No quiero echar piedras sobre mi propio tejado, pero seguro que vosotros mismos lo veis: El blog está de capa caída. Una muestra de ello es que nadie me lo haya dicho. ¿Hay alguien ahí?
Es normal, me digo, esto de las crisis. Y si encima estudias Filosofía, me dicen, cuenta con esas crisis son permanentes. Siempre pasa lo mismo cada final de curso. Incluso el esplendoroso año pasado, en diálogo y reflexión, llegó a un momento de silencio, que luego fue nuevamente superado y, sí, también este año ha habido alguna entrada que realmente he disfrutado, que me ha acompañado en esta tarea de descifrar el mundo que me rodea. Y sin embargo, una vez más, creo que lo que necesito es un poco de silencio. Ese silencio del que hablaba AnaCó en su blog, citando a Ortega: "La condición más fuerte para que alguien consiga decir algo es que sea capaz de silenciar todo lo demás." Quizá sea eso, no lo sé. No es cuestión de hacer un diagnóstico. Pero se acaba una etapa y comienza una totalmente incierta e inesperada. Una aventura para lo que se tienen alforjas preparadas.
Es el momento de emprender, ahora sí, los caminos de la filosofía, que se abren también en otras tierras. El filósofo debe volver a la caverna y sacar de allí a sus antiguos compañeros de cautiverio. Aunque quieran matarlo, como apostilla Platón. Mi vuelta a la caverna será menos heroica. Pero quizá más auténticamente filosófica: la humildad y la filosofía tienen que ir de la mano. Así que es tiempo de humildad, aunque decirlo sea casi un contrasentido. Tiempo de crecer interiormente. Tiempo de un paréntesis, es decir, de matices, apostillas, aclaraciones. Los paréntesis se dicen en voz baja, son un susurro, tal como debería ser toda la filosofía (cfr). Casi un silencio (de hecho hay quienes se los saltan), un silencio vivo, como el de Dios, diría Ramón Gaya. Silencio para escuchar la forja del rocío en la secreta fragua (sigo hablando con palabras prestadas)... Silencio, como este del que habla Enrique en esta décima, que le agradezco sinceramente y que me atrevo a copiar aquí.
Es el momento de emprender, ahora sí, los caminos de la filosofía, que se abren también en otras tierras. El filósofo debe volver a la caverna y sacar de allí a sus antiguos compañeros de cautiverio. Aunque quieran matarlo, como apostilla Platón. Mi vuelta a la caverna será menos heroica. Pero quizá más auténticamente filosófica: la humildad y la filosofía tienen que ir de la mano. Así que es tiempo de humildad, aunque decirlo sea casi un contrasentido. Tiempo de crecer interiormente. Tiempo de un paréntesis, es decir, de matices, apostillas, aclaraciones. Los paréntesis se dicen en voz baja, son un susurro, tal como debería ser toda la filosofía (cfr). Casi un silencio (de hecho hay quienes se los saltan), un silencio vivo, como el de Dios, diría Ramón Gaya. Silencio para escuchar la forja del rocío en la secreta fragua (sigo hablando con palabras prestadas)... Silencio, como este del que habla Enrique en esta décima, que le agradezco sinceramente y que me atrevo a copiar aquí.
Tanto verso abandonado
al olvido y su temblor.
Tanta lucha para y por
que el tiempo quede atrapado.
Tanto copiar al dictado
la vida y su abecedario.
Hoy quisiera en mi diario
decir con melancolía
que el silencio es poesía
y los versos lo contrario.
al olvido y su temblor.
Tanta lucha para y por
que el tiempo quede atrapado.
Tanto copiar al dictado
la vida y su abecedario.
Hoy quisiera en mi diario
decir con melancolía
que el silencio es poesía
y los versos lo contrario.