La muerte es un tema obligado. Un parón necesario. Un pensamiento recurrente. Lo único irremediable. Un tópico al que se vuelve una y otra vez, porque todos vamos a dar a esa mar, que es el morir. Para los filósofos y los poetas, la muerte lo es casi todo; la vértebra de su quehacer mismo.
"Ubi sunt?" ("¿Dónde están?") es una de las grandes preguntas de la literatura, una pregunta que se encara con la muerte e interpela su acción. Sin embargo, más quebuscar una respuesta es el lamento por aquellas cosas que pasan, las personas que mueren, el paso inexorable del tiempo ante el cual todos estamos inermes. Frente al "Ubi sunt" todo se presenta como vanidad de vanidades, porque se experimenta cómo toda gloria humana es pasajera, cómo al final todo se iguala, cómo todos desembocamos en la misma corriente. Sin esta pregunta no puede haber arte, que siempre surge como un remedio ante la muerte, como un ansia de eternidad, de capturar lo permanente en la fugacidad, de inmortalizar e inmortalizarse. Una vez escuché decir que el oficio de escritor sirve para distraerse de la muerte. Al final es lo mismo: para distraerse, para enfrentarla, lo importante es que siempre, en el fondo, late la presencia de la muerte que ronda a algunas sensibilidades de modo especial.
En la Filosofía la pregunta por la muerte es aún más radical. Platón lo decía en el Fedón: la Filosofía no es otra cosa que la preparación para la muerte. No podría estar más de acuerdo con él. Quizá por eso la muerte siempre está ante mis ojos, ante nuestros ojos -o al menos siempre debería estarlo- mirándonos, no como una amenaza, sino como un recordatorio de que aquí no estamos más que de paso, como una luz que nos permite verlo todo en su justa medida y nos invita a vivirlo todo con intensidad, exprimiendo en el tiempo la eternidad.
La Filosofía nos acerca a la muerte, a esa pregunta radical que es el para qué vivimos, la pregunta por el sentido. Y es que la muerte no es el final, sino más bien es un punto de partida que ilumina todo el resto del caminar. Frente a la certeza de que moriremos, encontramos en nosotros un ansia de eternidad que no se resuelve en encontrar la panacea universal que nos alargue la vida indefinidamente, pues aunque todos tememos -más o menos- a la muerte, nadie querría vivir aquí eternamente. Somos conscientes de los sufrimientos y las limitaciones, y llega un momento en el que la muerte es un consuelo, "no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista". Se presenta entonces la paradoja: tenemos hambres de eternidad pero no queremos vivir eternamente en estas circunstancias. Tenemos sed pero el agua que tenemos no nos puede saciar. Ahí se abre entonces la esperanza, ay, la gran esperanza (¡qué tema!), de lo que viene más allá, de esa vida que es más que vida. Según Platón, toda esta vida terrenal es un ejercitarse para lo que allí viviremos; una preparación para que cuando lleguemos allí, esa vida no nos sea extraña, sino que nos encontremos con lo que ya estamos familiarizados. Para que seamos en plenitud lo que antes sólo éramos en germen. Por esto Sócrates, en el diálogo platónico, enfrenta su muerte con serenidad y valentía, reconfortando a los demás, consciente de que la vida futura le depará mayores bienes. El filósofo está en una búsqueda constante que parece jamás saciarse, que quizá por sí misma es insaciable, y la certeza de Platón es que sólo la muerte podrá darle al filósofo la sabiduría que busca. El filósofo anhela conocer la verdad, ¿y dónde conocerla mejor que conociendo la Verdad misma?
De cualquier modo mi vocación está marcada por la muerte. Por la filosofía, porque estoy estudiando para tener un buen morir; por las artes y las letras, porque está en el centro mismo de su ejercicio. Miramos a la muerte porque es ella la que nos mira primero. Y todos lo sabemos. "Para todos tiene la muerte una mirada", decía el poeta Cesar Paese.
Sólo el amor, puede igualar, aún más, superar a la muerte como el GRAN tema. Allí donde la muerte se presenta como límite, el amor aparece como respuesta. Lo único que jamás desaparecerá, que ni la muerte puede llevarse. Quizá por eso la Filosofía, etimológicamente y más, es ante todo un tipo de amor. Pero eso ya es otro tema. La sabiduría bíblica ya lo decía en una expresión que ha tenido gran acogida entre los literatos: "...porque el amor es tan fuerte como la muerte" (El Cantar de los Cantares 8, 6).