Hoy, san Francisco de Sales, patrono de los periodistas, he leído un mensaje de Benedicto XVI para la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Y como últimamente hemos estado hablando del silencio, lo traigo aquí, porque creo que da en el clavo. ¿Cómo hacer para que ese silencio no sea una "infelicidad enclaustrada, monstruosa, diabólica"? El Papa lo dice estupendamente: El silencio es fecundo cuando está unido a la palabra, al diálogo profundo y sincero [Post-scriptum: Supongo que esto explica por qué, queriendo escribir una entrada sobre el silencio, me ha salido una sobre la amistad]:
"Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad".
En una verdadera amistad es donde mejor se entrelazan los silencios y las palabras, donde se da el mejor de los diálogos. Guardar silencio es siempre un modo de decir algo, pero sólo un amigo sabe interpretarlos —respetarlos o superarlos— adecuadamente. Y es que los silencios están para ser escuchados y al mismo tiempo para poder escuchar. "Se abre así —dice el Papa— un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena", y más adelante añade:
"En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones."
Pero la amistad, como todo lo bello, es difícil. A Aristóteles le parecía algo prácticamente imposible de alcanzar cuando se es joven (porque los jóvenes buscan demasiado el placer), pero más adelante dice que una amistad es poco frecuente entre los ancianos y melancólicos —ay— (porque lo encuentran muy poco), así que qué esperanzas. Y de las amistades nobles, que son las que todos deseamos, dice que son rarísimas, pues hace falta tiempo y hábito: "El deseo de ser amigo puede ser rápido; pero la amistad no lo es. La amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y se da entre hombres virtuosos y que se parecen por su virtud", y estos, añade, son los menos. Dar en el punto medio, tan exacto, es más difícil que dar en la infinidad de medias tintas.
Sin embargo, todavía lo más difícil de todo es que para una amistad se necesitan dos ("llegar a ser igual y semejantes por ambas partes"). En este sentido, preferir amar es mucho más noble que desear ser amado, porque en ello nos ponemos en juego nosotros mismos, ponemos en acto —que es siempre perfección— nuestra voluntad, sin estar a la deriva del sentimiento de los demás. La virtud es un hábito que, en definitiva, depende de nosotros mismos (la autosuficiencia, ideal del hombre feliz), mientras que la amistad (que también es requisito de la vida plena) depende además de los otros. Así que por mucho que uno quiera y desee el bien a otra persona, si no hay estimación mutua, no hay igualdad, que es otro requisito de la amistad, según Aristóteles. Entonces, ¿qué nos cabe esperar?
Cuando los amigos faltan o están lejos, puede aparecer esa "infelicidad enclaustrada" del silencio, que es puramente destructivo. "Con frecuencia un largo silencio ha destruido la amistad", dice un proverbio citado por Aristóteles. Por eso es preciso crear el diálogo en otras circunstancias. La lectura es siempre una manera de salir de la soledad y, más aún, la escritura. Esa búsqueda de interlocutores justifica suficientemente tener un blog y escribir en él.
La mejor poética que he escuchado hasta ahora la expresó sintéticamente una chica de la Universidad: "Escribir es pensar en el lector. Es amar a alguien que ni siquiera se sabe que existe". Por el poco tiempo que todos tenemos, que alguien saque unos minutos para leerte es una fina muestra de amor, y escribir —vanidades aparte— es también un modo de donación. Y así se da esa cierta reciprocidad —o amor mutuo— de la amistad que tanto resaltaba Aristóteles. Escribir es un modo de tener amigos.
¿Y el silencio? ¿Qué tiene que ver todo esto con el silencio?
"En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos."
La escritura siempre está precedida por un silencio. Por eso escribir es una de las mejores formas de conocerse a sí mismo, comprender con claridad lo que se piensa y, lo más notable, es donde más consciente se es de las palabras y, por tanto, de la elección de la forma que queremos que éstas tomen, que es un asunto importantísimo. Una elección a la que acompaña un esfuerzo constante por ser mejor, más virtuoso (de la escritura) y, por consiguiente, más merecedor de una amistad noble, "sólida y durable". Probablemente muchos se han convertido en poetas precisamente por la incapacidad de encontrar las palabras adecuadas al hablar y su empeño por hallarlas a través de otros caminos. (En "El tigre y la nieve" hay una escena maravillosa al respecto que sólo he logrado encontrar en italiano en YouTube y transcrita aquí en inglés).
Así, a este diálogo afable de escribir le acompaña el silencio tanto como al de leer. El escritor al final se calla, invitando a la reflexión.
"En el complejo y variado mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la reflexión y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano."
Lo ideal sería continuar el diálogo con esas preguntas después, una hermosa tarde, bajo la luna, o al fuego de una hoguera (cfr. Borges). Pero, claro, tanta felicidad —Aristóteles y el Papa también estarían de acuerdo con esto—, una felicidad plena, no es posible en esta tierra, por más que uno tratase de empeñarse en ello.