Es un poco tarde. Ya estamos sumergidos en el misterio. Y ante algo misterioso sólo queda hacerse preguntas. ¿Por qué? Y esto no es irreverencia, no es la pregunta de un hombre viejo, un sabelotodo que no sabe ver más allá de una deducción lógica, con sus constantes y cuantificadores. Es la pregunta propia de un niño pequeño, que sabe escuchar y sorprenderse ante las respuestas. Es interpelar a Dios, no como el juez pregunta al acusado sino con la sed sincera de comprender así sea un pedacito de algo que sabemos que nos supera infinitamente. Es preguntar sabiendo que aún así no podemos hacernos cargo de la respuesta. Y es que, aunque no sea un gran mérito, hace poco me he dado cuenta de que hay cosas que simplemente no podemos saber, no sólo porque nos lo impida nuestra humana condición limitada, pues esto es una perogrullada, sino porque sencillamente no podemos aprehenderlas. Porque de saberlo nos estallaríamos por dentro.
martes, 30 de marzo de 2010
Metidos en el misterio
Es un poco tarde. Ya estamos sumergidos en el misterio. Y ante algo misterioso sólo queda hacerse preguntas. ¿Por qué? Y esto no es irreverencia, no es la pregunta de un hombre viejo, un sabelotodo que no sabe ver más allá de una deducción lógica, con sus constantes y cuantificadores. Es la pregunta propia de un niño pequeño, que sabe escuchar y sorprenderse ante las respuestas. Es interpelar a Dios, no como el juez pregunta al acusado sino con la sed sincera de comprender así sea un pedacito de algo que sabemos que nos supera infinitamente. Es preguntar sabiendo que aún así no podemos hacernos cargo de la respuesta. Y es que, aunque no sea un gran mérito, hace poco me he dado cuenta de que hay cosas que simplemente no podemos saber, no sólo porque nos lo impida nuestra humana condición limitada, pues esto es una perogrullada, sino porque sencillamente no podemos aprehenderlas. Porque de saberlo nos estallaríamos por dentro.
lunes, 22 de marzo de 2010
El Haiku: Redescubrir Oriente
Un afortunado encuentro me ha acercado, sin pensarlo, a Oriente: he redescubierto el haiku. Ya habían oído acerca de él, ya había leído algunos, pero aquel sentimiento de respeto hacia lo desconocido me mantenía lo suficientemente alejada de él. "No te acerques, que es peligroso".
Desde hace un tiempo quería leer algo de Gabriel Insausti, así que saqué un libro suyo de la biblioteca: "Cristal Ahumado". ¿Mi sorpresa? Una selección de haikus escritos por este poeta. La idea me llamó poderosamente la atención, un acercamiento a Oriente desde Occidente es un buen modo de comenzarme a meter en tan desconocido horizonte.
Me bastó para leer un par de haikus para captar una especie de infinitud pocas veces experimentada y el prólogo, escrito por Abel Feu, me cautivó. Allí habla del haiku con maestría. Allí está, con indecible precisión, lo que ha significado para mí este encuentro: "El haiku, manteniendo el esquema métrico reglamentario, se convierte en varita mágica con la que un poeta contemporáneo acierta a tocar levemente la fibra poética de la que en parte estamos hechos. Una nota, un detalle, un gesto, lo menos, desata toda una música, un paisaje, un alma, lo más. Porque, y ya es hora de que el prólogo acabe y el haijin comience, el haiku, para quien sabe mirar y sabe decir (es decir, para quien sabe), es casi un silencio que lo dice todo."
"Cristal Ahumado"... Leedlo, es una delicia, toda una experiencia, un atisbo a lo infinito, un ventanita pequeña (de sólo tres versos) que deja ver la inmensidad del horizonte. Una muestra de que las realidades más extraordinarias están en las cosas más pequeñas.
Os dejo aquí algunos. La selección es casi al azar, porque todos son geniales y si me empeño en buscar los mejores, correría el riesgo de transcribir el libro... pero Insausti me cae bien y no quiero problemas legales. Es sólo un abrebocas de una cena abundante.
Ver, de repente,
el rostro que tendremos
en el espejo.
Se le oye al grillo
ensayar un Nocturno
agudo y mínimo.
La flor se vuelve
paisaje si la miras
dos o tres veces.
Le falta al mundo
esa luz en que ahora
estoy pensando.
Mientras tú duermes
¿quién señala el camino
a los luceros?
lunes, 15 de marzo de 2010
La Javierada
Es increíble la capacidad que tenemos los seres humanos de impulsarnos hasta nuestros límites. La Javierada ha sido, este año, la muestra más clara de ello. Ya sé que hay gente que la ha hecho más de 60 veces (Juan, un “amigo” que hicimos en el camino podría contaros su historia, la ha hecho 7 veces corriendo, y además dice haber hecho el Camino de Santiago andando, desde Roncesvalles hasta Santiago, en tan sólo 9 días) y que hay quienes la hacen como si de un paseíllo se tratase, sin embargo para mí ha sido la prueba de que soy capaz de cosas alucinantes. No es que me quiera echar flores, no es eso, estoy hablando de mí como individuo de la especie humana. Y es que una cosa es sufrir el dolor y otra muy distinta es sufrirlo voluntariamente. Aun más, algo que supera toda compresión es sufrirlo voluntariamente por segunda vez.
El año pasado hice la Javierada entera, sus más de cincuenta kilómetros, preguntándome en qué momento se me había ocurrido tal locura. Como era de esperar, terminé con ampollas en las ampollas y agujetas en cada uno de los músculos de las piernas. Al final, he de reconocerlo, valió la pena y no me arrepentí de haberla hecho pero, eso sí, juré que nunca más la haría, que era una experiencia única que había que vivir y como única sólo podía llevarse a cabo una vez. Este año, sin embargo, no sé muy bien qué pasó, sin aquél dolor no se piensa bien y como venía la cruz de la JMJ y unas cuántas personas estaban animadas, sin detenerme en demasiadas consideraciones, decidí volverme peregrina. “Mala decisión”, pensé cuando sólo llevaba 4 horas de viaje y ya todo me empezaba a doler, sólo pensaba que aún me quedaban 7 horas de camino, así que decidí aguantar 2 horas más para entonces pedir auxilio. Lo sorprendente es que siempre pensaba que podía soportar un poco más y así, de poco en poco, al final terminamos el camino. La verdad es que ir acompañada es decisivo, pues aunque no se sabía muy bien quién iba peor, como mínimo todas íbamos, y así, de alguna manera, la una empujaba a la otra. En fin, el caso es que fue horrible. Pero fue genial. Sobre todo, fue in-creíble. ¿Cómo es posible someterse voluntariamente, por segunda vez, a semejante tortura? No lo sé, pero aunque ahora sólo puedo pensar desde las ampollas y el dolor, en el fondo me alegra haberla hecho. Había muchísimas personas, de muchos lugares, que sorprendentemente se sometían a la misma locura. (Locura que para muchos es escándalo: ¿Cómo hay quienes cambian 11 horas de carpa y desenfreno por 11 horas de caminata y sufrimiento?). Me alegra saber que la humanidad está un poco loca y que los delirios racionalistas y sentimentaloides, que a veces parecen ser los vencedores, se ven superados por una pequeña dosis de locura. La misma locura que traían los jóvenes de Madrid y que tiene forma de cruz.
Post scriptum: Conclusión: vale la pena. Eso sí, prometo –al igual que el año pasado, con un poco más de firmeza– que el próximo año no la volveré hacer.