Para A.C.B. y V.T.
He borrado muchos recuerdos de mi adolescencia. Algunas veces me he sentado con mis amigas del colegio a recordar sucesos de ese entonces y escucho sus historias como si no fuesen también mías. El tiempo ha ido purgando sin piedad mi memoria. Hay algo, sin embargo, que sí recuerdo bien: los veranos entre los 15 y los 17 años. “Veranos”, digo, un poco llevada por la nostalgia, porque hay poco en nuestros veranos que se parezca a los auténticos veranos del hemisferio norte. Ni la sensación distinta en la piel, ni el cambio de ritmo en las calles, los ruidos, los olores, ni la visión del sol como resurrección, ni el cambio de atuendo, ni los días largos, ni el nuevo modo de pasar el tiempo. Eran nuestras vacaciones, sin embargo, y lo único que teníamos era tiempo que empleábamos de lleno a la poesía. ¡Qué días aquellos!
Durante una semana, y algo más, bebíamos poemas de sol a sol
durante el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Éramos jóvenes. Vivíamos
en una burbuja muy alejada de la realidad de la ciudad, pero durante el
festival nos movíamos por todo Medellín como peces en el agua. A lo largo del
día había múltiples recitales en distintos puntos de la ciudad y en un día
podíamos andar lo que no habíamos caminado por el Valle de Aburrá durante todo
un año. Íbamos por el centro, los parques, los centros de la cultura que ni
sabíamos que existían, bibliotecas de medio pelo, el jardín botánico,
estaciones de metro. Planeábamos rutas estratégicas para optimizar lo mejor
posible nuestros días.
Durante estos tres años estuvimos en la apertura y en la
clausura del festival, en un teatro al aire libre, el Carlos Vieco, sentadas
sobre las graderías de asfalto durante
horas y horas. Llevábamos nuestros cuadernos, escribíamos. Y sobre todo,
escuchábamos. Escuchábamos con una atención piadosa, sedienta.
Después de los recitales nos acercábamos a los poetas,
tartamudeábamos algo, le pedíamos un autógrafo en el capítulo correspondiente
al poeta en las memorias del festival, que compilaban un par de poemas de cada invitado.
Recuerdo una poeta del Medio Oriente que me escribió algo en árabe. “El mundo
necesita del amor. Y tú eres el amor”. Sonará a cliché cursi-poético-rancio, y
ahora no puedo pensar en ello sin una risita irónica, pero en ese momento
éramos más ingenuas, más sencillas y esas cosas nos emocionaban. En los
recitales y en los encuentros con los poetas encontrábamos una alegría muy
pura, veíamos en ellos un aura un tanto mítica que ahora no veo en nadie. Y era
bellísimo. Tengo vivos recuerdos de muchos poetas.
Andrea Cote, por ejemplo. Una joven poeta colombiana que
perseguimos por toda la ciudad. Era joven, guapa, gran poeta: era todo lo que
queríamos ser. Hablaba de Barrancabermeja, su tierra (“¿de Barranca puede salir
algo bueno?” pensaríamos), su puerto calcinado. Solía usar en sus poemas la
figura de su hermana (creo), María. “¿Te acuerdas, María…?” Muchas veces he
tenido diálogos con esa María suya (ahora mía) que empiezan de esa manera. No
nos perdimos uno solo de sus recitales, aunque eso implicara cambiar nuestros
planes metódicos y nos exigiera perder más tiempo en transporte. La
inauguración y la clausura eran multitudinarias, pero el resto de los recitales
eran más íntimos. Un día nos miró y nos sonrió: nos había reconocido. Hablamos
un poco con ella, le expresamos nuestra admiración, nos miró con cierta
ternura. Nos vería tan jóvenes e idealistas e ingenuas. Otro día finalmente nos
tomamos una foto con ella y nos dio su correo para que se la enviáramos.
Recuerdo haberle escrito y aún gmail
guarda su respuesta.
