En España, por tradición (entre otras razones que ya se verán), se doblan absolutamente todas las películas, no sólo las infantiles como sucede en la mayoría de los países. Si bien es cierto que tienen el mejor doblaje del mundo, y esto es algo de lo que se sienten muy orgullosos, incluso una película bien doblada pierde mucho de su belleza primitiva, de su fondo, y nunca llega a ser tan buena como cuando se ve en V.O. No me refiero aquí únicamente a las películas en inglés, que son la mayoría de las comerciales y el único idioma “plus” que hablo, sino a todas, porque ver una película en V.O. es mucho más que leer un libro en el idioma en que fue escrito. Si se tiene conocimiento del idioma original de la película, verla en V.O. es casi una obligación, pues en ese caso se podrán apreciar muchos más matices, juegos lingüísticos, expresiones propias e intraducibles de la lengua que hacen que los personajes sean quienes son. La unidad entre el modo en que utilizamos nuestra lengua materna o cualquier otra lengua que hablemos y lo que somos, nuestra personalidad, es tan estrecha que poder captar esas sutilezas en una película nos da un panorama mucho más profundo acerca de la mentalidad de los personajes y nos permite entender mejor sus acciones, sus pensamientos, sus móviles. El arte cinematográfico es sumamente rico, pues incluye fotografía, música, movimientos de cámara, interpretación, etc., pero todo está ordenado a una misma cosa: contar una historia. Una historia que siempre se define por los personajes que la constituyen. Si los personajes están bien logrados, el resultado será una buena historia, por banal que parezca. Entender bien los personajes, hacerse cargo de ellos, es fundamental. Por eso si se sabe, así sea un poco, de la lengua original, no hay excusa para verla doblada, pues en todo caso siempre están los subtítulos para aclarar lo que no se entienda. Y, dicho sea sólo de paso, ver películas es un método excelente para aprender un idioma, y aprenderlo vivencialmente (eso que tanto nos gusta).
Ahora bien, retomando la argumentación inicial, las V.O. no están hechas sólo para quien entiende el idioma en que están hechas. Es más, casi me atrevería a decir que no saber un idioma es una razón extra para verla en V.O (con subtítulos, por supuesto), pues eso significa que estamos mucho menos familiarizados con esa civilización y para poder entender mejor la película tenemos que empaparnos un poco de la cultura donde se desarrolla la historia, de la cultura que son los personajes en sí. Eso se logra en parte con el componente visual, pero las entonaciones, cadencias, el sonido mismo de la lengua que nos dice algo, que tiene una armonía musical, rítmica, también nos brindan elementos inagotables de la cultura. Ver una película japonesa, por ejemplo, doblada es casi un insulto a la cultura y ante todo una gran pérdida, también intelectual. Los sonidos tan propios de las lenguas orientales nada tienen que ver los de la lengua española. Ya lo he dicho: pensamiento y lenguaje están íntimamente entrelazados, y el problema del doblaje está en pensar que los personajes, japoneses en este caso, hablan como hablaría un español. No somos tontos, lo sé, y sabemos que en realidad es un doblaje, pero la fuerza audiovisual es tan fuerte que nos cuesta distanciarnos y captar las miles de sutilezas que hay en los modos de hablar. Es una cuestión de apertura, de aceptar lo extraño, lo que no comprendemos exhaustivamente. Cerrarse sólo a la propia lengua, al sonsonete familiar, a los doblajes atiborrados de los giros más exclusivamente españoles es algo un poco palurdo, no querer salir de la propia aldea.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la actuación es más que los gestos y movimientos, pues precisamente la parte más complicada está en cómo interpretar el guión, cómo decir lo que se tiene que decir. Volvemos al tema de las entonaciones, la conjunción entre voz y cuerpo, el sentimiento que se pone en las palabras. Por eso me sorprende cuando después de ver una película doblada, la gente comenta lo bien qué actúa tal actor, cuando en realidad se le ha mutilado más de la mitad de su trabajo. Si hablamos de películas de calidad, hemos de tener en cuenta que cada modo de decir está perfectamente pensado por el actor (que originalmente suele tener un muy buen registro de voz), el director, el guionista, y la inmensa mayoría de las ocasiones el doblaje no puede hacerse cargo de todas esas pequeñas cosas que tenía en mente toda la producción. Esto es mucho más importante en las películas animadas y en los musicales, donde los creadores cuidan con especial esmero el audio de las producciones. No digo que en los doblajes no se cuide, sólo que una niñera no podrá cuidar tan bien a un niño como lo haría su madre. Doblar es casi una delicada y sutil usurpación de una cultura, unos actores, unos personajes, una historia.
Entiendo que para quienes no están acostumbrados a ver una película con subtítulos puede ser difícil en un primer momento adquirir es simplísimo acto de leer, escuchar y ver a la vez la película sin perderse nada. Porque se puede, aunque haya quienes no lo crean, hasta el punto de terminar de verla sin darse cuenta de que estaba subtitulada. Es cuestión de costumbre, de ver unas pocas películas así, pues realmente no es tan difícil. Muchas personas me han dicho que el cine es un momento de esparcimiento y no hay que añadir dificultades que nos obliguen a esforzarnos un poco más o, quizá, ¡a pensar! En el fondo, reconozcámoslo, la cerrazón a ver las películas dobladas es una cuestión de pereza intelectual, un ramalazo más de esa enfermedad que es la pasividad: preferir que todo nos lo den masticado, encender el televisor para que nos hable sin pensar en lo que nos dice, que hagan todo por nosotros. E hija de la pasividad: la torpeza. Hace falta la actividad, la actividad en grado sumo, eso que algunos llaman la contemplación para captar la finura del mundo que nos rodea y captar que las mejores cosas de la vida son sutilezas, que no se captan con el genio sino con el ingenio.