No me atrevo a hablar mucho de poesía. La ignorancia es atrevida y aunque hay temas que pueden ser tratados con ligereza, no creo que la poesía sea uno de ellos. Por eso, no sabría explicar por qué "Sol de noviembre" de Miguel D'Ors me ha gustado mucho más que otros libros suyos que he leído ("Hacia otra luz más pura", "Punto y aparte" y bastantes de los 2001 poemas de su antología). Quizá no haya ninguna razón estilística, sino que probablemente las cosas buenas sólo se aprecian con el tiempo y a la poesía se llega por la poesía, es decir, después de haber leído mucho (y yo, que no he leído mucho, he llegado a "Sol de noviembre" habiendo leído un poco más).
Pero ya lo he dicho, no voy a hablar de poesía, sino de algo más accidental, que poco a poco se me va presentando con ínfulas de Providencia. (Y yo, que siempre estoy quejándome ante la Providencia por sus planes inescrutables, sus mil y una vueltas cuando bien podría hacerlo fácil, sus plazos interminables, no veo otra opción más que guardar un silencio agradecido).
En fin, leyendo "Sol noviembre" y veía cosas como: "Aclaración a Enrique García-Máiquez", "Para Gabriel Insausti", "Para Javier de Navascués y Marina". Al primero le debo más de lo que se imagina; a los otros dos me los cruzo constantemente por los pasillos y ni se imaginan todo lo que pienso en esos dos segundos, mientras bajo la cabeza y me digo "deberías decirles algo". Así infinidad de veces. Es una pena lo lejos que podemos estar de personas que están muy cerca físicamente. Es, sobre todo, un enorme desperdicio. Tanto hablar de "Solitude", a veces con un resquemor amargo, para venir a darme cuenta que la falta de diálogo es casi siempre una ceguera, no saber mirar a quienes nos encontramos ("Hay tantos muros entre las miradas..."). Y ahí es donde las quejas a la Providencia se convierten en reproches por su parte.
Las dedicatorias de D'Ors no son más que ejemplos. En realidad, tengo la suerte con cruzarme con "nombres" muy sonados, que de repente cobran cuerpo, cara, personalidad. Y siempre pienso: "¿A que rayos te has dedicado estos cuatro años en la Universidad si el diálogo ha sido casi nulo?". Alejandro Llano cuenta en sus memorias que el mayor tiempo de su vida, además de dedicarlo a leer y dirigir tesis doctorales, lo ha empleado en hablar con sus alumnos. Le he oído decir esto cientos de veces y las cien veces me he sentido imbécil por no haber sabido robarle esos dorados minutos. Es irónico que tanto autobiografismo en el blog, a veces incluso tanto desparpajo, no me sirva para el "primum vivere".
Suerte —o buena Providencia— no me falta. Pero con eso no basta. Hay que poner en juego las cartas. Que el tiempo es corto y las jugadas, largas.
Pero ya lo he dicho, no voy a hablar de poesía, sino de algo más accidental, que poco a poco se me va presentando con ínfulas de Providencia. (Y yo, que siempre estoy quejándome ante la Providencia por sus planes inescrutables, sus mil y una vueltas cuando bien podría hacerlo fácil, sus plazos interminables, no veo otra opción más que guardar un silencio agradecido).
En fin, leyendo "Sol noviembre" y veía cosas como: "Aclaración a Enrique García-Máiquez", "Para Gabriel Insausti", "Para Javier de Navascués y Marina". Al primero le debo más de lo que se imagina; a los otros dos me los cruzo constantemente por los pasillos y ni se imaginan todo lo que pienso en esos dos segundos, mientras bajo la cabeza y me digo "deberías decirles algo". Así infinidad de veces. Es una pena lo lejos que podemos estar de personas que están muy cerca físicamente. Es, sobre todo, un enorme desperdicio. Tanto hablar de "Solitude", a veces con un resquemor amargo, para venir a darme cuenta que la falta de diálogo es casi siempre una ceguera, no saber mirar a quienes nos encontramos ("Hay tantos muros entre las miradas..."). Y ahí es donde las quejas a la Providencia se convierten en reproches por su parte.