Uno de los autógrafos de oro era el de Wole Soyinka, premio Nobel de Literatura en 1986. Nunca habíamos oído hablar de él, por supuesto, pero-era-nobel. Aunque lo más sorprendente era que, en realidad, no lo parecía. Ni caminaba con solemnidad, ni pontificaba, ni iba rodeado de séquitos. Recuerdo haberlo visto, un poco antes de que comenzara el recital en el parque de EPM, caminando solo, meditativo. Lo del autógrafo también fue fácil. Es lo que tiene la poesía. Con los premios Nobel de Literatura que son conocidos por su narrativa debe ser otra cosa. De hecho, hace unos días estuvo Svetlana Alexievich en Bogotá y, según me contaron, había tanta gente para escucharla que fácilmente se habría tomado la fila por la de un concierto de One Direction. ¿Se imaginan a Vargas Llosa caminando silencioso y solitario entre la gente que va a escucharlo?
Juramos guardar como un tesoro el autógrafo de Soyinka y hasta el bolígrafo con el que nos firmó el libro. Quizá algún día me hubiera sacado de pobre. Pero no, ambas cosas se perdieron con el resto de recuerdos de entonces.
También me acuerdo especialmente de la poesía de los nativos americanos.
Me sorprende recordar ahora con tanta claridad los nombres de estos poetas:
Allison Hedge Coke, Sherwin Bitsui, Joy Harjo. Fue cuando conocí también a Hugo
Jamioy y a su hijo, dignos representantes de la poesía de nuestras tribus.
De Ernesto Cardenal me acuerdo, sobre todo, de su figura. Su
boina negra sobre un pelo un poco largo, blanquísimo, barbas blancas y siempre la
misma camisa también blanca. Sonreía afablemente. Escuchaba. Así lo vi un día,
sentado entre los oyentes, en el jardín botánico. Me acerqué y no dijo mucho:
sonreía, escuchaba.
Sam Hamill también tenía pelo y barba blanca (éstos, cortos,
no como Cardenal). Había fundado no sé qué institutos. Era un “poeta por la paz”.
Ahora, qué sorpresa, abrir de repente el baúl de recuerdos de mi cabeza (no
conservo nada escrito de esa época) y que salgan tantas cosas, veo perfectamente
uno de sus poemas: “Eyes wide open”. Me acuerdo de su último verso: “if you
only listen with your eyes wide open”.
(Acabo de buscar en Google y sí, no me equivoco. Y al volver a leer el
poema me ha llegado la sensación del momento, el teatro en el que estábamos, su
figura, todo. También el nombre de Rita Dove, otra de las poetas
norteamericanas).
De Gioconda Belli recuerdo de su fuerza arrolladora y su
abundante pelo rojo. De su poesía no recuerdo nada y ahora probablemente no la
leería, pero me acuerdo bien de cómo dijo: “¡Nicaragua es mi hombre con nombre de mujer!”
El día del autógrafo cursi (?) estaba en la misma mesa
Sujata Bhatt, de la India (y un irakí cuyo nombre no recuerdo, que también me
impresionó). El poema de Bhatt “The Stare” es uno de los que más recuerdo entre
todos, quizá porque apelaba a mis temas de entonces y por lo bien que logré
recrearme la escena… “There is that moment / when the young human child /
stares / at the young monkey child / who stares back…”
Recuerdo a Christian Uetz y una poesía teatral que nunca
había visto. (Creo que ahora hay muchos "performances". Vi uno en YouTube, qué bah. En nuestros tiempo no vi ningún show de ese tipo).
Un tal Chirag Bangdel (de este sí he tenido que buscar su
nombre en internet) nos invitó a su hotel después de un recital. Fuimos al día
siguiente por la mañana. Tuvimos una buena conversación en el comedor, pero
descubrimos –oh ingenuidad de entonces- que es mejor no aceptar ese tipo de
invitaciones. No fue muy directo, así que antes de cualquier comentario un
tanto más explícito nos fuimos agradeciéndole su tiempo.
