Pascal escribió varias cosas acerca de la soledad. Unas veces criticando las ostentación de las clases altas, que sólo servía para ocultar el miedo a estar solos. Otras veces para advertir sobre la esclavitud de no saber estar en soledad: “Todas las desgracias del hombre vienen de una sola cosa: el no saber quedarse solos tranquilos en un habitación”.
Si ya entonces ese miedo era alarmante, creo que ahora es el miedo por excelencia. Es un miedo que se ha convertido en vicio. El vicio, por ejemplo, de odiar Facebook y no poder vivir sin él. El miedo de sentirse aislados. El miedo al silencio, a desenchufarse de la música —o incluso de un libro— para pararse a pensar en soledad. Y nos estamos vendiendo por un precio muy bajo: un autoengaño del que somos perfectamente conscientes, la pérdida de la intimidad, vivir hacia fuera. O vale, quizá dicho así no sea fácil de reconocer, pues nadie aceptaría que está perdiendo su intimidad, pero lo cierto, y lo preocupante, es que, y nadie puede negarlo, sí que estamos perdiendo algo importante: la soledad. Estamos perdiendo el mundo interior, la actitud de guardar las cosas que nos suceden, contemplándolas en el corazón. Y esto no sólo por lo que digamos o dejemos de decir, no sólo por lo que digamos en Twitter, Facebook o los blogs. Al fin y al cabo tenemos cierto dominio sobre nuestras palabras, pero lo que dicen los demás se escapa más de nuestro control. La cantidad de información que recibimos por segundo es ingente y —sí, reconozcámoslo— casi toda insustancial. Se meten en nuestra soledad, porque cada vez vamos abriendo más puertas, porque el silencio se nos hace más insoportable que el escandaloso y estridente ruido discorde de los miles de mensajes que nos mandan las redes sociales.
¿Dónde están los demás? ¿Dónde nos encontramos a nosotros mismos? Sin duda no en la despersonalización. Nuestra dignidad reclama un soledad que sólo pueda vivirse en compañía. En una compañía de verdad: que sepa ver a fondo en nuestros silencios.
Si ya entonces ese miedo era alarmante, creo que ahora es el miedo por excelencia. Es un miedo que se ha convertido en vicio. El vicio, por ejemplo, de odiar Facebook y no poder vivir sin él. El miedo de sentirse aislados. El miedo al silencio, a desenchufarse de la música —o incluso de un libro— para pararse a pensar en soledad. Y nos estamos vendiendo por un precio muy bajo: un autoengaño del que somos perfectamente conscientes, la pérdida de la intimidad, vivir hacia fuera. O vale, quizá dicho así no sea fácil de reconocer, pues nadie aceptaría que está perdiendo su intimidad, pero lo cierto, y lo preocupante, es que, y nadie puede negarlo, sí que estamos perdiendo algo importante: la soledad. Estamos perdiendo el mundo interior, la actitud de guardar las cosas que nos suceden, contemplándolas en el corazón. Y esto no sólo por lo que digamos o dejemos de decir, no sólo por lo que digamos en Twitter, Facebook o los blogs. Al fin y al cabo tenemos cierto dominio sobre nuestras palabras, pero lo que dicen los demás se escapa más de nuestro control. La cantidad de información que recibimos por segundo es ingente y —sí, reconozcámoslo— casi toda insustancial. Se meten en nuestra soledad, porque cada vez vamos abriendo más puertas, porque el silencio se nos hace más insoportable que el escandaloso y estridente ruido discorde de los miles de mensajes que nos mandan las redes sociales.
¿Dónde están los demás? ¿Dónde nos encontramos a nosotros mismos? Sin duda no en la despersonalización. Nuestra dignidad reclama un soledad que sólo pueda vivirse en compañía. En una compañía de verdad: que sepa ver a fondo en nuestros silencios.
Extraordinaria serie, que da compañía sin quitar la soledad. Gracias.
ResponderEliminarNo se me había ocurrido que un libro pueda evitar que pensemos en soledad. Pero puede ser. Lo que pasa es que es más difícil engancharse a un libro que a unos cascos, por la sola razón de que la gente te mira raro si andas leyendo por la calle, y te arriesgas a pegarte una piña.
ResponderEliminarTambién puede ser que el activismo en que vivimos todos hace que te sientas culpable si dedicas un tiempo nada más que a pensar, sin hacer (aparentemente) nada más. No sé. Yo, para pensar, tendría que encerrarme, porque si no me arriesgo a que me den una ocupación más visible exteriormente.
He de reconocer que lo del libro lo puse al final, después de un poco de dudas. Lo puse, todo sea dicho, para no sentirme demasiado excluida de lo que estaba diciendo. No me es tan difícil desenchufarme de un iPod como hacerlo de un libro. Y entonces, a veces, me acuerdo de esta
Eliminarviñeta. Leer es el mejor modo de empezar a pensar, pero es eso un comienzo... Y sí, pensar, sin más, no es fácil y, sobre todo, incomprensible si nos ven ahí, parados, sin hacer "nada". Escribir es una buena opción para pensar, por ejemplo, sin necesidad de tener que meterte bajo la cama.