Aún sigo en mi "retiro". Este no es más que un paréntesis... para no dejar pasar agosto en blanco. Además de ser un guiño a los que no os habéis ido del todo. Quedaos todavía un poco más.
Los griegos tenían una palabra para explicar uno de los principales dramas de la vida. Y no es casual que sea un término especialmente utilizado en las tragedias para indicar el destino de un héroe: la hamartía, el error. Pero no es un error cualquiera, es un error trágico, que no tendría que haber sucedido, ni por los deseos o propósitos del héroe, ni por lo que resultaba previsible acerca de los resultados. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando, queriendo hacer un bien a alguien, con las mejores intenciones e incluso con ilusión, terminas por hacerle daño. Como regalar un apetecible pastel que estaba envenenado.
Es una de las tantas limitaciones de ser humano y una de las razones por las cuales la ética no es un asunto sencillo ni meramente teórico. Vivir es equivocarse y equivocarse es aprender a vivir. Nuestra vida es rehacernos continuamente, convertirnos constantemente, y no necesariamente en un plano meramente espiritual. Incluso a pesar de los propios deseos, las buenas intenciones, la lucha personal, hay que contar con el error, con que las caricias algunas veces resultan puñetazos.
El arte de vivir bien, como a veces se define a la ética, no es otra cosa que aprender del error, a punta de tropiezos, sin resentimientos, que suele ser lo más difícil. Sobre todo en lo referente a la hamartía. Tras tirar muchas veces al blanco sin atinar siquiera a la diana, lo lógico sería desistir. Pasarse a jugar al solitario. Lo que nunca sabemos -ay, me lo digo a mí misma, esperanzada- es que en estas cuestiones el blanco es huidizo y, quizá, esa flecha que fue un brindis al sol, fue la más acertada de todas.
Es una de las tantas limitaciones de ser humano y una de las razones por las cuales la ética no es un asunto sencillo ni meramente teórico. Vivir es equivocarse y equivocarse es aprender a vivir. Nuestra vida es rehacernos continuamente, convertirnos constantemente, y no necesariamente en un plano meramente espiritual. Incluso a pesar de los propios deseos, las buenas intenciones, la lucha personal, hay que contar con el error, con que las caricias algunas veces resultan puñetazos.
El arte de vivir bien, como a veces se define a la ética, no es otra cosa que aprender del error, a punta de tropiezos, sin resentimientos, que suele ser lo más difícil. Sobre todo en lo referente a la hamartía. Tras tirar muchas veces al blanco sin atinar siquiera a la diana, lo lógico sería desistir. Pasarse a jugar al solitario. Lo que nunca sabemos -ay, me lo digo a mí misma, esperanzada- es que en estas cuestiones el blanco es huidizo y, quizá, esa flecha que fue un brindis al sol, fue la más acertada de todas.