Me acabo de acordar de algo que se publicó en el diario El Mundo hace un tiempo y que expresa con suma claridad "la mala costumbre de acostumbrarse" de la que hablaba el Duque. Es esa costumbre que nos iguala, nos hace indiferentes y poco críticos, una lacra social cada vez más pegajosa.
«Hoy no voy a tratar los problemas éticos planteados por el aborto, sino una cuestión previa. Como filósofo y como ciudadano me asusta la facilidad con que nos acostumbramos a todo. El hábito produce falsas evidencias. La primera vez que vemos o escuchamos una cosa podemos sorprendernos o escandalizarnos, pero después de mil veces forma parte ya de nuestro paisaje vital. Deja de inquietarnos. Desaparece cualquier aspecto problemático. La tarea del filósofo debe ser "no acostumbrarse nunca", no dejar que los tópicos, las modas, las costumbres, los dogmas le impidan ser crítico. Pero es una actitud muy difícil, porque también él está sometido a los peligros de la habituación. Es grave resolver mal un problema, pero tal vez lo sea más dejar de percibir que es un problema. Eso es lo que me preocupa con la ley del aborto; la naturalidad con que empieza a aceptarse el hecho, que mis alumnos no vean ningún conflicto moral. En el "Agamenon", de Esquilo, el protagonista tiene que sacrificar a su hija Ifigenia para cumplir un augurio. El coro no critica el hecho, sino que Agamenon lo asumiera sin dramatismo. Para los griegos, la esencia de lo trágico era mostrar que no todas las situaciones humanas tienen buena solución, e impedir que se olvidara esa índole trágica de nuestra existencia. Algo parecido me sucede a mi con el aborto. No quiero acostumbrarme.»
JOSÉ ANTONIO MARINA/Filósofo.
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