Las dedicatorias de D'Ors no son más que ejemplos. En realidad, tengo la suerte con cruzarme con "nombres" muy sonados, que de repente cobran cuerpo, cara, personalidad. Y siempre pienso: "¿A que rayos te has dedicado estos cuatro años en la Universidad si el diálogo ha sido casi nulo?". Alejandro Llano cuenta en sus memorias que el mayor tiempo de su vida, además de dedicarlo a leer y dirigir tesis doctorales, lo ha empleado en hablar con sus alumnos. Le he oído decir esto cientos de veces y las cien veces me he sentido imbécil por no haber sabido robarle esos dorados minutos. Es irónico que tanto autobiografismo en el blog, a veces incluso tanto desparpajo, no me sirva para el "primum vivere".
Suerte —o buena Providencia— no me falta. Pero con eso no basta. Hay que poner en juego las cartas. Que el tiempo es corto y las jugadas, largas.
Que conste que lo que mañana publico en Alba sobre tu blog no lo he escrito después de leer esto, y como agradecimiento. Lo hice hace varios días y después de leer la serie sobre la soledad, y como agradecimiento.
ResponderEliminarMarcela, eso de guardar, ante la Providencia o la Poesía, un silencio agradecido es muy hermoso, y esta entrada espléndida.
ResponderEliminarHubo un momento, después de darle a publicar, en el que pensé eliminarla. ¡Gracias, Enrique!
Eliminar[Lo que sale hoy en Alba, aunque allí lleva algún anacoluto, ay. Aquí va bien, creo:
ResponderEliminarSOLEDAD
Marcela Duque, colombiana y estudiante de Filosofía en la Universidad de Navarra, escribe el blog El Duque de Camelot. No sé cuánto gasta su Universidad en promocionarse, pero nada más que señalando ese blog se harían una gran publicidad. La creciente hondura del pensamiento de su autora asombra y se agradece. Está escribiendo una serie sobre la soledad y el silencio que reclama nuestra compañía y nuestro aplauso. Nos avisa de que "No hay mayor soledad que la de no saber quién eres ni hacia dónde vas. Es la peor soledad porque allí, ni siquiera, estás tú mismo"; lo que trae a la memoria la tesis del Padre Brown, de Chesterton, sobre el hombre que es capaz de reírse sólo, que es o muy bueno, porque le cuenta la broma a Dios, o muy malo, porque la hace para el Diablo, pero que en cualquier caso tiene sin duda vida interior. Y efectivamente, apoyándose Marcela Duque en Pascal ("Todas las desgracias del hombre vienen de una sola cosa: el no saber quedarse solos tranquilos en un habitación”) nos alerta de que las nuevas tecnologías, al invadir nuestras habitaciones más recónditas, nos dejan sin soledad, y sobre todo sin lo que esa soledad defiende, sin la vida interior. Se necesita un mínimo de silencio que los miles de mensajes que nos mandan las redes sociales estragan. Pero no se trata de aislarse, sino de todo lo contrario: "Nuestra dignidad reclama un soledad que sólo pueda vivirse en compañía. En una compañía de verdad: que sepa ver a fondo en nuestros silencios".
Enrique, ¡qué sorpresa tan inesperada! Es un poco extraño, por ser un honor inmerecido, leer mi nombre y mis palabras en lo que has escrito. Muchas gracias por esa lectura tan generosa. Eso sí que es un regalo inmejorable.
ResponderEliminarUso tus palabras porque se trata de una ventana fija que tengo allí que se llama "La vuelta al mundo en blog", en la que voy seleccionando lo más interesante de la blogosfera. Tu presencia te la has ganado por derecho propio.
ResponderEliminar