martes, 10 de abril de 2012

Noli me tangere

Hoy es el día perfecto para colgar en el blog uno de los textos más geniales que he leído. O, por lo menos, que más me ha impresionado. Es una reflexión de Eugenio d'Ors ante el "Noli me tangere" de Correggio. Para d'Ors, este cuadro es la encarnación del espíritu de lo barroco, no como período histórico concreto, sino como eón. Lo barroco, que por oposición a la armonía de lo clásico, es una tensión constante entre opuestos. Como la vida misma, diría yo. La mezcla entre el querer y no querer, el sí y el no, la inmensa escala de grises. El instante, como nos ha recordado EG-M, en el que el pábilo vacila. Cristo que se acerca a María a la vez que se aleja de ella, la busca pero también la rehúye... Correggio materializa esa tensión con una maestría increíble. Y d'Ors la narra con un dulzura embriagadora.


—Noli me tangere... Discípula, no me toques. Toda mi piedad es para ti. Toda mi ternura, para ti. Y mi obra entera. Y tengo todavía para darte, si me sigues, mi palabra, mi sonrisa, mi mirada, mi perfume. Pero no me toques.

(Henos aquí una vez más, en el Museo del Prado, ante la mórbida, la inquietante composición de Antonio Allegri, dicho el Correggio: obra tres veces Sagrada, por el asunto, por la emoción, por el Sentido. El Señor de pie, que muestra el camino a la Mujer anonadada. La Discípula ante el Maestro...)

—Sí, mi palabra, mi sonrisa, mi perfume. Puedo también darte el Cielo. Tu pasado, ¿qué importa? ¿Cómo podría haber en ti un pasado cualquiera, cuando para ti no hay pasado? Lo has perdido al encontrarme. Lo has perdido al perder la memoria. Tu memoria empieza mañana. Hete aquí: más blanca eres que los lirios; más joven que los pequeñuelos; más nueva que los que han visto el día de ayer. Se dice que tienes treinta, cuarenta años. Puede ser. Pero tú naces ahora, en el presente. Ven, sígueme: es como venir a la vida... Empecemos, pues. Empecemos a andar, yo delante, separando abrojos y espinas con mis manos que sangran; tú, pisando

sobre mis huellas. Verás cuán dulce es a tu pie cada pisada que dejó el mío. En el hueco de cada una habrá un poco de su forma, con un poco de mi calor... Pero no me toques.

(El Correggio es admirable en el estudio, el dibujo, la luz y la actitud de la manos. En los pies de sus imágenes, igualmente. Bien diverso del Perugino, cuyo es cierto cuadro, hoy en el Museo de Grenoble, donde se muestra, en contraste con lo que hay de celeste en el rostro y con la noble perfección del cuerpo, un pie desnudo, una casi inexplicable abominación fealdad. Pero resplandecerá todo tu cuerpo cuando tu alma esté verdaderamente encendida.)

—Tú, mujer, no sabes; conviene que sepas. Tú flotas: importa que te orientes. Te dispersas: recógete. Huyes: dómate... Forma sometida, ojos deslumbrados, senos palpitantes, temblorosas rodillas, piernas replegadas, brazos abiertos, dedos en abanico. ¡Y la garganta, que se ofrece a la inmolación! Y el movimiento y el desorden de los velos y las ropas desceñidas. Todo esto yo lo tomo, así su arcilla el escultor. Yo quiero modelarte, criatura; yo haré de ti una estatua para las gliptotecas de Dios. Cada uno de mis ademanes se grabará en tu materia dócil. El primer paso de mi pie derecho dibujará para ti una indicación de brújula. Una llamada arde en mis pupilas. La diagonal de mis brazos es la de un camino que asciende.

Un índice en lo alto designa, sin exigir. El otro índice, abajo, parece invitar a que tu debilidad se apoye en mi fuerza. Pero no me toques.

(Todo, en el Correggio, es impulsión hacia arriba. Hay siempre, en sus obras, visible o invisible, el águila que rapta a Ganímedes —como en el cuadro del Museo de Viena— y una bóveda abierta al cielo —como en la decoración de la catedral del Parma—.)

