viernes, 13 de agosto de 2010
Poesía infantil
domingo, 1 de agosto de 2010
Crossroads
A los Restrepo
Nuestras vidas son caminos cruzados. Ríos en los que se encuentran muchas aguas. Vientos que chocan con otros y repentinamente cambian de dirección. Nuestra historia está hecha de encuentros y desencuentros, y muchas veces me sorprende –a veces me atemoriza– pensar cómo nuestra vida puede cambiar completamente por algo tan peregrino como el destino, la suerte, el azar o una mera coincidencia.
Estoy segura de que todos lo hemos pensado al menos una vez. Una persona que se salva de un accidente por haber tardado un minuto más al salir de casa y llegar a la estación de autobuses. Una historia de amor que comienza por la sincronía de dos relojes –únicos– que puso a dos personas en el lugar y el momento preciso. Una vida que cambia porque un completo desconocido le propinó una sonrisa en medio de la calle, mientras ella sufría. Una vocación artística que comienza a raíz de una enfermedad. Una muerte no perdonada por un segundo. Es el ritmo de la vida, el latir de la muerte.
Hoy, más que en los sucesos, pienso en las personas. La contingencia de un año de nacimiento que nos hace conocer a nuestros primeros amigos. La persona menos esperada que nos da el consejo oportuno que cambia nuestras vidas. La marea del mundo que trae hasta Pamplona gente de tantos sitios, que une en una misma clase gente que no tendría por qué estar allí. Tantas personas que pasan por nuestras vidas dejando su huella y después desaparecen, para hacer lo mismo con otros tantos. Esos. Los otros. Los que pasan dejando mucho de sí y llevándose un poco de nosotros. ¿Por qué este y no otro?
Eso que algunos llaman coincidencias afortunadísimas, yo lo llamo Providencia. Y qué consuelo. No sé si es frívolo decirlo, pero sólo por esa certeza valdría la pena creer en Dios. Otra explicación sería demasiado inverosímil. Dios no juega a los dados. A mi madre le gustaba la imagen de que Dios juega más bien al ajedrez, y así, providencialmente, en medio de un juego pensadísimo encuentra sus delicias en los caminos cruzados de las vidas de los hombres, sus hombres.