"No hay trazas de que los griegos pensasen que había que cargar de desesperación el arte (...). Es más probable que estuviesen de acuerdo con el punto de vista de que es ocupación de las artes compensar la vida creando lo que, por lo general, la vida se niega a crear: individuos de extraordinario valor y belleza, momentos despojados de toda trivialidad. Un pintor moderno dijo: "Pinto como un bárbaro en una edad bárbara". Un griego podía haber replicado: "Si tu tiempo es bárbaro, tal es la razón más contundente y posible para no pintar como un bárbaro".K. Dover (ed.), Literatura en la Grecia Antigua, Madrid, 1986, pp.19-20
Una de las cosas que más me sorprenden de la condición humana es la tensión constante a la que el ser humano se ve enfrentado entre las realidades más mundanas y las ansias de infinito. Por más de que todas sus necesidades materiales estén cubiertas, no se siente completo. Aún más, ni siquiera cuando goza de bienes espirituales, como la amistad y la vida buena, se conforma, sino que por el contrario esa hambre de infinitud de acentúa. Es como si el ser humano estuviese herido por el signo “más” y se viese obligado a andar tras la búsqueda de una plenitud que nunca lo sacia. El “más” es la huella distintiva de la humanidad, pero sobre todo es la herida que más profundamente ha marcado a los artistas. Por eso pienso que los artistas, en general, son personas que han sentido con más fuerza esa sed y han sabido captar especialmente eso que yace en el fondo de todo hombre hasta el punto de lograr materializarlo, ya sea en un poema, una canción o cualquier otro tipo de manifestación artística. Ese es para mí el genuino arte, aquel que, sin ser moralizante, logra hacer visible lo invisible.
Por esto muchas veces me he preguntado: ¿por qué parece que el arte sólo está hecho para ciertos caracteres bohemios?, ¿por qué parece que siempre se está a la búsqueda de lo más desgarrador, de la expresión más desesperanzada?, ¿por qué solemos pensar que los círculos artísticos tienen lugar en un bar de mala muerte, con olor a yerba y sinsentido? Me rehúso a aceptar que la Belleza pase a ser la gran ausente en el arte. Con esto no quiero decir que el arte debería ser una pintura rosa, algo meramente polite, idealizado o moralizante, pues eso sería desgraciar el arte, hacerlo falaz porque se alejaría de la auténtica realidad humana. Ambos estilos artísticos, el desesperado y el refinado, son una negación, una huida de la apertura hacia lo infinito. El arte del sinsentido hace que dicha apertura deje de ser tal, para convertirse en un peso insufrible, una condena a la infelicidad que hace inútiles todos los esfuerzos. Este artista conoce su marca –el punto de partida siempre es el mismo–, pero sólo es capaz de vivirla desde la desesperanza. Su oficio consiste en meter el dedo en la herida, hacerla más profunda y revolcarse en su propio dolor. Por otra parte, el arte ingenuo deja de lado la realidad del hombre como un ser que padece, y se olvida de que la sed de más es principalmente eso, sed, y por tanto entraña un cierto sufrimiento y dolor. Desde el momento en que el artista ha sentido esa insatisfacción ha empezado olvidarla, tratando de llenarla plenamente, como si con un simple vaso de agua bastase, como si estuviese en sus manos deshacerse del peso. En este intento se corre el riesgo de hacer un arte meramente aleccionador, falso o incluso hipócrita, que no muestra la Belleza sino que la impone y, a fuerza de obligación, pierde su rostro auténtico.
Un artista que se olvida de su condición humana, no debería ser llamado artista, pues precisamente su misión está en hacer al hombre más humano, en tocar las almas, sacudirlas de su superficialidad, mostrarles la eternidad del instante, hacerle ver las sutilezas que se escapan a quienes carecen del don. Su destreza está en dejar que sangre la herida, sabiendo que en esa abertura está la posibilidad de entrada de la esperanza, la belleza, las realidades más extraordinarias. A través del arte se puede llegar a donde jamás llegaría un razonamiento o un buen conjunto de palabras bien escogidas. En sus entrañas está la fuerza de la cultura, que es la que en mi opinión realmente puede lograr un cambio: sobrevivir a una civilización bárbara superándola. Por eso no todo puede ser arte ni cualquiera puede ser artista. Captar en lo finito la infinitud y vivir tras la búsqueda de lo que “la vida se niega a crear” es algo que, lamentablemente, a muchos no se nos ha dado. Por eso el oficio del artista es ante todo vocación y su respuesta consiste en no callarse, despertarse y despertar; lo contrario sería una iniquidad.