jueves, 26 de enero de 2012

Caminos de vuelta


En ocasiones, la historia de la filosofía podría escribirse al revés. Quizá no sería del todo fiel con la filosofía misma, pero no dejaría de ser fiel con los filósofos, pues, al fin y al cabo, todos los que hemos estudiado filosofía hemos partido desde el final, nos hemos criado en las últimas ideas boyantes de la sociedad. Todo filósofo empezó siendo un náufrago —no puedo concebir otro modo de acercarse a la filosofía, otro modo que no sea más que la apremiante necesidad de sobrevivir (por eso para los filósofos el dinero es un lujo que no pretenden, les basta mantenerse vivos)— y en su naufragio tuvo que aferrarse a lo primero que encontrase para mantenerse en la superficie, es decir, a todas las ideas que estaban a su mano, que la sociedad le gritaba a su paso. La filosofía, como decía Jesús Arellano, no es más que un ansia de superficialidad, aunque esto es otro tema.
De este modo, para muchos, los caminos de la filosofía han sido en realidad un camino de regreso. Un recorrido al revés por la historia de la filosofía. Así que primero fue Ortega y Gasset el que nos hizo notar nuestra condición de náufragos: “náufragos hacia nosotros mismos”, dando brazadas para sobrevivir. Después Nietzsche fue el que nos gritó “¡Filósofos a las naves!”, como diciendo que la filosofía era en realidad un viaje hacia lo desconocido. En el puro naufragio no se puede vivir y en tierra firme no es posible pensar de verdad. Los filósofos teníamos que subir a las naves y emprender un viaje sin retorno. Así comenzamos muchos a estudiar filosofía, con lo apasionado y provocador del grito de Nietzsche: “¡A las naves!”, como un grito de guerra, como quien quiere comerse el mar abierto que le espera.
Después llegó Tomás de Aquino y nos dijo slow down, que la filosofía era ante todo una escucha humilde a la verdad y nos dio un consejo a nosotros, jóvenes inexpertos: “que prefieras entrar por los ríos, y no enseguida por el mar, puesto que conviene llegar por lo más fácil a lo más difícil”. Y así nos volvimos cautelosos, atentos, estudiosos. La emoción por vivir un viaje de aventuras, se tornó en algo más grande; el grito de Nietzsche, se convirtió en un susurro, casi una confidencia; y el deseo de defender la verdad se transformó en un deseo de llegar a amarla.
Sin embargo, poco a poco el viaje se fue tornando fatigoso, monótono. La búsqueda de respuestas se tornó en una multiplicación de preguntas, el viaje mar adentro nos situó ante lo inabarcable del horizonte. La única certeza a la que habíamos llegado era que no había otro camino más difícil que ahondar en la realidad, con la esperanza de que a Platón —nos lo contó él mismo— le había pasado lo mismo, así que decidimos seguir sus pasos, y ya que estábamos embarcados, intentar una "segunda navegación". Una navegación más difícil que la primera, más comprometida con la propia vida, atreviéndonos a pensar por nosotros mismos. Y ahí es donde empezamos a andar nuestro camino, para descubrir en seguida que ningún camino es únicamente el nuestro, que el viaje en el que nos habíamos embarcado era un imposible en esta tierra, pero, son palabras de Platón, "el no examinar por todos los medios posibles lo que se dice de ellas, o el desistir antes de quedar exhausto de examinarlo por todos los costados, me parece que es cosa de hombre sin coraje", de modo que, al final, no nos queda más que perseverar en la nave de la filosofía, y asumir la mejor explicación posible de las cosas, "embarcándose en ella, como en una balsa, arriesgarse a realizar la travesía de la vida, si es que no se puede hacer con mayor seguridad y menos peligro en navío más firme, como, por ejemplo, una palabra divina”. Y allí, entonces, al final de este camino de vuelta, encontrarnos, una vez más con que en el principio está el final, con que el punto de partida de la filosofía está en saber que no es posible tener certezas a fuerza de "dar brazadas hacia nosotros mismos" —como diría Ortega, nuestro punto de partida—, sino que la vocación de la filosofía, la verdad, tendría que escribirse siempre con mayúsculas. Que conste que ya era Platón el que lo decía. Seguridad sólo hay en el navío de la palabra divina. Si no se toma como brújula, al final, se quiera o no, será punto de llegada. De ahí que la filosofía no sea sistema sino camino. Y es una suerte, agotadora, recorrerlo.

