Un filósofo vive para la verdad, así como un artista para la belleza y un religioso para el bien. Y, en definitiva, todos viven para lo mismo. Todos viven, fundamentalmente, para dar un testimonio.
Hoy celebramos san Justino, mártir, un filósofo del siglo segundo después de Cristo, que tras una larga búsqueda intelectual se topó con la verdad y reconoció el cristianismo como la vera philosophia. Y es que el pensamiento no debe estar solamente orientado hacia la verdad, sino también, en cierto sentido, guiado por ella. Por eso hablar de pensamiento cristiano no implica un sesgo filosófico, si se entiende bien, sino un modo de pensar que busca la verdad no como una conquista sino como un don. Pues la verdad, y eso que estamos hablando de un Padre apologista, antes que defenderla se ama. Sólo el amor a la Verdad -esto es la Filosofía- puede dar suficiente fuerza para morir, como Justino, por defenderla.
Para Justino la verdad era una Persona, de quien procede todo lo que puede llamarse verdadero. Que la verdad sea una Persona es algo mucho más grande de lo que podemos imaginar, es quizá de las cosas más impresionantes que podamos conocer, o siquiera atisbar. Que todas las verdades procedan de Él, tener la certeza de que la verdad no es un constructo y saber que contamos con Su ayuda para alcanzarla, es el único modo de andar por caminos seguros en la filosofía, que es un quehacer nada sencillo.
La búsqueda de la verdad es un oficio arduo y mal pagado, y son pocos los que quieren sufrir estos trabajos. Santo Tomás lo dice al principio de la Summa contra Gentiles: Hallar la verdad "es fruto de una diligente investigación", que sólo se halla "con dificultad y después de mucho tiempo", y que además puede verse impedida "por una mala complexión fisiológica", "por el cuidado de los bienes familiares", "por pereza", "por el vaivén de los movimientos pasionales" que hacen el alma no esté en condiciones para conocerla, "por la debilidad de nuestro entendimiento", etc. Y sin embargo, conocer la verdad es a lo que todos estamos llamados, lo único que vale la pena. Sin la ayuda divina, por la sola vía racional, "la humanidad permanecería inmersa en medio de grandes tinieblas de ignorancia", dice santo Tomás, "y el conocimiento de la verdad lo lograría solamente algunos pocos, y éstos después de mucho tiempo".
Por esto Cristo, al revelarse como verdad, nos muestra una vera philosophia y nos enseña el camino para hacernos con ella. Con el panorama anterior, la verdad se presenta como algo demasiado arduo y lejano para ser alcanzado con nuestras propias fuerzas; con la Revelación cristiana, la verdad está a la mano, y se muestra como una liberación, como una apertura radical a toda la realidad.
San Justino, en su búsqueda filosófica, se encontró con un anciano que le dio el mejor consejo de su vida, que es una tarea para todos los que buscamos la verdad: "Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensión" (Diálogo con Trifón 7,3).
Por eso hoy, como filósofa y cristiana, celebro su fiesta. Y, además, con agradecimiento. Porque a él le debemos ese primer acercamiento -¡tan necesario!- entre la fe (que al final le llevó a la santidad) y la razón (que hizo de él un sabio). Todos, desde entonces, hemos bebido de ese empeño. Y muchos aún vivimos para ello, para lograr esa unidad intelectual y vital que tiene como fin y el amor y el conocimiento de la Verdad. Sí, con mayúscula, que no es otra cosa que la eudaimonia de la que tanto hablaba Aristóteles, unos cuantos siglos antes de Cristo.