Los filósofos, como los biólogos, también tenemos patrón. En nuestro caso, patrona, y aunque es mucho menos popular (he de reconocer que me he enterado hoy de su existencia), no por eso nos es menos necesaria. Todo lo contrario, después de tantos intentos por separar fe y razón, ejemplos como el de santa Catalina de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy, nos son especialmente necesarios. Y precisamente el hecho de que todas las ciencias humanas tengan un patrono, un santo que ha gozado de gran sabiduría humana en su oficio y de la más alta sabiduría divina, es muestra de que fe y razón no pueden desgarrarse. Por esto los filósofos, amantes de la sabiduría, no pueden dar la espalda a eso que les proporciona la fe, que es también sabiduría y sabiduría cierta.
Además, si la filosofía es más una cuestión de amor que de conocimiento, al menos etimológicamente, la fe nos da a conocer el objeto más amable, el único en el que puede descansar un corazón inquieto, como decía san Agustín; en definitiva, el fin último de la Filosofía.
Hoy, nos encomendamos a santa Catalina, para que nunca perdamos de vista el camino y para que, sobre todo, cultivemos la Filosofía con toda la fuerza, el rigor y la vitalidad que exige la sabiduría. Y pedirle todo esto es, en el fondo, pedirle humildad, esa virtud que para nadie es tan necesaria como para los filósofos y científicos, porque corremos el riesgo de gastar todos nuestros empeños en querer conocer la verdad, enriquecernos con conocimientos y lograr estar entre los sabios y entendidos de este mundo, olvidando lo más importante. Mi madre siempre me lo decía: Nos pasamos la vida cultivándonos para un mundo caduco, mientras que le dedicamos muy poco tiempo a aquello que será la eternidad. Lo que los patronos nos vienen a decir es que una cosa puede llevar a la otra y que mediante el estudio a fondo de una ciencia estamos comprando tiempo divino, estamos alcanzando esa verdadera sabiduría que no sólo nos hará sabios sino también felices.
¡¡FELIZ DÍA!!