No sé quién me habló de él por primera vez, pero
EGM me hizo interesarme por él y
"El peso de la palabra" me lo ha dado -en parte- a conocer. Lo que sí sé es que cada vez más gente escribe sobre sus Escolios, más gente se ve capturada por su agudeza e ironía y son más y más los que buscan adentrarse en un pensamiento compuesto por pequeños fragmentos, o como él mismo diría “una composición
pointilliste”. Sus aforismos están llenos de lucidez y sugerencias y, en el mejor de los casos, de buen humor; muchos son pequeños instantes de gloria, dardos que dan en el blanco. Es lo que trae consigo escribir de modo aforístico y el colombiano sabe jugar con cierta ambigüedad a su favor. Esta ambigüedad, que permite que todo aquel que se acerque a sus escolios saque de ellos lo que quiera, es lo a veces me genera algunas dudas, aunque no cuestiono su genio y su visión diáfana e ilustrativa, que abre nuevos horizontes al entendimiento. Por lo poco que he leído de Gómez Dávila, esto es lo que más me gusta: la reflexión que sus escolios suscitan. Para profundizar en su filosofía y su pensamiento en general, sus ingentes lecturas, su visión política, etc., son cada vez más los que se interesan por él. No es ese mi propósito; lo que haré será desdoblarlo, desarticularlo, quedarme en los “toques cromáticos de la composición”, sin tratar de vislumbrar el todo “
pointilliste”. Mejor dicho, tomar sus aforismos como trampolín o excusa para el pensamiento, sin pretensión de fidelidad al autor. Creo que Gómez Dávila me lo perdonaría, pues él mismo dice: “las frases son piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector. El diámetro de las ondas concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque” (Escolios I, 26). Y ese estanque, que somos nosotros, necesita un movimiento continuo para que albergue vida y no podredumbre; necesita del oxígeno puro que exige el pensar, que fluyan como en un río las ideas.
Aquí, algunas de esas piedras:
—La libertad no es fin, sino medio. Quien la toma por fin no sabe qué hacer cuando la obtiene.
— Las perfecciones de quien amamos no son ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de advertir una perfección invisible a otros ojos.
— No logrando realizar lo que anhela, el “progreso” bautiza anhelo lo que realiza.
— Tan imbécil es el hombre serio como la inteligencia que no lo es.
— La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer.
— Escribir sería fácil si la misma frase no pareciera alternativamente, según el día y la hora, mediocre y excelente.
— La personalidad, en nuestro tiempo, es la suma de lo que impresiona al tonto.
— El máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto.
— El estado moderno fabrica las opiniones que recoge después respetuosamente con el nombre de opinión pública.
— Ningún ser merece nuestro interés más de un instante, o menos de una vida.
— Mientras mayor sea la importancia de una actividad intelectual, más ridícula es la pretensión de avalar la competencia del que la ejerce. Un diploma de dentista es respetable, pero uno de filósofo es grotesco.
— El que se cree original sólo es ignorante.
— Nadar contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas.
— Las ideas se remozan con los años y sólo las más antiguas llegan a una juventud inmortal.
— Pocos reparan en la única diversión que no hastía: tratar de ser año tras año un poco menos ignorante, un poco menos bruto, un poco menos vil.
— Cuidémonos de llamar “aceptar la vida” aceptar sin resistencia lo que degrada.