La gente normalmente se emociona por cosas tan tontas que los que nos emocionamos por otras, más tontas aún, corremos el riesgo de pasar por frikis. Por eso no sé cómo explicar, sin que suene raro, la emocionante simpatía que sentí ayer por el viejo Arquímedes, que pasó de ser simplemente el genio que gritó "Eureka!" a ocupar un lugar en mi vida y en este blog.
Sucedió ayer, tras leer el breve relato de su muerte. Según se cuenta, Arquímedes estaba sumergido en un problema de geometría, mientras iba dibujando círculos en la tierra. Tal era su concentración que no se dio cuenta de que los romanos invadían Siracusa. El cónsul Marco Claudio Marcelo había dado la orden expresa de que le llevaran a Arquímedes vivo, pues quería conocerle (¡no me extraña! Además, hay que recordar que fue el ingenio de nuestro amigo el que logró mantener al margen al ejército romano, al menos por una temporada). Cuando llegaron los soldados hasta él, Arquímedes vio perturbada su contemplación del perfecto mundo de las formas por unos hombres que pisaban inmisericordemente sus círculos, de modo que no pudo más que exclamar: "μὴ μου τοὺς κύκλους τάραττε!", es decir, "noli turbare circulos meos!", o lo que es lo mismo, pero más expresivamente: "Do not disturb my circles!". Una impertinencia que el soldado romano no pudo soportar y lo atravesó con su espada.
¡Qué manera más gloriosa de morir para un sabio! Ya quisiera morir yo contemplando algo belloo, así sea una perfección geométrica. Estas palabras, sus últimas palabras, son las que mejor iluminan su vida.
El cónsul lloró su muerte y lo mandó enterrar con honores. Pasó el tiempo y, con él, llegó el olvido. Los propios siracusanos pronto olvidaron sus hazañas. Se necesitó otro genio, Cicerón, que lo resucitase, buscara su tumba entre la maleza y la limpiara, para que brillara otra vez entre los griegos la memoria de aquel que se sintió fascinado, hasta la muerte, por el conocimiento. Sophie Germain -matemática, física, filósofa- comenzó su carrera gracias a la inspiración de Arquímedes, superando incluso las dificultades de su época, pues pensó que si la geometría podía atrapar de tal manera a alguien era porque realmente valía la pena estudiarla. Ojalá todavía hoy fuéramos capaces de sorprendernos hasta tal punto.
Después de aquel "do not disturb my circles!", entiendo mejor el gozo incontenible del "eureka!", que lo lanzó fuera de los baños, y el sentido de ese punto de apoyo que buscaba para mover, si fuera preciso, toda la tierra. El sentó las bases; nosotros, con su ejemplo, podríamos construir una palanca lo suficientemente grande.
Sucedió ayer, tras leer el breve relato de su muerte. Según se cuenta, Arquímedes estaba sumergido en un problema de geometría, mientras iba dibujando círculos en la tierra. Tal era su concentración que no se dio cuenta de que los romanos invadían Siracusa. El cónsul Marco Claudio Marcelo había dado la orden expresa de que le llevaran a Arquímedes vivo, pues quería conocerle (¡no me extraña! Además, hay que recordar que fue el ingenio de nuestro amigo el que logró mantener al margen al ejército romano, al menos por una temporada). Cuando llegaron los soldados hasta él, Arquímedes vio perturbada su contemplación del perfecto mundo de las formas por unos hombres que pisaban inmisericordemente sus círculos, de modo que no pudo más que exclamar: "μὴ μου τοὺς κύκλους τάραττε!", es decir, "noli turbare circulos meos!", o lo que es lo mismo, pero más expresivamente: "Do not disturb my circles!". Una impertinencia que el soldado romano no pudo soportar y lo atravesó con su espada.
¡Qué manera más gloriosa de morir para un sabio! Ya quisiera morir yo contemplando algo belloo, así sea una perfección geométrica. Estas palabras, sus últimas palabras, son las que mejor iluminan su vida.
El cónsul lloró su muerte y lo mandó enterrar con honores. Pasó el tiempo y, con él, llegó el olvido. Los propios siracusanos pronto olvidaron sus hazañas. Se necesitó otro genio, Cicerón, que lo resucitase, buscara su tumba entre la maleza y la limpiara, para que brillara otra vez entre los griegos la memoria de aquel que se sintió fascinado, hasta la muerte, por el conocimiento. Sophie Germain -matemática, física, filósofa- comenzó su carrera gracias a la inspiración de Arquímedes, superando incluso las dificultades de su época, pues pensó que si la geometría podía atrapar de tal manera a alguien era porque realmente valía la pena estudiarla. Ojalá todavía hoy fuéramos capaces de sorprendernos hasta tal punto.
Después de aquel "do not disturb my circles!", entiendo mejor el gozo incontenible del "eureka!", que lo lanzó fuera de los baños, y el sentido de ese punto de apoyo que buscaba para mover, si fuera preciso, toda la tierra. El sentó las bases; nosotros, con su ejemplo, podríamos construir una palanca lo suficientemente grande.