lunes, 18 de octubre de 2010

Dersu Uzala (1975)


Concluir el ciclo de cine de Akira Kurosawa con Dersu Uzala es lo que yo llamo cerrar con broche de oro. Es una película preciosa, que trata de una de mis temáticas favoritas: la amistad. Está rodada en la gran Rusia y fue producida por la U.R.S.S, de modo que la unión entre lo ruso y el lejano oriente es verdaderamente fascinante.
En medio de la taiga -la selva rusa- se da el encuentro de un capitán ruso y un cazador chino, de la tribu Hezhen, que vive allí, en medio de la naturaleza. (Podéis encontrar un resumen completo de la película aquí). Entre ellos se forma una amistad, a lo largo de un camino juntos -al mejor estilo de Quijote y Sancho- que está hecho de silencios antes que de palabras. Es mucho más lo que se calla que lo que se dice. La amistad se consolida en los silencios, en una compenetración de almas que no precisa de discursos. El capitán Arseniev observa, escucha y por lo general calla, y se deja fascinar por la grandeza de espíritu de un hombre sencillo, ingenuo, con un corazón que recuerda al de un niño.
Dersu, el cazador, es un solitario que nunca se siente solo. Ha estado muchos años rodeado del sol, los animales, las plantas -esas "personas", como él mismo las llama- que lo acompañan siempre en su camino. Su sensibilidad es cautivadora, por una especie de halo de inocencia y sencillez que lo cubre. Su mirada es penetrante y aguda, sabe leer en la naturaleza y escuchar sus voces, anticipando con rapidez y certeza lo que vendrá y lo que otros podrán necesitar. Tendríais que conocerlo para saber de qué hablo. Es un personaje fascinante.
Dos hombres que viven en tiempos internos distintos -el uno de mentalidad primitiva, el otro un hombre culto, capitán, geógrafo...- pero que la coincidencia de un mismo tiempo externo y un mismo lugar ha logrado sincronizar tiempos anacrónicos en una amistad.
Esto es precisamente lo que más me ha gustado de la historia, pues aunque aparentemente no pasa nada -es al espectador al que le pasan cosas- logra plasmar con belleza lo que para mí siempre ha sido la amistad: una coincidencia "imposible" entre dos o más personas, que por destino, azar, providencia, han venido a caer en un mismo tiempo y lugar -¡entre las infinitas posibilidades!- y por una especie de chispa que nunca he sabido definir, que no se sabe muy bien de dónde viene, los tiempos de cada uno se acompasan, de modo que la unión de dos tiempos, ahora iguales, adquieren pretensiones de eternidad. Por eso la amistad, de algún modo, entraña un anhelo de "para siempre".
Entre Dersu y el capitán ese acompasamiento se da lentamente, mientras recorren diferentes sitios y viven momentos sobrecogedores en paisajes verdaderamente pictóricos, como su pérdida en la estepa, enorme y glacial, donde el cazador muestra, una vez más, su ingenio y grandeza de alma. Al final, cuando Dersu muere (no revelo nada que no se sepa al minuto uno), ese anhelo de eternidad que se encierra en toda amistad no se ve truncado, sino más bien consumado. Juntos no han vivido demasiado, pero sí lo suficiente. Han sido leales, se han comprendido mutuamente, han querido que el otro fuera feliz, aunque tuviera que mediar una separación de por medio. Y es que cada vez me convenzo más de que en una verdadera amistad, la separación no debe ser prueba sino más bien confirmación de ese "para siempre" del que antes hablaba.

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