jueves, 19 de enero de 2012

Qué suerte


No me atrevo a hablar mucho de poesía. La ignorancia es atrevida y aunque hay temas que pueden ser tratados con ligereza, no creo que la poesía sea uno de ellos. Por eso, no sabría explicar por qué "Sol de noviembre" de Miguel D'Ors me ha gustado mucho más que otros libros suyos que he leído ("Hacia otra luz más pura", "Punto y aparte" y bastantes de los 2001 poemas de su antología). Quizá no haya ninguna razón estilística, sino que probablemente las cosas buenas sólo se aprecian con el tiempo y a la poesía se llega por la poesía, es decir, después de haber leído mucho (y yo, que no he leído mucho, he llegado a "Sol de noviembre" habiendo leído un poco más).
Pero ya lo he dicho, no voy a hablar de poesía, sino de algo más accidental, que poco a poco se me va presentando con ínfulas de Providencia. (Y yo, que siempre estoy quejándome ante la Providencia por sus planes inescrutables, sus mil y una vueltas cuando bien podría hacerlo fácil, sus plazos interminables, no veo otra opción más que guardar un silencio agradecido).
En fin, leyendo "Sol noviembre" y veía cosas como: "Aclaración a Enrique García-Máiquez", "Para Gabriel Insausti", "Para Javier de Navascués y Marina". Al primero le debo más de lo que se imagina; a los otros dos me los cruzo constantemente por los pasillos y ni se imaginan todo lo que pienso en esos dos segundos, mientras bajo la cabeza y me digo "deberías decirles algo". Así infinidad de veces. Es una pena lo lejos que podemos estar de personas que están muy cerca físicamente. Es, sobre todo, un enorme desperdicio. Tanto hablar de "Solitude", a veces con un resquemor amargo, para venir a darme cuenta que la falta de diálogo es casi siempre una ceguera, no saber mirar a quienes nos encontramos ("Hay tantos muros entre las miradas..."). Y ahí es donde las quejas a la Providencia se convierten en reproches por su parte.
Las dedicatorias de D'Ors no son más que ejemplos. En realidad, tengo la suerte con cruzarme con "nombres" muy sonados, que de repente cobran cuerpo, cara, personalidad. Y siempre pienso: "¿A que rayos te has dedicado estos cuatro años en la Universidad si el diálogo ha sido casi nulo?". Alejandro Llano cuenta en sus memorias que el mayor tiempo de su vida, además de dedicarlo a leer y dirigir tesis doctorales, lo ha empleado en hablar con sus alumnos. Le he oído decir esto cientos de veces y las cien veces me he sentido imbécil por no haber sabido robarle esos dorados minutos. Es irónico que tanto autobiografismo en el blog, a veces incluso tanto desparpajo, no me sirva para el "primum vivere".
Suerte —o buena Providencia— no me falta. Pero con eso no basta. Hay que poner en juego las cartas. Que el tiempo es corto y las jugadas, largas.

domingo, 15 de enero de 2012

Solitude (VI)


Pascal escribió varias cosas acerca de la soledad. Unas veces criticando las ostentación de las clases altas, que sólo servía para ocultar el miedo a estar solos. Otras veces para advertir sobre la esclavitud de no saber estar en soledad: “Todas las desgracias del hombre vienen de una sola cosa: el no saber quedarse solos tranquilos en un habitación”.
Si ya entonces ese miedo era alarmante, creo que ahora es el miedo por excelencia. Es un miedo que se ha convertido en vicio. El vicio, por ejemplo, de odiar Facebook y no poder vivir sin él. El miedo de sentirse aislados. El miedo al silencio, a desenchufarse de la música —o incluso de un libro— para pararse a pensar en soledad. Y nos estamos vendiendo por un precio muy bajo: un autoengaño del que somos perfectamente conscientes, la pérdida de la intimidad, vivir hacia fuera. O vale, quizá dicho así no sea fácil de reconocer, pues nadie aceptaría que está perdiendo su intimidad, pero lo cierto, y lo preocupante, es que, y nadie puede negarlo, sí que estamos perdiendo algo importante: la soledad. Estamos perdiendo el mundo interior, la actitud de guardar las cosas que nos suceden, contemplándolas en el corazón. Y esto no sólo por lo que digamos o dejemos de decir, no sólo por lo que digamos en Twitter, Facebook o los blogs. Al fin y al cabo tenemos cierto dominio sobre nuestras palabras, pero lo que dicen los demás se escapa más de nuestro control. La cantidad de información que recibimos por segundo es ingente y —sí, reconozcámoslo— casi toda insustancial. Se meten en nuestra soledad, porque cada vez vamos abriendo más puertas, porque el silencio se nos hace más insoportable que el escandaloso y estridente ruido discorde de los miles de mensajes que nos mandan las redes sociales.
¿Dónde están los demás? ¿Dónde nos encontramos a nosotros mismos? Sin duda no en la despersonalización. Nuestra dignidad reclama un soledad que sólo pueda vivirse en compañía. En una compañía de verdad: que sepa ver a fondo en nuestros silencios.

viernes, 13 de enero de 2012

Solitude (V)

No hay mayor soledad que la de no saber quién eres ni hacia dónde vas. Es la peor soledad porque allí, ni siquiera, estás tú mismo.