Me acuerdo bien de Juan Vicente Piqueras. Nunca he sido de esas
jóvenes enamoradizas, amantes del amor, que suspiran por un novio poeta. De
haberlo sido, Piqueras probablemente hubiera sido el flechazo. Joven, alto,
serio… y un auténtico poeta. Quizá, dicho así, un poco precipitadamente, el que
me más me gustó de todos. Su poema “Palmeras” me ha perseguido desde entonces y
muchas veces, aún hoy, me encuentro repitiendo los primeros versos: “Nacemos de
la sed / Somos palmeras que van creciendo a fuerza de perder sus ramas / y sus
troncos son heridas…” Hasta aquí lo recuerdo de corrido, pero hubo un tiempo en
que podía recitarlo de memoria.
Otros dos españoles que escuchamos en el Museo de Antioquia
(donde están expuestas las obras de Fernando Botero): Antonio Porpetta y
Guadalupe Grande. Antonio ya se veía mayor y era un auténtico caballero. Nunca
he vuelto a ellos, pero recuerdo esa sutileza de algún poema erótico. Poesía
aparte, la personalidad de Antonio logró fascinarnos. De Guadalupe recuerdo dos
cosas: “El hombre es un signo de interrogación que ha perdido su pregunta” que
nos dio después para mucho tema y hasta bromas internas, y un comentario que
hizo respecto a la poesía. Decía, y aquí mi memoria puede engañarme, que uno
como poeta no sabía bien lo que hacía, que era como tirar una botella con un
mensaje secreto al mar: nunca sabías si alguien la había recibido, si alguien
leería ese mensaje. Que quizá eso era lo que ella hacía, ir lanzando botellas
al mar, con la esperanza de que alguien pudiera recogerlas.
De los colombianos, además de Andrea, sólo recuerdo a
Fernando Rendón, el promotor de los festivales, a su amigo Juan Manuel Roca y a
Pablo Montoya. A Roca lo escuché recientemente y me gustó algo más de lo que me
gustó entonces. A Montoya le he perdido la pista, pero creo que es una gran
personalidad en el mundo artístico y poético colombiano. Yo de esas cosas no sé
mucho.
Sé que también estuvo Meira del Mar, pero no recuerdo
haberla escuchado. Recientemente leí algunos de sus poemas que me parecieron
realmente buenos.
¡Cuántos poemas habremos escuchado durante estos tres años!
Cuánta basura, cuántas grandes obras, no sabría decirlo. Ya no tengo las
memorias de esos festivales. El 2007 fue la última vez que asistí y desde
entonces no he vuelto a estar en Medellín por esas fechas. Tampoco este año,
aun viviendo en Medellín, estaré en la ciudad durante los días del
Festival. Sé que el festival ha crecido y han traído grandes firmas. Hubiese
querido conocer a Adam Zagajewski, por ejemplo, que estuvo hace un par de años. Pero sé que también abunda el faroleo.
Es mucho lo
que ha llovido desde aquellos días del 2005. Antes veía la poesía en abstracto,
sin filtro, de un modo más puro, digamos, menos crítico, pero a la vez más torpe.
Ahora ya sé qué me gusta. O eso creo. Lo más probable es que en los próximos
años no vaya a estar en Medellín durante las fechas de un festival. Ni lo rehuyo ni lo deseo. Hoy, simplemente, he querido volver al blog, con un
recuerdo que tenía ahí latente, medio olvidado, pero siempre presente. Me ha
sorprendido abrir la tapa y ver todo lo que salía. ¡Yo, con tan mala memoria,
venirme a encontrar con nombres propios, versos, sensaciones...!
Aquellas largas jornadas prepararon un terreno para la
siembra de poesía que siento que fueron los años de España y todo lo que el
descubrimiento del blog de EG-M ha supuesto. Creo que la poesía es de los mayores tesoros que guardo, compartido
por una inmensa minoría (más inmensa aún en esta época de mi vida). Por eso
quizá me he olvidado de tantas cosas, pero no de esto, no.
“Al cabo”, sigamos con más versos, esta vez de la época de
España, que más repito, “son muy pocas las palabras / que de verdad nos duelen,
y muy pocas / las que consiguen alegrar el alma”.
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