Así como hay momentos en que el patriotismo se apodera del alma en tonos sobrecogedores, o la luz de siempre luce de un modo nuevo justificando la creación entera, así hay momentos en que la fe Católica, en concreto, no sólo Dios en abstracto, brilla con una belleza especial, con una verdad tan cierta que no cabe más que ponerse de rodillas y agradecer la gracia de vivir en ella.
No sé si es por la turbulencia de estos días, la ironía del odio de quienes acusan a otros de odio o la confusión que siembran las redes sociales y los medios, pero recibir esto ha supuesto un toque de realismo, del de verdad, de la única realidad perenne, de lo único que debería importarnos.
Qué orgullo formar parte de una universidad en que Dios ocupa un lugar central, de modo que todo lo demás se ubica por sí mismo en su sitio. Sapientis est ordinare. La verdad, entonces, no se toma en un sentido puramente pragmático, no cabe tergiversarla en odio, ni en un fin egoísta, y no se le cortan las alas a la razón. Esto es lo más "open-minded" que he leído hasta ahora acerca de las elecciones. Qué orgullo, insisto, pertenecer a una "community of scholars and aspiring saints." Nunca lo había visto desde esa perspectiva. Cuántas universidades han renunciado a esta misión, la entraña misma de las primeras universidades, en busca de servir unos fines que, en el mejor de los casos, sólo son puramente pasajeros.
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