—Ahora llamo a través de ti a toda la naturaleza, la llamo a la Redención. En el regazo de la naturaleza, tú estás, Mujer, como un día estuvo tu Hijo en tu propio regazo. Formas parte de ella, te envuelve, te encierra, te baña. Tanto como te encierra, te nutre. Apenas si puedes moverte dentro de ella. Tus temblores son sus temblores... ¿Cuántos paisajes en tus ojos! ¿Cuantos paisajes en tu cuello, cuántos paisajes en tu cabellera destrenzada, cuántos paisajes, demasiado confusos y demasiado dulces! Plantas, aguas, nubes, volcanes, son tus hermanos y tus hermanas; los meteoros rigen tus secretos. ¡Cuán difícil arrancarte de esa beatitud

amorfa!... Pero la diagonal de mis brazos es bien firme. Su firmeza, casi abstracta, casi geométrica, te salvará. Y salvará al mundo también, al mundo a ti adherido, y que te seguirá cuando te salves. Así, no me toques.

(En el Correggio, el paisaje es igualmente femenino. Su ternura tiene algo de maternal. Los personajes inermes infancias nutridas por todos los zumos del paisaje. Este que vemos en el fondo de nuestro Museo da goce a los ojos, como un cuajo de leche en un lecho de verdes berros. ¡Caricia de frescura! Recuerdo de un soneto de Góngora, dedicado «A una dama muy blanca vestida de verde»; aquel donde el agua queda encanecida de espuma al paso del cisne, que sacudirá su pluma entre las juncias, al rubio sol.)

—Yo daré consistencia a tu frescura. ¡Oh estatua mía! Yo elevaré tu confusión a claridad. Yo normalizaré tu instinto en ley. Yo te arrancaré a la naturaleza para darte ala Gracia. Si eres pecadora, te haré penitente. Si eres Eva, te haré Madona. Si eres aguijón, te haré medida. Si eres guerra, te haré paz. Si eres entrañas, te haré Ángel. Pero no me toques.

No me toques, porque manchas todavía.

5 comentarios:

  1. Gracias, Marcela, todavía tengo los pelos de punta. Es para leerlo despacio, para rezarlo también. Me ha impresionado especialmente lo de la memoria: tu vida empieza mañana. También, lo de las huellas, la fuerza,... Pero tengo grabada la última frase (y me quedo sin palabras). Y perdona, pero lo voy a poner en mi muro de Fcb...

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  2. Después de esta impresionante entrada, el Evangelio de este domingo trata de las dudas de Santo Tomás, y de cómo metió la mano en el agujero de los clavos y en el costado... Noli me tangere? ¿Qué piensas?

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  3. Siempre he pensado que Tomás no llegó a meter los dedos. Al menos en el Evangelio no lo dice. Aunque también reconozco que cuando vi el maravilloso cuadro de Caravaggio dejé de pensarlo con tanta firmeza.
    Lo que creo (o creía) es que Tomás cayó de rodillas con su "Señor mío y Dios mío" sin tener que meter el dedo en la llaga (nunca mejor dicho). Vió y creyó. Ir, encima, a tocarle como para comprobar que no era un fantasma... es demasiado.
    En todo caso, si lo metió o no (y parece que sí, pues alguien me dijo que algún sitio se conserva el dedo de Tomás, pero no sé si es verdad), lo importante es Cristo estaba dispuesto a que lo hiciera. El caso es que lo dijo, "tócame", pero con cierto reproche. "Ven, tócame, porque no crees". El "no me toques" a María es distinto. Justo ahí está la paradoja. Es un "no me toques, no lo necesitas. Sé que crees."
    Hay un francés, cuyo nombre no puedo acordarme, que dice -en plan existencialista- "¡Oh, Dios, que amas a los que te crucifican y crucificas a los que te aman...!" No hay que tomarla en plan literal, obviamente, pero es cierto que el cristianismo tiene mucho de paradoja. En el caso Tomás-María es claro. Lo normal sería el rechazo a Tomás y el abrazo a María, pero parece al revés. Es la lógica de Cristo, tan humanamente ilógica, que se resume en una palabra (es un decir): Incondicionalidad. Y así el amor de María se eleva. Es la incondicionalidad de creer sin haber visto.

    No sé que habrá pasado los días siguientes, durante todo el tiempo que estuvo con sus discípulos después de resucitar. Probablemente el "noli me tangere", permanecería (a excepción de la Virgen, que seguro se abrazaron, pero claro, ella era la "Llena de Gracia")...

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    1. Muy buena respuesta. Yo sí pienso que Tomás tocó, pero me gusta la explicación que das... Thanks!! :)

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  4. Me gusta ver que no soy la única con la trascendental duda de si Tomás le tocó o no... Yo estoy con Marcela en que no le tocó, porque la disposición de Cristo a que lo hiciera fue suficiente... Lo que no estoy segura es que permaneciera ese "noli me tangere" durante los cuarenta días... No me imagino a Jesús tan lejano.

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