él quiere. Tengo que empezar aprendiendo a amar, pues el amor consiste en apartar la mirada de mí mismo y dirigirla hacia Él. Si a partir de esta tendencia fundamental, en lugar de preguntarme qué es lo que puedo conseguir para mí mismo, me dejo sencillamente guiar por Él, si me pierdo realmente en Cristo, si me dejo caer, me desprendo de mí mismo, entonces me doy cuenta de que ésa es la vida correcta, porque de todos modos yo soy demasiado estrecho para mí solo. Cuando salgo al aire libre, valga la expresión, entonces y sólo entonces comienza la grandeza de la vida”.