martes, 10 de enero de 2012

Desafío 2012

Ha concluido el Desafío 2011, en el que aspiraba a leerme 50 libros. Llegué a 39 con un derrota que me terminó sabiendo maravillosamente, pues terminé el año con Anna Karenina, un imprescindible. Sir Lancelot (ya siento el lapsus y la degradación, pues nada como el Cid) llegó a 44, nada mal teniendo en cuanto que todo son novelas (lo mío está muy unido a los "must" de la carrera) y es ¡tamaña literatura! (La columna de hierro, El conde de Montecristo, Ángulo de reposo...).
De este año nuevo espero muchas cosas. Entre ellas, como siempre, acudir más a los libros. Leer y releer, que es el mejor modo de nunca sentirse solos, además de aprenderme algunos poemas de memoria (¡Felices lo que saben poesías, porque nunca se sentirán solos! dice Nicolae Steinhardt en el libro que estoy leyendo ahora). Leer para empezar un diálogo consigo mismo, que ya es un buen comienzo para empezarlo con los demás. Aunque no siempre sea fácil encontrar los quiénes. Buscarlos -véase los blogs del panel derecho- es el principal motivo de que siga escribiendo aquí.

En fin, sin más preámbulos, esta es mi lista:

1. La unidad de la experiencia filosófica. Étienne Gilson.
2. El claro del bosque. Marisa Madieri.
3. El diario de la felicidad. Nicolae Steinhardt.
4. Imágenes, palabras, signos. Sobre arte y filosofía. Fernando Inciarte.
5. Reencuentro y Un alma valerosa. Fred Uhlman. (Dos pequeños libros que tendrían que haber sido uno).
6. Y Dios permite el mal. Jacques Maritain.
7. Barro de Medellín. Alfredo Gómez Cerdá.
8. Los restos del día. Kazuo Ishiguro.
9. Tan bella, tan cerca + Su ensayo: Leer o no leer. José Manuel Mora Fandos.
10. La conjura de los necios. John Kennedy Toole.
11. El mudejarillo. José Jiménez Lozano.
12. Caminos de la Filosofía. Alejandro Llano.
13. El abuso de la belleza. Arthur C. Danto.
14. Pensamientos despeinados. Stanislaw Jerzy Lec.
15. El Dios sin rostro: Presencia del panteísmo en el pensamiento del siglo XX. Juan Arana.
16. El taller de la filosofía. Jaime Nubiola.
17. Santo Tomás de Aquino. G.K. Chesterton.
18. Me debes un beso. Lucía Martínez. (Opera prima de una de mi clase de Filosofía).
19. Pequeños poemas en prosa. Charles Baudelaire.
20. De Foucault a Derrida. Amalia Quevedo.
21. Ángulo de reposo. Wallace Stegner.
22. Autorretrato con radiador. Christian Bobin.
23. Fahrenheit 451. Ray Bradbury.
24. Cámara oscura. Gabriel Insausti.
25. De ida y vuelta. Enrique García-Máiquez.
26. Historia de un otoño. José Jiménez Lozano.
27. Algún día este dolor te será útil. Peter Cameron.
28. Las siete barbies solteras. Rocío Arana.
29. Cautivado por la alegría. C.S. Lewis.
30. Entusiasmo y delirio divino. Josef Pieper.
31. Estrellas Amarillas. Edith Stein.
32. Rayuela. Julio Cortázar.
33. La vida lograda. Alejandro Llano.
34. 1984. George Orwell.
35. Momentos estelares de la humanidad. Stefan Zweig.
36. La imaginación trascendental en la vida, en el arte y en la filosofía. Fernando Inciarte.
37. Diario de un cura rural. Georges Bernanos.
38. El castillo blanco. Orhan Pamuk.
39. Of mice and men. John Steinbeck.
40. Franney y Zooey. J.D. Salinger.
41. Un mundo feliz. Aldous Huxley.
42. El pábilo vacilante. Enrique García-Máiquez.
43. El novelista ingenuo y el sentimental. Orhan Pamuk.
44. Cuentos completos. Flannery O'Connor.
45. Una temporada para silbar. Ivan Doig.

Poesía
1. Sol de noviembre. Miguel D'Ors.
2. Poesía no completa. Wislawa Szymborska.
3. Sociedad limitada. Miguel D'Ors.
4. El corazón de Dios. Carlos Pujol.
5. Otro cantar. Jaime García-Máiquez.
6. Antología poética. Antonio Machado.
7. Tres deseos (Poesía reunida). Amalia Bautista.
8. Un secreto temblor. Juan Meseguer.
9. Tenían veinte años y estaban locos. Antología de Luna de Miguel.
10. Oír la luz. Eloy Sánchez Rosillo.
11 y 12. Don de la ebriedad. Conjuros. Claudio Rodríguez.
13. Con los vencejos. Enrique Andrés Ruiz.
14. El volador de cometas. Antología. Andrés Trapiello.
15. La hora de las gaviotas. Aurelio González Ovies.
16. Río paisano. Joaquín Antonio Peñalosa. 
17. Confidencias. Antología. Eloy Sánchez Rosillo.
18. El camino sigue abierto. Leonel Estrada.
19. Poemas selectos. Emily Dickinson.

domingo, 8 de enero de 2012

Pampelune

Vuelvo a Pamplona.
Me recibe sonriente
la luna llena.