lunes, 24 de mayo de 2010

El corazón de las tinieblas


No sé cuánto tiempo estuvimos escuchando a Marlow, pero en el Nellie fuimos testigos de una confesión que se nos grabó muy hondo. ¡Quién pudiera entrar en el corazón de un hombre! Oímos su narración como se oyen las primeras voces después de un profundo sueño, como se escucha una conversación lejana mientras se está en duermevela. La suya era una historia que tiene por protagonista el alma humana, una mezcla de surrealismo y la realidad más cruda, que se unieron para cubrir de niebla y silencio el bergantín en el que nos encontrábamos, hasta calar cada uno de nuestros huesos. ¡Quién pudiera contar historias como las del viejo Marlow! Otro de los tripulantes que conmigo escuchaba a Marlow decía de su peculiar estilo narrativo que "para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino fuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la iluminación espectral de la claridad".
Con Marlow emprendí muchos viajes, pero el más misterioso, el más profundo, el más oscuro, quizá, fue aquel que me llevó a las orillas de ese abismo que es el alma humana. Este viejo lobo de mar había navegado hasta el corazón de las tinieblas: la selva congoleña que fue partícipe del vacío de un hombre que se enfrenta él solo con la muerte, con los puños cerrados a su ambición y egoísmo. Marlow supo mirar en el interior de un hombre y cargar sobre sus hombros el peso de una vida vivida en torno al propio yo. No sé qué fue lo que vio, pero sus palabras repartían luz y oscuridad. A nosotros nos llenó de una cierta oscuridad que nos oprimía el alma, pero sé que, para él, esa confesión era luz, luz que alumbraba su alma, que le condujo a esa alta cumbre que es el conocimiento del yo. ¡Quién se atrevería a emprender ese viaje, que exige más valor, más audacia, que lleva hasta los arcanos repliegues de la humanidad, tan noble y tan mezquina a la vez!

sábado, 15 de mayo de 2010

La geometría de la historia


Hasta ahora el examen que peor me ha salido ha sido el de Psicología. No es de extrañar: Esta es sólo una de las cosas que se me ocurrieron mientras estudiaba. Bastó con leer una fecha, 1856-1939 (Freud), para que miles de imágenes de lo que ha sucedido en esos años se me vinieran a la mente y, como estaba estudiando en la biblioteca de Ciencias, salió mi yo científico y esto fue lo que pensé:

Dibuja un línea recta horizontal muy larga. Escribe al lado "Historia de la Filosofía" y traza líneas perpendiculares sobre la línea original, lo suficientemente pequeñas como para que sobresalgan sólo un poco por encima y por debajo de dicha recta. Escoge varias fechas importantes de la Historia de la Filosofía y encima o debajo de cada una de ellas escribe una fecha, ordenadas del siguiente modo: x, y, z. Después realiza el mismo procedimiento, tomando como recta original la anterior y siguiendo los mismos pasos señalados. Escribe esta vez "Historia de las Ciencias Biológicas".

Vuelve a hacer lo mismo. Esta vez será "Historia de la Humanidad". Y así sucesivamente, cuantas más veces, mejor.
Por último traza una línea vertical, perpendicular a todas las anteriores, de modo que las corte a todas por un punto. A continuación, a cinco centrímetros de distancia, traza otra línea paralela a ésta y extiéndela cuanto sea necesario para que corte a todas las líneas en al menos un punto. ¿Qué nos queda en ese tramo? La comprobación de que la geometría no sirve para la historia. Y de que las Humanidades, cuando se cientifizan, se descarnan. La única representación física sería algo así como la imagen que precede este "post".
Y así fue como me entretuve un rato pensando qué estará pasando ahora en el mundo, en ese tramo con el que nos hemos quedado después del corte. ¿Quiénes pasarán (¡¿pasaremos?!) a la Historia? ¿Cuántos santos estarán caminando por ahí, haciendo bien por el mundo o destruyendo -aún- sus vidas, sin saber lo que les espera? ¿Cuántos están muriendo para pasar a formar parte de una estadística que se estudiará en unos mil años? ¿Cuántos están ahora, mientras yo escribo esto, en un laboratorio, trabajando en un gran invento que revolucionará el mundo? ¿Cuántos poetas escribiendo la obra de su vida? Y lo mismo en una visión menos optimista.
Yo, en mi mediocridad y tonterías, pienso en... mi mediocridad y tonterías. Y en que quizá, en otro lugar del universo, la geometría de la Historia hace de las suyas y justo la línea vertical corta por el punto de una recta en donde estoy yo y por el punto de otra recta donde alguien más está pensando en esto mismo. Y si piensa en esto, piensa en mí, contemporánea en la recta, que sólo piensa en estas abstracciones, sin saber ni qué le pasa a quien está a su lado.
En fin, ni caso, será la primavera (aunque en Pamplona seguimos en invierno) que hace este tipo de estragos.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Reflexiones en mi vigésimo aniversario




Cuando Bertrand Russell cumplió ochenta años escribió sus "Reflexiones en mi octogésimo aniversario", que resultan conmovedoras viniendo de un anciano. Yo, a mis veinte años, ¿qué puedo decir? Cualquier cosa resultaría un poco pedante y, probablemente, moralizante. A esta edad, aunque a veces me cueste aceptarlo, aún se sabe poco de la vida. Sin embargo es un aniversario redondo, el primero del que tengo verdadera conciencia, y en cierta medida supone un cambio. "Veinte" es el número de la juventud, o al menos eso dicen las canciones. Cuando un hombre se hace mayor, habla de los veinte años con añoranza, como la época en que tenía el mundo en sus manos, el estado de radical apertura, el momento de las grandes decisiones, las grandes acciones, el tiempo de la esperanza y del ahora, de la plenitud, etc, etc. No quiero pensar demasiado en ello, porque hacerlo es como si envejeciera repentinamente y empezara a pensar en el hoy con cierta nostalgia, como si se me fuera de las manos y no lo supiera aprovechar al máximo. En realidad sólo quería dejar constancia de este cumpleaños (porque los blogs, entre otras cosas, son una especie de memorias perdidas en la infinitud del mundo cibernético), para que cuando tenga ochenta años pueda recordar los veinte, sin nostalgia. Para que no pueda decir que los veinte se me fueron sin notarlo, sin sacarle el máximo partido, inconsciente de la vida. Lo sé: hoy tengo veinte años y sólo dos reflexiones, una por cada década. La primera mira hacia atrás y coge impulso para mirar al futuro; la segunda empieza hoy para que siga mañana: (1) Nunca ha sido el momento perfecto para eso que siempre esperamos y nunca lo será, (2) lo mejor que se puede hacer a los veinte años es vivirlos.

Post scriptum: La mejor canción de cumpleaños la escribió Bob Dylan, Forever Young, y me he encontrado con que recientemente han hecho este vídeo animado. ¡Excelente! Así que mi tercera reflexión está allí contenida y en palabras de una gran persona que conozco vendría siendo algo así como: "seguir acumulando juventud".